Es lo corriente cada día: el malestar personal. Basta atender cualquier medio de comunicación para recibir una lluvia de informaciones, de todo el mundo, en el que la irritación de la gente se muestra claramente e incluso, a veces, de forma sumamente violenta. Las razones que se dan son muy variadas pero hay un denominador común: la gente está sufriendo lo que otras personas hacen. Es la lucha del ser humano contra otros seres humanos. No hay entendimiento a pesar de que no faltan las llamadas a la serenidad y al buen juicio de unas personas hacia otras. Se habla de proyectos que salvarán esas diferencias pero la realidad es que la falta de comprensión es evidente y así resulta que la gente está irritada y se siente desatendida. Parece como si las personas, una a una, no existieran, como consecuencia de la falta de amor hacia ellas.
Es sumamente dura la existencia para muchísima gente y ello exige que toda persona busque la forma de salir adelante. Es la lucha a la que se ve obligada cada persona y los días se suceden unos a otros formando una cadena pesada que inmoviliza o hace sumamente difícil y hasta heroico cualquier intento de liberación de esa horrible carga que aprisiona la mente y la voluntad. El ser humano se ve humillado y totalmente desorientado en este inmenso campo de tortura en el que no hay límites. Por eso es necesario que vuelva a pensar en la valía de su espíritu y que puede convertir en heroica su vida. A la dureza de la vida, alimentada en no pocas ocasiones por la maldad de algunos otros seres humanos, la respuesta personal - la de cada ser humano - debe ser la de hacer valer la gran riqueza y potencia de su espíritu de bondad.
Es necesario que el trabajo ordinario, el de cada día cualesquiera que sean sus dificultades, sea abordado y mantenido con amor y diligencia. No existe cansancio para el alma enamorada de la delicadeza del sufrimiento que otras personas padecen. Aunque se sea consciente de que nuestra capacidad de acción es inferior a la magnitud del problema a resolver, hay que ir con ánimo decidido a aportar nuestro esfuerzo; a él le acompaña la gran fuerza del amor a toda persona que padece. Es la fuerza del alma bien preparada la que hace que el ser humano quiera entregarse por amor y con delicadeza no exenta de firmeza a llevar serenidad y buen hacer a cualquier lugar en el que otras personas - las que sean en cantidad y condición - lo están pasando mal y están faltas de esperanza.
Esa es la exigencia del amor: la entrega fiel y profunda - total - a quienes ven que están dominados por la desesperación. Es la gran fuerza del alma enamorada. ¿Acaso no tienes - o has tenido alguna vez - esa sensación honda, fuerte, noble, generosa a la par que delicada en su forma? Estás a tiempo siempre de descubrir, una vez más, que el ser humano es plenamente espiritual; que todo en su vida tiene raíz fuerte de amor a la verdad, aunque sea mucha la hojarasca que la puede ocultar o disimular. Es necesaria la lucha por la verdad de nuestro ser, de la fuerza del alma limpia que quiere todo lo mejor para los demás; que es desprendida a la par que exigente consigo misma. Esta es la fuerza divina que cada día se ofrece a toda la Humanidad para que la justicia y la paz sean plena realidad.
Por eso, también hay un hoy divino para ti; no esperes a que pase este día en el que tienes dificultades que te agobian. Toda la vida está llena de dificultades que nos atenazan y tratan de entorpecer ese camino divino del amor a los demás, a sus penalidades, a sus llantos, a su falta de esperanza. No lo dudes, hoy puedes hacer que tu camino resplandezca como nunca, más que nunca porque es divino.