Ya está. Ya se aprobó ese lavado de conciencia colectivo que se bautizó como ‘Ley de Transparencia’, con la que se pretende erradicar de un plumazo el hartazgo social existente ante tanta inmoralidad vestida de político. La famosa ley nos arrebata hasta la posibilidad de crítica hacia la clase política. Se construyen esa coraza para vestir de transparente una gestión ahogando la réplica social porque, ahora que cabe tanta legalidad, el que alce la voz será desacreditado puesto que parecerá uno de esos librepensadores que tan poco gustan al poder.
“Dentro de unos años nos podrán explicar por qué votaron en contra de la transparencia y por qué se situaron en el rincón oscuro del Congreso”, decía ayer el popular Esteban González Pons a los socialistas por no arrastrar su apoyo. A estas alturas no seré quien defienda a lo que queda de PSOE, pero resulta ciertamente insultante que con la poca transparecencia con la que el PP trata sus escándalos venga ahora a dar lecciones del lado oscuro y demás.
“Este es un paso humilde a favor de la transparencia que hace la democracia más fuerte”, añadió la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, cual monjita angelical que busca el aplauso de la mayoría mientras esconde el negro del Domund en la mano para darte un cate cuando menos lo esperas. Eso es lo que hacían las monjas de antes si no te sabías las tablas de multiplicar, y Sorayita, angelito por fuera, parece que aprendió bien la lección. ¿Qué democracia más fuerte querrá hacer Soraya la populosa cuando su propio partido se ha cargado muchas de las libertades que sostienen un gobierno democrático? La primera, la de prensa, organizando mudos o mandando a los doberman a que nos cuenten milongas que ni ellos creen. Empezando por ahí, podemos terminar con un sin fin de ataques al ciudadano que mantiene el PP como bandera, tomando el relevo de un PSOE que se disfrazaba igualmente de demócrata y terminó por cargarse el sistema.
La ley de transparencia sale adelante con los votos de PP, CiU y PNV arrastrando medidas insuficientes y poco efectivas. Si quiere servir de fachada para que los partidos se crean sus propias mentiras y a esto lo llaman enriquecer la democracia, me callo.