De nuevo un tiroteo en la ciudad. Nada fuera de lo común, salvo que esta vez se han llevado una vida por delante. Sin entrar a valorar las acciones de la persona asesinada, no puedo sino mostrar mis condolencias a sus familiares, los cuales le vieron morir a sangre fría. Ninguna venganza está justificada en un Estado democrático, éste nos impide caer en tentación del ojo por ojo. La muerte de la madrugada del miércoles estaba basada en el deseo de venganza, en simple territorialismo y juegos de poder entre bandas criminales.
Pero sería un poco ingenuo reprender a los criminales por esto. Ellos actúan así, es su código. A quien hay que reprender es a las autoridades encargadas de protegernos. Sólo se puede calificar de nefasto el resultado final de la tarea de las fuerzas de seguridad. No me refiero tanto a los policías que están en la calle, sino a la cúpula y a los responsables políticos, en definitiva los encargados de dirimir los planes de intervención. Nos prometen que los criminales acabarán entre rejas. Me imagino a los delincuentes riéndose ante tales amenazas. Los ciudadanos también nos reiríamos, si la situación no fuera tan funesta. Como todo en esta vida, los tiroteos tuvieron un principio. No se abortaron en su momento, y de esos polvos ahora tenemos estos lodos. A los ciudadanos que no vivían en el Príncipe no parecía importales demasiado la impunidad con la que campaban a sus anchas los criminales. Lo justifican aduciendo que el Príncipe era una barriada marginal, sus propios residentes lo permitían y posiblemente estaban confabulados con ellos. Así, transcurriendo los años, los criminales se adueñaron de la barriada. Les ayudó la dejación de las autoridades policiales pero también el abandono sistemático de otras administraciones, la grave tasa de fracaso escolar, el paro y la inexistencia de las infraestructuras básicas. Que nadie se engañe, todo está interconectado. Sí se quiebra una de las patas del sistema, el cuerpo al andar se tambaleará y posteriormente caerá, y allí estaban las organizaciones criminales para recoger ese cuerpo. Cuando los tiroteos y otros ajustes se extendieron a barrios cercanos a la Príncipe tampoco se le dio importancia. Evidentemente no le otorgaban importancia aquellos ciudadanos no residentes en aquellos barrios; seamos sinceros, la mayoría de éstos eran del centro de la ciudad o muy cercanos a él. Estas trifulcas quedaban demasiado alejadas, en el centro nunca podría ocurrir aquello, los hampones (se ha recuperado una bonita palabra, mafia siempre sonó a película de Hollywood) nunca se enfrentarían allí. Por fin llegaron al centro, algunos comentarios en las redes sociales, reflejaban más la preocupación por que se produjera en el paseo de La Mariana que por la muerte de una persona.
Se abren varios interrogantes ¿Por qué no se detuvo a las organizaciones criminales cuando eran débiles? ¿Cómo en una ciudad de menos de veinte kilómetros cuadrados pueden circular las armas con total impunidad? ¿Qué grado de culpa tiene la ciudadanía al no castigar en las urnas a sus representantes políticos, los cuales han consentido la ampliación del poder de las organizaciones criminales? Yo creo entrever al menos la repuesta a una, la de la total facilidad del movimiento de las armas. La frontera del Tarajal, en vez de ser un obstáculo para las sustancias perniciosas y objetos peligrosos, es un auténtico colador. A pesar de todas las denuncias efectuadas la situación no ha cambiado. Sólo hay silencio y falsas promesas. Un silencio muy negro. La única solución que se me ocurre, descartada una movilización reclamándose más seguridad (puesto que en este pueblo nadie se manifiesta por ningún agravio colectivo, sólo hay charla en los bares) es el castigo en las urnas a nuestros actuales dirigentes políticos. Cuando tengan miedo de perder el poder, será cuando haya actuaciones contundentes. Hace falta una ciudadanía más activa y comprometida en esta ciudad, somos unos ciudadanos demasiado individualistas. Solo nos preocupamos cuando el lobo está en nuestra puerta.