Hubo una época en la que la censura era clara. Nadie se escondía. El sistema se basaba en el sota, caballo y rey y quienes no gustaban del trío sencillamente no tenían hueco. Hoy, la censura se ha dulcificado. Los mandamases no son tan torpes como para caer en los viejos sistemas, aunque siguen gustando del mismo arte. Hoy se estilan otros movimientos de ficha mucho más sutiles pero, en el fondo, con el mismo sentido.
Las llamadas a consultas forman parte de ese otro juego. Los mandamases se colocan una mañana el traje de demócratas, acérrimos defensores de la libertad, para sentarse con los representantes de los distintos medios de comunicación para disfrazar de charla lo que no es más que un intento por controlar lo que pasa por la cabeza de cada uno y colar la que, sí o sí, debe ser la versión más ajustada, real y verídica de la realidad.La crisis ya no permite organizar aquellas nefastas comidas en las que el presidente o el delegado de turno se rodeaba de periodistas para convertirse en ‘uno más’, integrarse y, de paso, sondear de qué iba cada uno y hasta que punto el control se estaba consiguiendo. A falta de comidas quedan otros encuentros, nacidos del mal asesoramiento de unos y la torpeza de otros, pero que en el fondo no persiguen más que eso: conseguir que la vinculación prensa-clase política se cada vez más estrecha y cercana cuando eso, sencillamente, no puede ser porque ni unos ni otros tienen entre sus deberes la misma misión.
Sucede que al poder siempre le ha gustado jugar a ser periodista. Si pudieran delegarían en algún consejero o asesor la organización de las reuniones de trabajo o el diseño de la portada que cada día sale a la calle.Y si pudieran torpedearían escritos y viñetas. Fíjense que hasta ha habido torpes en la historia reciente de este pueblo que han llegado a vincular su caída del trono con cuatro chistes y un puñado de portadas, incapaces como son de asumir la parte de culpa que cada uno tiene en su destino. Son miserias que siempre rodearán al ámbito político.
Pensarán ustedes mal si consideran que detrás de esos intentos de control tan sutiles están solo los gobernantes. Ni mucho menos. Aquí hasta el más tonto hace relojes y, enfundados en trajes de progresistas liberales, son los primeros que intentan convertirse en censores para, con la mayor o menor fuerza adquirida, querer convertirse en una especie de consejeros delegados de los medios en cuestión con derecho a opinar. En pleno debate por la marcha de Pedro J., reflexionen sobre esto pero háganlo sin marchar a los Madriles. Aquí no tenemos al de los tirantes, pero sí a las mismas artes político-controladoras que, en gobernancia de una auténtica república bananera, preparan auténticos shows privados recuperando lo que nunca desapareció: el deseo de control.