Cinco niñas muertas, cinco almas, cinco corazones, en la flor de su vida, segadas por la negligencia de unos impresentables asquerosos, que hasta me atrevería a decir “presuntos asesinos”. Si yo fuera juez o jueza, estos indeseables que consintieron un aforo tres veces al legalizado solo por mor del dinero, ya estarían en la cárcel y no precisamente en un módulo normal, sino en el “puto tubo”, como se dice en términos carcelarios.
Cuando leo en los periódicos o escucho en los telediarios las grabaciones de los móviles, llamando al Samur, llamadas desesperadas de sus niñas amigas... “por favor, que se está muriendo mi amiga, ¡vengan por favor!, ¡vengan enseguida!...”. Yo no he podido evitar llorar a lágrima viva, como lo habrán hecho sus padres, hermanos o seres queridos... o como lo habrá hecho toda España.
Pero la rabia me inundó cuando un trabajador del Samur, según la TV, dice públicamente “yo solo soy un técnico conductor y no es mi obligación atender llamadas de socorro”.
Otro empleado, según la TV, le responde a la amiga de la niña fallecida si ésta había bebido. ¡Tiene cojones la cosa!..., una niña se está muriendo por aplastamiento y le preguntan a su amiga si ésta ha bebido.
Perdonad mi crudeza, ¿pero qué tienen que ver los cojones para comer trigo?
¡Que la lleven al Paseo de Extremadura, es decir, a un kilómetro de distancia del local!, ¡qué poca vergüenza, qué poca profesionalidad!, ¡qué poca humanidad!
Por eso digo, si yo fuera juez o jueza, con todos mis respetos, a nuestra magnífica justicia, estos indeseables estarían “chupando tubo” en el Puerto de Santa María hasta que se murieran de asco.