Hacerse con el poder. Ese es el objetivo que tienen los partidos políticos. Para ello buscan insaciablemente ampliar su nicho de votos. Unos buscan en la pobreza, otros en el bienestar, aquellos en la ignorancia, esos en el capital… Lo que no esperaba una democracia occidental era que existiesen partidos políticos que escudriñasen votos y apoyos en la identificación religiosa de la misma forma que en el medievo.
No se trata de que la religión influya en la política. Eso es algo público, legítimo y coherente con el ser humano. Cada ciudadano tiene derecho a profesar la Fe que le venga en gana, y además a expresarla públicamente. Otra cosa es que la religión sea un elemento desestabilizador de un estado de derecho a través de los partidos políticos.
La llamada a no utilizar los recursos estatales en caso de violencia familiar por parte de un conferenciante religioso, no es en si de extrema gravedad. Lo que sí es grave es la sensación y el temor que tenemos todos de que ese rechazo al auxilio encubra el silencio, las lágrimas y el delito.
El miedo atroz a contestar en su justa medida a declaraciones de este tipo, deja sin réplica a una sociedad que está muy por encima de sus políticos, y que demanda más libertades y no precisamente lo contrario.
Y lo peor viene cuando la segregación religiosa a la que, peligrosa e irresponsablemente, llaman desde púlpitos, es una apelación a la diferenciación, una nueva forma de racismo encubierto que emana de las emociones por sentirse acomplejado o víctima diferente.
La utilización de un lenguaje inusitadamente violento, excluyente, anacrónico y disgregador, fundamentado en la distinción, que solamente los radicales hacen, constituye un arma electoralista temeraria que se está volviendo en contra de los intereses generales de Ceuta, y por ende de España.
La virada religiosa que está tomando el discurso de Caballas no es más que un burdo y resbaladizo intento por encontrar votos que no consiguen realizando una labor opositora basada en la estridencia, que se aleja mucho del trabajo fiscalizador y constructivo. Y mucho me temo que de aquí en adelante, hasta las elecciones, este discurso se hará más frecuente y más diferenciador, con la insensata intención de identificar pobreza y marginalidad con musulmanes y a estos con Caballas. Insana correlación que ofende a los primeros y beneficia a los segundos.
En Ceuta, como en otras ciudades de España, existen unos índices de pobreza y marginación social espeluznantes. Estas cifras no han surgido de la noche a la mañana y cada gobierno ha tenido su parte de culpa. Lo que no debemos hacer es, añadir a estas indeseables características otras más: la de la diferenciación por religión, o la identificación de la religión con opciones políticas. No volvamos al medievo.