Tras casi medio siglo dedicado a la enseñanza, Joaquín Ruiz Peláez puso término a su vida profesional. “No me he jubilado, me han echado”, ironiza. A pesar de sus 70 años y un reciente contratiempo para su salud, el conocido catedrático de Física y Química acude casi a diario a su instituto para tomar café con los compañeros. Días atrás, me cuenta, agarró la tiza y se lanzó a dar la clase de uno de ellos. Docente vocacional por excelencia, Joaquín se siente feliz al saberse todavía vinculado a la enseñanza, ya de forma altruista. Como delegado de la Real Sociedad Española de la Física estará de nuevo en la organización de la olimpiada nacional de la disciplina al frente del alumnado ceutí. Y aún más, para Santo Tomás de Aquino, Ruiz prepara una magna demostración con un centenar de alumnos de su centro, el ‘Camoens’. La llevará a cabo con un péndulo de Foucauld con una bala de cañón de su propiedad, de las últimas que lanzaron las huestes de Muley Ismail en el sitio de Ceuta, un aula abierta de Física y Tecnología y otras dos más de Física Experimental mediante un aparato theremie con sus ondas electromagnéticas, exhibiciones de Química y Cosmetología y diversas proyecciones.
Como amante de esa ciencia viva y experimental con demostraciones prácticas que despiertan la lógica motivación en el alumnado, el pasado julio, en el acto de imposición de las bandas del centro, los que fueron sus últimos discípulos hicieron una exhibición pública de Física y Química para sorpresa y complacencia del público asistente. Un acto que, en cierto modo, se convirtió también en su despedida pública oficial de la enseñanza con su intervención en el mismo. Aunque la más familiar la llevó a efecto en su centro y con su gente. Enemigo del tradicional homenaje a los que se jubilan, el ocurrente Ruiz Peláez quiso ser él quien se despidiera y no al revés. Para ello se llevó al instituto cocineros y otros colaboradores para dar vida a una monumental fiesta con su coro rociero y sus guitarras, a la que acudieron unas 180 personas entre profesores, alumnos y amigos hasta bien entrada la noche. Con anterioridad un grupo de discípulos lo “raptó”, trasladándole a un restaurante de las Murallas Reales, donde pretendieron hacerle un examen de Química. Sí, pero cuidado. Celebración gastronómica y no más. “No consiento el exceso de confianza del alumnado, que me cojan por el brazo… Lo de Quinito, colega, eres un tal o cual. Cada uno en su sitio”.
La cicatería de la Administración educativa chocó en más de una ocasión con el gran sentido de la libertad de cátedra de nuestro protagonista. Estando destinado en el ‘Abyla’, dedicaba los sábados a las prácticas de laboratorio. Hasta que el centro le cerró las puertas. Entonces decidió dar la clase en la calle a sus 35 alumnos de COU. A la semana siguiente volvieron a hacerle lo mismo y se los llevó a Caballería y así, sucesivamente, al cuartel de la Policía Local o al salón de actos del Ayuntamiento, hasta fin de curso. Total, un primer expediente que al final quedó en nada como otros que, cuenta, siguieron idéntica suerte. “Primer director provincial socialista que venía y expediente que me caía”. Y llegó Manuel Abad, “san Manuel”, al que le pidió jocosamente que le abriese también otro expediente. “Como no me conoces, me lo haces y así no tengo que aguantar tantas inspecciones de Madrid”. Más recientemente, el último, ha sido cuando se le vertió el ácido sulfúrico sobre el libro de actas, “expediente que pienso recurrir”, enfatiza. No deja de ser paradójico en estos tiempos de convulsión en el sistema educativo, cuando tantos docentes han optado por su jubilación anticipada, encontrar vocaciones como la de Joaquín, tratando de seguir en la brecha, una vez cumplida hasta el final su carrera profesional activa.
Joaquín Ruiz fue también director provincial del INEM en la época de Vicente Moro como titular de la Delegación del Gobierno. Me cuenta sus divergencias con él y las presiones que le llegaron para que aceptase determinadas colocaciones. “Los hubo que intentaron sobornarme con dinero en efectivo o los que venían a cobrar el paro con un Mitsubishi en la puerta, cerré una academia...”. Serios asuntos ante los que un hombre de su talante fue inflexible. “Yo no iba como político sino a reorganizar y dejé bien claro que el INEM no era la sede del PP”.
Estudioso también de nuestro desaparecido ferrocarril y de su estación, a los que dedicó dos décadas de trabajo, sus propuestas para la creación de un museo ferroviario no encontraron eco en los gobernantes y terminó cediendo algunas de sus reliquias al Museo de Delicias de Madrid. “Y lo poco o mucho que escribí fue fusilado sin que siquiera nadie dijera de quién era”. De aquella ardua labor, tres traumáticos recuerdos han quedado para siempre incrustados en sus extremidades: dos clavos y un codo dañado, tras el grave accidente que sufrió con su moto estudiando el trazado que seguía la línea férrea hasta Tetuán. Personaje peculiar este extremeño de nacimiento, que vino a Ceuta por un curso y donde ha terminado quedándose de por vida.