La aportación portuguesa a la Historia de Ceuta ha sido de las más fructíferas e importantes de cuantas esta ciudad ha recibido a lo largo del tiempo. En ese sentido el desconocimiento que sobre este evento histórico existe en nuestra sociedad, no solo en referencia a la ceutí, sino a la española en general, es enorme. A muchas personas le he informado ya a lo largo de mi vida de esta circunstancia, y las muestras de sorpresa han sido la mayor parte de las veces realmente demostrativa de esa ignorancia.
Pero junto a este desconocimiento encontramos también otro más grave, si cabe, ya que referencia el escaso interés que este episodio causa en nuestros conciudadanos e incluso en nuestros historiadores.
Al desconocimiento de la Ceuta portuguesa se une el considerar su paso por esta etapa como de mera anécdota. Pero no fue así. Ceuta no fue una plaza más de las que tomaron en el norte de África los portugueses. En esta ciudad se hicieron fuerte, la conservaron, la dotaron de todo aquello que necesitaba para mantenerse libre de los ataques exteriores y crearon la simiente de lo que hoy es una ciudad culturalmente occidental-cristiana.
No es momento de destacar, en estas fechas de conmemoraciones, los agravios de la guerra. Porque si entramos en ese debate habría que considerar la gravedad de las mismas a lo largo de la historia, en el mundo entero y en su conjunto, y valorar en sentido peyorativo el concepto de civilización. En toda guerra hay muertes y a veces cuantificarlas es difícil cuando no imposible.
En el caso de la conquista de Ceuta por Portugal desconocemos el punto de partida, es decir, no hay ningún método demográfico que nos permita conocer cuál era la población meriní, salvo por lo que podemos calcular por la extensión de la ciudad. Menos posibilidad tenemos de conocer el número de aquellos que perecieron en la conquista portuguesa. Las noticias que nos ofrece Gomes Eanes de Zurara son insostenibles en lo que respecta a esa cuantificación, porque es una crónica que se aleja de la verdad científica (que persigue la historia), para destacar la magnificencia de los reyes, en este caso de Juan I de Portugal a quien va dirigida. Su ampuloso y largo título es bastante elocuente de lo que decimos: Tomada da mui nobre cidade de Cepta por el rey Dom Joam o primeiro do nome e dos reis de Portugal o deçimo, aos XXI dias do mes daguosto de mil quatroçentos e quinze annos. Cuanto mas enemigos muertos, más gloriosa la batalla y ese concepto era el que sobresalía entre todos aquellos que querían adular a sus señores. Por otro lado, la obra de Zurara se fecha entre 1601 y 1700, años ya muy alejados de los hechos en sí.
Poblacionalmente solo sabemos lo que podemos conocer por las fuentes solventes, y estas nos indica que, tras su conquista y después de que las tropas portuguesas abandonaran la plaza, quedaron en ellas menos de dos mil hombres para defenderla.
Pero esos dos mil hombres se multiplicaron con el tiempo. No solo por la propia dinámica vegetativa de cualquier población, por muy estrecho que fuera el perímetro en la que se mueve, sino también por las aportaciones sucesivas de gente que, procedente de Portugal o del sur de España, llegaron a ella.
Es por tanto persistente la presencia portuguesa en nuestra ciudad. Los avatares políticos que la sacudieron, y que hicieron que con el tiempo pasara a ser propiedad de los reyes españoles, no impidieron la permanencia de un sustrato lusitano en ella hasta bien entrado el siglo XVIII.
Utilizando los datos que nos aporta Jorge Forjaz, en su estupenda obra “Familias portuguesas de Ceuta”, podemos hacer una reconstrucción de las mismas y su evolución en el tiempo. En el gráfico adjunto aparecen cuantificadas, de un modo aproximado, el número de familias de origen portugués existente en Ceuta desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII.
No hubo un retroceso de las familias de este origen cuando la ciudad pasó, como el resto del imperio portugués, a manos de Felipe II en 1581, por el contrario, como se ve en el gráfico aumentó su número.
Ese sustrato lusitano no impediría que en el siglo XVII, y en la fecha concreta y concluyente de 1640, sus ciudadanos prefirieran seguir siendo portugueses a las órdenes de Felipe IV. Pero, como también observamos en el gráfico, entre este año y 1668, en que se firmó la paz de Lisboa por la que Ceuta pasó definitivamente a ser parte de los reinos de los reyes españoles, el número de familias de origen portugués se mantuvo alto.
El rastreo de estas familias continúa, aunque en descenso, durante el siglo XVIII, lejana ya la fecha en la que Portugal era la señora de Ceuta, y es frecuente encontrar familias cuyos apellidos denotan esa procedencia. Encontramos miembros de la familia Alburquerque en la década de 1750, así como de Correa da Franca, Andrade, etc. En 1752 fallecería Isabel de Peñalosa, casada con Simao de Andrade da Franca. Y así un número considerable de familias de origen portugués residente en Ceuta en esta centuria.
Muchos de estos portugueses de origen continuaron ostentando cargos en la ciudad en el siglo XVIII. Así, sabemos que en 1743 cesaría como juez, almotacén y procurador general de la ciudad, don Joaquim Diogo Antonio de Mendoça Pacheco.
En este siglo son ya más frecuentes los matrimonios mixtos y así se constata el de Teresa Dorotea de Andrade con Jacinto Álvarez, natural de Alicante, o el de María Jacinta Correa da Franca con Francisco López Carrasco, de Vélez Málaga, por poner un par de ejemplos. La mayor parte de estos matrimonios se contraían entre mujeres ceutíes de familia originaria de Portugal con militares españoles.
No nos equivocaríamos si dijéramos que este mestizaje entre castellanos y portugueses constituyó el germen poblacional que haría de Ceuta una ciudad española, con el completo beneplácito de unos habitantes que se sentían tanto portugueses como ceutíes y, muchos de ellos, también españoles.
No olvidemos nuestro pasado y celebremos las efemérides sin la efervescencia visceral de los patrioteros lacrimógenos, pero con el orgullo de sentirnos parte de ese pasado que nadie nos puede arrebatar.