El apabullante predominio de la cultura de lo efímero, relega la reflexión a una posición secundaria, casi imperceptible, y practicada por una minoría cada vez menos influyente en las decisiones colectivas. El pensamiento no está de moda. Los acontecimientos se suceden a una velocidad imposible de digerir, lo que supone un inapelable y destructor triunfo de la consigna sobre el razonamiento. A nadie preocupa entender el porqué de las cosas. Basta con olvidar y recrear una nueva expectativa. Vivimos asidos a una pavorosa banalidad intelectual. Esta triste evidencia, sin embargo, no debe llevarnos a la claudicación. Quizá, hoy con más motivo, es preciso aplicarse en reanimar el debate público. Ceuta necesita urgentemente un psicoanálisis.
Una mirada introspectiva, valiente y sincera, nos puede llevar a la trágica conclusión de que estamos mucho peor de lo que pensamos. Siempre hemos partido de la premisa de que Ceuta está acosada por un cúmulo de problemas estructurales de gran complejidad; pero que tienen solución y que existe una voluntad compartida de encontrarla. Los hechos están demostrando otra cosa muy diferente. Es muy dudoso que Ceuta disponga del capital humano necesario para acometer una empresa de tal envergadura. No tenemos talento. Ni compromiso. Y carecemos por completo de una mínima cohesión grupal.
El análisis de los Presupuestos para el próximo ejercicio, me indujo a hacer un breve repaso del Plan Estratégico aprobado hace dieciocho meses, y que contó con el apoyo unánime de todos los partidos políticos y agentes sociales. Un acuerdo de consenso unánime debería materializarse con relativa celeridad. Ninguna de las medidas contempladas (setenta y cuatro) ha registrado el menor avance. Es más, en muchos de los casos, se constata un claro retroceso (transporte marítimo, ampliación del puerto, mejora de la frontera, turismo, etcétera…). ¿Es posible un resultado tan magro con una implicación tan amplia? La respuesta inquieta. Es probable que no exista ni capacidad (las personas más preparadas se marcharon o desertaron de la vida pública); ni voluntad (no logramos superar el egoísmo exacerbado, casi genético, que nos domina). Entre incompetencia e individualismo, todo es ficción.
La causalidad hizo coincidir esta disquisición con algunas polémicas recientes muy esclarecedoras.
La convulsión interna que se está produciendo en la derecha, pone de manifiesto la calaña de quienes han dirigido la Ciudad en la última década. Porque lo malo no es que existan individuos desalmados, cuyo comportamiento es más propio de malhechores que de ciudadanos civilizados (esto sucede en todo colectivo), lo realmente llamativo, por espeluznante, es que estas personas hayan llegado a tener la cuota de poder e influencia de la que han disfrutado. Una mera observación de estos “notables influyentes” explica en gran medida nuestro fracaso como colectivo. Ahora, como un ejército de pirañas rezumando odio, se revuelven desesperadamente para recuperar (o no perder) su medio de vida sustentado en la más vil corrupción. Por si esto no fuera suficiente, más deplorable aún, resulta la actitud de quienes se postulan a sí mismos como alternativa desde el pesebre común del bipartidismo, vergonzosamente devenidos en aliados interesados y circunstanciales de la mafia. La renuncia a los principios éticos es irreversible. Cambian siglas y sillas, pero no principios.
Mientras esta deprimente batalla se libra, supura abundantemente, de nuevo, la herida abierta más grave que sufre esta Ciudad: el racismo. Con motivo del desajuste producido en el calendario laboral, en el día señalado para la fiesta del sacrificio, se ha desatado una fingida polémica que ha sacudido la espina dorsal de la Ciudad de arriba abajo. La disfunción, efectivamente producida, ha servido de excusa perfecta para que las huestes racistas pudieran arremeter, con argumentos aparentemente creíbles (que no ciertos), contra el hecho de que en nuestro calendario laboral aparezca en rojo una festividad de religión musulmana. Porque esto es lo que auténticamente escuece. A todos los “críticos” les importa un rábano algo que conocen sobradamente, y a lo que están acostumbrados porque viene sucediendo desde tiempo inmemorial: todos los musulmanes celebran la Pascua del Sacrificio. Por otro lado, los días festivos son y serán, en cualquier tiempo y lugar de España, catorce, como en Ceuta. El rechazo a la interculturalidad manifestado en el carácter agrio y amargo del debate suscitado, indica que aún estamos demasiado lejos. Más lamentable es la indecente actitud de quienes buscan un espacio político (votos) fomentando el discurso racista. Seguimos siendo rehenes de un fanatismo enfermizo e irresponsable. Los datos aportados por los propios racistas son concluyentes. Según ellos, el impacto en la vida social del colectivo musulmán, se sitúa en torno al setenta por ciento. ¿Puede alguien en su sano juicio plantearse el futuro de una Ciudad estigmatizando y repudiando al setenta por ciento de la población?
Este es el deprimente escenario en el que nos movemos. La corrupción como modo habitual de comportamiento en una vida pública repleta de egoístas incompetentes, que pugnan con denuedo y sin escrúpulos por satisfacer sus ansias de riqueza y poder sin reparar en medio alguno, aunque sea tan inmoral como alentar el racismo que subyace en el entramado social de un pueblo que, todavía, y a pesar de las evidencias, no se quiere poner a pensar.