Desde hace cinco interminables años, los ciudadanos españoles viven permanentemente atosigados y angustiados por la austeridad. Este concepto resume la forma en que la derecha está resolviendo la crisis económica. Básicamente consiste en abolir derechos sociales, arrebatar derechos individuales, precarizar el empleo y rebajar salarios. De este modo el capital se sentirá cómodo y reiniciará un nuevo ciclo de prosperidad. Los ejecutores de este falso teorema (además de cruel e injusto) están perpetrando las mayores atrocidades imaginables, justificadas con un mantra que martillea tímpanos y aturde conciencias: “no hay dinero”. En consecuencia, los sacrificios impuestos a la población son indiscutibles e innegociables.
Ceuta no es una excepción. Más bien al contrario, es un máximo exponente de esta impensable debacle. La configuración amorfa de nuestra economía, sustentada prácticamente en su totalidad por el sector público, sólo retrasó el impacto de la crisis, pero no lo evitó. Ceuta es hoy la región con el índice de paro más alto de España (y la Unión Europea), con especial incidencia en la juventud (triplicamos la media europea en este apartado). Según los datos publicados recientemente, el cuarenta por ciento de la población es técnicamente hablando, pobre. Estas cifras hacen estremecer a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad social, sin embargo en esta Ciudad no parece preocupar en demasía. Tiene su explicación. La distribución de la miseria es radicalmente asimétrica. Los empleados públicos, que constituyen un sector muy amplio e influyente de nuestra sociedad, están blindados de los efectos de la crisis, y sólo les alcanza de manera indirecta, fundamentalmente porque las últimas generaciones se han quedado sin horizonte y se ven obligadas a vivir de sus familias (el empleo público se exprimió hasta el límite). No obstante, y a pesar de esa anomalía, el empobrecimiento generalizado es de tal magnitud, que hasta las mentes más cerradas se resienten. Lo cierto es que ya sea por sufrimientos directo, dolor vicario o presión del entorno, se ha creado una atmósfera de abatimiento y desánimo que inunda la vida pública. Quien encuentra un empleo es de corta duración y mal pagado. Las medidas de protección social se han debilitado, cuando no desparecido. Las condiciones de vida se han deteriorado notablemente. También asimétricamente. El desequilibrio entre las barriadas y el centro se ha acentuado agudizando la injusticia. Ante el estado de desesperación de miles de familias, la respuesta es fría e invariable: “no hay dinero”.
En este irrespirable contexto, irrumpe el Gobierno de la Ciudad presentando un proyecto de remodelación del Paseo de la Marina Española, cuyo coste inicial se fija en seis millones de euros (algunos técnicos expertos en este tipo de construcciones, ya avanzan que llegará a los nueve millones). La excusa es la obligación, por sentencia judicial, de reparar unas filtraciones de agua que provocan las fuentes en los garajes subterráneos. Recuerda a la “ruina inminente” del mercado central, esgrimida en su día para trasladarlo a la Manzana del Revellín. Es difícil encontrar una obra más innecesaria en Ceuta. El centro presenta un aspecto magnífico, de ello presume sin parar el Gobierno y así lo refrendan los electores con sus votos. El Paseo de la Marina se encuentra en un estado impecable (exceptuando el problema del excesivo deslizamiento del piso, fácilmente resoluble por otro procedimiento), recientemente remodelado y constantemente reparado. En términos absolutos, esta obra es un derroche descabellado de fondos públicos. Pero si atendemos a su valoración en términos relativos, alcanza la condición de moralmente delictiva. Las inversiones en Ceuta se han reducido hasta, prácticamente, su extinción. No hay dinero. En todas las barriadas, en lo que va de año, se han invertido cero euros. Los déficits de equipamientos básicos en infinidad de zonas de la Ciudad son pavorosos. No hay dinero. Las ayudas sociales han sufrido recortes brutales. No hay dinero. Sólo han encontrado dinero para embellecer y engalanar, aún más, el centro.
¿Tiene esto alguna explicación lógica? Evidentemente, sí. Alguna pista. La obra tiene un plazo de ejecución de trece meses. Su comienzo está previsto para enero de 2014, y su culminación para febrero (puede ser marzo) de 2015. Dos meses después, se vota. La obra del Paseo de la Marina es la campaña electoral de Juan Vivas. La experiencia le indica que explotar la insolidaridad es muy rentable electoralmente. No importa la fractura social. Su ejército de votantes, radicalmente egoístas, formará en línea y acudirá a votar disciplinadamente. Los damnificados se dividirán entre los engañados o comprados por el poder, los abstencionistas descreídos o aburridos, y el resto de formaciones políticas. Según sus cálculos (avalados por los precedentes) un rutilante paseíllo a tiempo por puentes aéreos, medianas floreadas y rotondas exuberantes, garantiza una nueva mayoría. No van a renunciar a semejante botín por seis millones de euros, ¡ellos!, afamados catedráticos del despilfarro (no se debe olvidar que Ceuta es la ciudad con un mayor endeudamiento por habitante, doblando a la que figura en segundo lugar).
Sin embargo, su ecuación perfecta para idiotizar al electorado incluye una variable no prevista. La crisis ha generado una mayor preocupación de los ciudadanos por los asuntos públicos, que ya analizan con más detalle y rigor las decisiones políticas. Los sectores más despreciados por esta política esquizofrénica de “las dos ciudades” están despertando. La conciencia duele y el conformismo se desvanece. Error de cálculo. La opinión generalizada es de amplio rechazo a tal dispendio. No se dan por vencidos. No rectificarán. En los próximos meses se va a librar una dura batalla. La solidaridad contra la sin razón. El presidente confía en su omnímodo poder mediático. Ha sido (y el piensa que seguirá siendo) capaz de manipular a la opinión pública a su antojo. Los medios, pagados indecentemente con fondos públicos, se convierten en un portentoso ariete contra la razón. Los múltiples resortes que permite activar la chequera municipal, se aplicarán para decantar voluntades y financiar traiciones.
No estamos ante un debate más. Tiene un innegable carácter simbólico. Ceuta debe elegir entre seguir el camino de la cohesión social o despeñarnos definitivamente por el abismo de la segregación y la división. Sólo nos queda luchar y “pedirle a Dios que la injusticia no nos sea indiferente…”.