Siempre es de agradecer que a un escritor se le distinga, síntoma que evidencia cómo todavía la literatura, y quienes la hacen, parece servir para algo en una sociedad tan viciada por convertir en estiércol todo lo que no es mercantilismo. Mas no ha sido en esta ocasión un premio poético, sino el llamado “Convivencia”, uno más del menú cultural que la Asamblea ceutí propone, buscando casi siempre el marketing de la ciudad y bien lejos de la filosofía que lo justifique. Con Barenboim, ya tuvimos un precedente, a no ser que la cuantía de lo que se dio (fueron muchos, muchos euros), lo dedicase a comprar tubas y trombones para su orquesta palestino-israelí.
Esta vez, como entonces, un jurado selecto y culto, (pero me temo que débil a consignas de oportunismo político para que Ceuta sea conocida, por encima de ese lugar “sin ley” en que se ha convertido), se lo concede a Mario Vargas Llosa, propuesto, según me cuentan, por la Federación de Vecinos. Ignoro las razones que se hayan plasmado para tal concesión, pues, habiendo llevado “Convivencia” una trayectoria de destacar a personalidades e instituciones de reconocida entrega en el combate al hambre, a las enfermedades y a las etnias que las padecen, ahora se opte, sin más, por el gran novelista peruano. De ahí que cuando lo supe, me vino a la memoria aquel otro premio, en Montoro, pueblo de Córdoba, que exigía en sus bases la de alabar el olivo y sus derivados, como el aceite y hasta la aceituna de mesa. Entonces salió triunfante una señora de Logroño, que en la conversación telefónica, nos sorprendió con :
- ... ¿ Y de dónde dicen que me llaman...? ¿del premio sobre el olivo...? Perdone... es que, como también he remitido unos poemas a la tomatina de ... y al aguacate de...: pero ¿dónde está Montoro...? ¿Cómo llego hasta ese pueblo...?
Evidentemente, aquella Safo de la meseta, acostumbrada a participar en todos los certámenes habidos y por haber, tenía perdido el control geográfico de sus rimas y hasta los productos hortícolas que exaltaban. Ceuta podría probar con el higo chumbo.
De ahí que en esta ocasión haya imaginado una escena muy parecida, durante esos primeros cinco minutos que el vocero ceutí le comunicó a un Vargas Llosa, desconcertado por un premio que desconocía y desorientado por no saber las razones :
- ... ¿Y dice usted que la propuesta ha sido de una asociación de vecinos ...?...¡qué linda la Asociación ! ... ¡Ah, que no es ella, sino la Asamblea de ... ¡qué linda la Asamblea!... ¿de dónde me han dicho que llaman?... ¡Ah, de Ceuta...! que está entre Gibraltar y Tánger... en el Estrecho... ¡qué lindo el Estrecho! ¿que si no voy, no me lo podrán dar ...? (silencio) ¡Cómo voy a defraudar a esos ávidos lectores de la Asociación de Vecinos...!, pero, ustedes saben que la agenda de un Nobel está más que abultada... gracias, gracias a esa ciudad tan linda ¡Iré... iré ... no lo duden...!
En efecto, vendrá. Mario Vargas Llosa estará en Ceuta el día nueve de julio, precisamente cuando comienza el Ramadán, oportunidad para que algún consejero o acólito se convierta en cicerone por aquellos lugares, desde el Príncipe al Patio Castillo, donde la ruptura del ayuno es una auténtica fiesta social, para que, cuando regrese a París, Madrid o Nueva York, dé fe por escrito de la hospitalidad musulmana, reflejo de esa convivencia a la que responde el título del premio.
Más me temo que el programa que le estén preparando será bien diferente: le mostrarán el áleo, también el Pendón; cantarán una salve ante la Patrona y Fernando, mi amigo el arqueólogo, le descubrirá la Puerta Califal. De igual modo supongo que habrá sumo interés en enseñarle donde hace seiscientos años desembarcaron los portugueses, pero, claro, evitarán por todos los medios no llevarlo a la frontera del Tarajal, o al CETI, nuestro particular volcán en latente estado de erupción.
Bueno, confiemos en que la ciudad esté a la altura del huésped y no despachen los actos con los consabidos fuegos artificiales y las rondallas de bandurrias y guitarras. Me han dicho, pero no lo creo, que mi amigo Jaramillo, hombre creativo donde los haya, quiere hacerlo coincidir con un ensayo general de esa puesta en escena que prepara sobre la conquista de 1415. Habrá pólvora de fogueo y cuchillos de papel de plata. Como en Alcoy. Chirimías y trompetas ensordecerán los parajes de San Amaro. Otra vez lo carnavalesco, sin mejillones, nos sacará del apuro. ¡No sé que haríamos sin Jaramillo!
Termino. Primero con una lamentación un tanto retórica; y segundo, con una recomendación, no tan retórica. ¿No hubo ni una sola voz en ese jurado de doctos, que pusiera sobre la mesa, otra propuesta para que el premio se hubiera derivado a alguna ONG, local o nacional; esas que se las ve y se las desea, como nuestra Cáritas caballa, para paliar tanta indigencia, como estamos padeciendo? Con todo mi respeto al autor de “La fiesta del chivo”, ante un panorama tan desolador, quienes lo propusieron ¿no se sintieron un tanto frívolos? Y ahora la recomendación: lean al peruano, pues le gusta hablar de sus libros. Y no lo confundan con García Márquez. Mejor, ni lo nombren.