Produce pavor comprobar cómo el bombardeo constante de consignas y situaciones violentas acaba provocando, mucho más temprano que tarde, un brutal y medido cortocircuito en nuestra capacidad de análisis. Así, lo que hasta hace muy poco tiempo era una brutal e inaceptable realidad, ha terminado por tornarse en una difuminada situación de la que apenas si podemos vislumbrar nada pero que aceptamos como mal menor. Dicho de otra forma, la sociedad está total y constantemente noqueada, sin posibilidad alguna de respuesta, por una planificada sucesión de medidas represivas tanto en lo económico como en lo social, un sinfín de ondas de choque que han logrado agrietar, y hasta casi aniquilar, nuestra ancestral firme voluntad de oponernos a los atropellos.
Privatización de la sanidad, recortes en los derechos sociales, castración de la educación, nula capacidad de reacción y un índice de miseria impensable en pleno Siglo XXI forman parte del panorama que estamos sufriendo y que, no obstante, sólo recibe tímidas críticas a la par que un enorme nivel de “comprensión”: el “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” ha calado tan hondo y está tan interiorizado que nos estamos dejando arrastrar a los avernos del autocastigo inducido sin apenas rechistar. Nos han hecho creer que la culpa es nuestra y, lógicamente, todo esto va encaminado a que paguemos nuestros desmanes y despilfarros varios. Dicho de otra forma, nos han inculcado que hemos sido unos irresponsables por pedir una hipoteca y poder comprar una vivienda digna. Demencial.
Pero, al margen del cruel relato de lo que estamos padeciendo, bueno sería intentar ir un poco más allá de lo evidente para poder analizar lo que realmente se esconde tras tantos decretos, tantas juntas de expertos y/o oscuras concesiones administrativas sacadas de la chistera. A poco que miremos un poco más de cerca podremos ver un brutal proceso de privatizaciones en el que se está jugando mucho más que un traspaso de la gestión de lo público a lo privado: lo que se está cociendo no es ni más ni menos que el retroceso a la época de los reyes soles y compañía y el retorno del absolutismo más implacable.
¿Exageraciones? Veamos…
Nada más derrumbarse el imperio soviético, los que mandan de verdad fueron tejiendo una red de mentiras basada en el argumento de que la gestión privada era mucho más eficiente que la pública. Justo después, una “junta de expertos” cualquiera llegó a la conclusión de que (siempre por nuestro bien, claro) todo lo que fuese público pero tuviera un viso de rentabilidad debía ser privatizado para dejar que fuera el mercado el que regulase la oferta y la demanda. Tomando como falsa base argumental el ejemplo del descalabro de la economía en la antigua Unión Soviética, se condenó todo intervencionismo del estado. ¿Y eso en qué se iba a traducir? En que paulatinamente, todo lo que había sustentado el Estado del Bienestar iba a pasar a manos de quienes, ante todo y sobre todo, tienen los beneficios como bandera. Un clásico.
Todo fueron parabienes, por fin una Administración libre de tanta carga, de tantos empleados públicos y de tantos impuestos para mantenerlos a todos… pero a nadie se le ocurrió pensar que aquello, en realidad, era el principio de una nueva era de esclavitud.
En nuestro país, una de las primeras cosas que se fueron privatizando fueron las empresas municipales de distribución de agua potable. Concesiones a decenas (muchas) de años vista a grandes empresas multinacionales procuraron, a corto plazo, un espejismo de saneamiento en las arcas del ayuntamiento de turno… y todos tan contentos. ¿Y nadie cayó en la cuenta de que nadie da duros a cuatro pesetas (y una multinacional, menos) y que cuando empresas de ese tamaño acometen este tipo de movimientos es para sacar mucho dinero a cambio? Al final, todo es cuestión de calculadora; si sumamos el dinero de la compra más los costes de mantenimiento, más los beneficios, se obtendrá una abultada cantidad que, no lo vayamos a olvidar, la pagamos usted y yo. Entonces, la pregunta es obligada: ¿dónde está la ventaja de la privatización para los ciudadanos?
Pero lo del agua iba a resultar una anécdota respecto a lo que vino después. El triunfo de las teorías económicas neoliberales (que, por cierto, y dicho sea de paso, han acabado fracasando en todas partes, y a las hemerotecas me remito) iba a permitir que todo fuese privatizable… hasta su pensión.
En el capítulo de fracaso del libre mercado a ultranza, mención aparte merece una declaración reveladora del actual consejero de Economía de la Ciudad Autónoma de Ceuta que, a pesar de pasar algo inadvertida, fue absolutamente reveladora. En relación a la falta de una línea marítima de interés público en el Estrecho llegó a afirmar, con gran lucidez (marca de la casa, por otra parte), que “todo no se puede dejar en manos del mercado”. Más de acuerdo no puedo estar… y la dura realidad lo confirma. El caso es que, armados de lápices y operaciones aritméticas, los ingenieros del miedo nos hicieron creer que la solución a todos nuestros males pasaba por el control total de lo público por el sector privado. El razonamiento es claro: usted manda en su casa, pero no en la totalidad del bloque… ahora bien, si todo el barrio es de su propiedad, la cosa cambia, ¿verdad?
Pues en esas estamos… y están quedándose con naciones enteras con lo que, como comprenderán, el interés público queda claramente relegado en favor de los beneficios. Algo absolutamente normal y consecuente si entendemos como “normal” ese sistema, claro.
Algunos podríamos caer en la tentación de querer creer que estas cosas sólo pueden ocurrir en países de los denominados en vías de desarrollo; dicho de otra forma: que esto puede ocurrir en países africanos diezmados por guerras civiles con varias tribus y etnias enfrentadas desde milenios. Pues va a ser que no, ese cliché no es válido.
Si bien hasta ahora era evidente la implicación de los gobiernos con las multinacionales (golpe de Estado en Chile o Argentina, por poner tan sólo dos ejemplos), siempre había existido una suerte de una zona de seguridad que impedía la invasión total de lo privado en lo público. Tanto es así que en su discurso de despedida en 1961, el presidente Eisenhower ya advertía del peligro que representaba la industria armamentística si esta llegaba a influir en las decisiones del Gobierno. Ahora no influyen, sencillamente son el Gobierno.
¿Nadie se pregunta por qué el Pentágono cede algunas de sus competencias a empresas de seguridad privada como la lamentablemente conocida Blackwater? ¿A nadie le parece extraño que antes de que llegaran las tropas de EEUU a Irak ya estuviesen sobre el terreno esas siniestras empresas que sólo responden ante sus jefes y nunca ante los poderes públicos? ¿Es que nadie quiere preguntar qué vinculación existe entre miembros del Gobierno (en este caso, de EEUU) y las empresas que fabrican armas de matar? Siguiendo con esa línea argumental, se me antoja otra pregunta: ¿entonces, todo el mundo ve normal la invasión de Irak y que aún no se hayan encontrado las armas de destrucción masiva que nos iban a aniquilar a todos? ¿Nadie se pregunta por qué en lugar de liberar a Irak del opresor (dudar de si Saddam Hussein era un tirano ofende, quede claro) han provocado aún más caos?
Como siempre, si logra encontrar quién se ha beneficiado de estos tinglados podrá entender el porqué de muchas cosas. No es muy complicado, tan sólo se trata de querer mirar un poco más allá… o simplemente de averiguar quién se ha sentado o sigue sentado en los consejos de administración de estas multinacionales. Más simple, imposible.
Pero aún hay más.
Siempre bajo las directrices neoliberales, hace ya varios años y sin armar mucho escándalo que, desde la UE, se decidió que los países miembros se desvinculasen de sus sectores públicos fundamentales; claro botón de muestra: EDF en Francia.
Se intentó por todos los medios que Electricidad De Francia (EDF), el primer productor de electricidad del mundo, pasase al sector privado aunque, por ahora, siga siendo una empresa pública. Es fácil poder comprender lo que una eléctrica de ese tamaño podría hacer y deshacer desde el ámbito de lo privado sin tener como prioridad la gestión pública. Por cierto, ¿no les suena este tema de las eléctricas?
Pero volvamos a suelo español con ejemplos que nos resultan más familiares. Se condena a la Escuela Pública, se la merma en medios y recursos, en personal, e incluso se la desprestigia (los docentes sólo quieren dinero, tienen muchas vacaciones, trabajan poco, etcétera), se recortan drásticamente las becas al tiempo que se ofrecen todo tipo de facilidades para que las empresas que operan en el campo de la educación privada puedan implantarse sin problemas, algo que por cierto ya ocurrió en Nueva Orleans tras el huracán Katrina.
La consecuencia es clara: menos medios para la pública se traduce automáticamente en una potenciación de la privada. Este estar en manos de una “S. A. de la educación” sólo garantiza ganancias para los inversores, ¿pero dónde queda entonces la potenciación de la educación de todos y para todos de la que debe ser garante un estado? Conclusión fácil de obtener: si usted tiene “posibles”, sus hijos aprenderán, de lo contrario… Este ejemplo se repite hasta la saciedad en otros ámbitos. Veamos la Sanidad.
Nos machacan continuamente con las bondades de la gestión privada de todo lo relacionado con lo sanitario al tiempo que recortan medios para la sanidad pública. Esta circunstancia se traduce en largas colas de espera, en una calidad asistencial pésima por la falta de profesionales (que, por otra parte, están en el paro y no se les puede contratar por falta de dinero) que fatalmente provoca una atracción por lo privado… para quien se lo pueda permitir, claro. ¿Qué interés hay en desmontar un sistema sanitario que funciona, con magníficos profesionales, para dar paso a empresas que sólo buscan beneficios? La respuesta es tan obvia que ni merece la pena esbozarla aquí…
Otra de las grandes luchas del poder económico (del de verdad) son las antes aludidas pensiones. Hace 20 o 25 años se lanzó la voz de alarma: no habría dinero para pagar tantas pensiones. El sector bancario vio, de pronto, florecer un negocio de incalculables beneficios: los planes de pensiones. Pero eso también supo a poco. Así, cuando la sociedad estuvo suficientemente cloroformada, se recurrió de nuevo a los supuestos expertos. Curiosamente (nótese la ironía), decidieron que la fórmula que se estaba adoptando era insostenible, que había que recortar pensiones y alargar el tiempo de jubilación en aras a una supuesta rentabilidad del Sistema. Al mismo tiempo, aunque de forma más sutil, se insistía en señalar a los planes privados de pensiones como la panacea y, por ende, la única solución viable para poder disfrutar de la merecida jubilación.
En definitiva, más intervención privada, pero… ¿Por qué? ¿Quién gana con esto? ¿Cuánto? ¿Tampoco en ese caso a nadie le parece extraño que se estén siguiendo a pie juntillas las recetas del Fondo Monetario Internacional/Banco Central que sólo recomiendan la privatización a ultranza sin que ningún gobierno alce la voz o simplemente diga no? ¿Por qué nadie se opone?
Pero el tema no se queda en las “simples” ganancias económicas; aquí, Poder, dinero y control a ultranza se acaban mezclando e interactuando. Ejemplo claro de lo expuesto es el asunto del espionaje en masa con el que todo el mundo parece ahora rasgarse las vestiduras al más puro estilo Casablanca, ya saben, aquello de “Esto un escándalo, me he enterado de que aquí se juega”, exclamaba en mitad del casino, y tras embolsarse el dinero de la ruleta, el prefecto de Policía francés ante un Rick atónito.
Sin embargo, lo más aterrador no es que interfieran en nuestras vidas, eso, desgraciadamente, ya se daba por hecho. Todo esto resulta mucho más peligroso y alarmante que el hecho de si Obama se ha enterado de la talla de la faja de Merckel… en el caso de que Merckel tenga faja y que Obama haya sabido, antes que la prensa, de qué iba todo este montaje que bien parece haberle pasado literalmente por encima, como cuando la vacas ven pasar el tren. Lo realmente preocupante es que sean empresas privadas las que sirvan de contacto entre agencias de inteligencia; es decir, que son corporaciones cuya finalidad es amasar beneficios las que, en realidad, controlan nuestros datos. Porque ¿es así, verdad?
Ya ven que, a poco que sigamos consintiendo todas estas situaciones, terminaremos, sin ir más lejos, por tener una Policía totalmente privada, propiciando que los barrios que puedan permitírselo tengan más seguridad que otros más desfavorecidos, y eso sólo para empezar. Desgraciadamente, y al ritmo que vamos, los ejemplos no tienen pinta de agotarse a menos que reaccionemos.
Aquí, Al Sur del Edén, vemos alargarse la sombra de un capital cada vez más salvaje que, en su afán devorador, lo destruye absolutamente todo. Como en la obra Mefistófeles, el diablo parece haberles prometido sacar energía de cada mota de polvo a cualquier precio… y en ello están.
Mi mañica favorita es, como siempre, tajante: “aquí ya no caben medias tintas, no son posibles ni las negociaciones ni los apaños: o nos oponemos a esta nueva forma de dictadura, o en muy poco tiempo no nos dejarán ni opinar en voz alta. Y otra cosa –asegura–buena sería que todos viésemos en las filas de qué equipo ha decidido enrolarse la clase política con respecto a todo esto. ¿Por qué? Pues porque no vaya a ser –concluye– que nos demos cuenta, de pronto, de que no están defendiendo los intereses de quienes les votan y sí de quienes les financian, aunque, visto lo visto, la respuesta es más que obvia… y si no lo es, que lo demuestren”.
Cierto es que todo este entramado de intereses es sofisticado y complejo, pero no es menos cierto que su derribo resulta aún más fácil: se trata de decir que no. Encontremos una estructura organizativa, alejada del autoritarismo al uso y del cheque en blanco sin posibilidad de control, desde la que podamos exigir, entre otras muchísimas cosas, una Educación sin etiquetas o una Sanidad sin otro beneficio que el del paciente… y esto no es ciencia ficción, busquen en los manuales de Historia (o en la Wikipedia) y comprobarán que esta idea no sólo es posible, sino que ya ha sido puesta en práctica.
Privatizaciones del Estado, un modelo de sociedad feudal que va mucho más allá de ingentes cantidades de dinero que cambian de mano y se mueven por cuentas bancarias cifradas; las mazmorras ya están preparadas, usted sabrá…