Ceuta necesita prudencia e inteligencia. Cuando una persona transita por un campo de minas, tiene que medir y meditar muy bien cada pasa que da. De ello depende su vida. Algo así sucede en nuestra Ciudad. Dejando de un lado el análisis histórico sobre las causas que nos han llevado a esta situación, así como la naturaleza y grados de una amplia y diversa gama de responsabilidades, lo cierto es que hemos entrado en el siglo veintiuno como una ciudad indefinida. A veces, desesperada. A veces, abatida. A veces, orgullosa. A veces, perpleja. Siempre desasosegada.
El hecho de que se repita sin cesar, no resta ni un ápice de valor a la afirmación: Ceuta es la complejidad por antonomasia. La concentración e interrelación de fenómenos y conflictos sociales, en tan reducido espacio, es de tal magnitud, que por momentos nos sentimos impotentes y superados. Tres breves apuntes a modo de recordatorio e ilustración. Uno. El modelo económico de futuro está fundamentado en las relaciones con un país (Marruecos) que se define pública e internacionalmente como enemigo acérrimo de Ceuta, entre cuyos objetivos irrenunciables figura la anexión de este territorio. Dos. Quien está obligado a ser el principal baluarte en la defensa de nuestros intereses (el Gobierno español), se declara públicamente como aliado preferente de nuestro principal enemigo. Tres. La nuestra es una sociedad demográficamente paritaria, configurada por dos culturas similares en tamaño; pero aberrantemente asimétrica en su organización política y funcional. El deseable proceso de fusión en un tejido social único y homogéneo es una tarea de dimensiones hercúleas.
La inexistencia de parangón nos deja huérfanos de pautas. Estamos obligados a innovar. Es el escenario perfecto para el error. Por ello toda prudencia es insuficiente. No hemos sabido aún encontrar la clave de bóveda del puente que nos lleve al futuro. Se necesita una nada desdeñable dosis de inteligencia para fijar objetivos comunes a largo plazo, que guarden coherencia con decisiones inmediatas y que no produzcan rechazo ni tensiones. Para avanzar por este único camino posible (aún sólo un esbozo teórico), es un requisito indispensable apartar a todos los radicales, entendidos como aquello que no son capaces de entender que el futuro será de todos juntos, o no será de nadie. Quienes, sintiéndose equivocadamente pertenecientes a “un bando” pretendan imponer sus criterios o posiciones “a sangre y fuego” son los peores enemigos de nuestro pueblo en esta difícil coyuntura. Es momento de generosidad y altura de miras. Es hora de anclarnos en lo más profundo del alma humana. Sólo así podremos superar prejuicios y anacronismos construidos durante mucho tiempo, desde la mezquindad y el egoísmo.
El éxito de esta misión histórica que nos ha tocado afrontar dependerá de la capacidad que tengamos de implicar a la ciudadanía en este ingente esfuerzo colectivo. Es preciso nutrir y fortalecer progresivamente el ejército de la moderación, sumando voluntades con ansia de fraternidad. Este debería ser el objetivo guía de todos cuantos participan en la vida pública. Es urgente reformular todos los intereses particulares, por legítimos que sean, para hacerlos compatibles con esta realidad. No hay nada más estúpido que un discurso político fuera de contexto. Por eso no se puede entender que desde el Gobierno de España (a través de su Delegado) se acuse de ser cómplice del terrorismo islámico a un partido político con representación en la Asamblea de la Ciudad, que demuestra diariamente trabajar con denuedo por la cohesión y la convivencia. No es prudente. Ni inteligente.