Si algo habría que mejorar en la justicia no sería la pretendida celeridad, vía tasas, sino que las casitas de chocolate de pederastas como el de Uribarri se llenaran de niños a los que machacar la infancia. Será el ser madre, pero los pederastas me aterran y este reincidente, con su libertad condicional por bandera, que sedujo, abdujo y pervirtió, usándose de ella, al menos a tres menores que se sepa, con las mismas técnicas de la bruja de adobar su misión con engañoso chocolate, sinceramente, me asquea.
No serán las tasas las que nos liberen de maldades jurídicas como ésta, de que un pederasta pervierta en su libertad condicional, no serán ellas las que hagan que los padres de Marta reciban un trozo de paz, ni tampoco las que hagan que la barbaridad de las preferentes , tenga por fin un poco de justicia de su parte. Porque será todo lo contrario, por ejemplo que gente como Elena, divorciada a la que su marido no le paga la pensión y que debe reclamarle hasta para comprarle, a la niña, unos tenis, además de pagarle a la abogada y a la procuradora, con su exiguo sueldo, deberá- ahora, encima- doblarse ante unas tasas. Pero vamos a ponernos en lo bueno, en que se desatasca la justicia, porque claro es que hay muchos pleitos, porque pleiteamos mucho, dicen. No sé ciertamente ustedes, porque lo que es la gente que conozco no lo hace más que cuando no tiene más remedio y yéndose a donde le cuesta menos dinero, digamos que si es por un despido, vía Ere, a los sindicatos y Elena, intentando justicia gratuita y sin conseguirlo. En mi caso les diré que si piso un juzgado es porque no me queda otra, que sale caro, incomodo y gasta tiempo de espera, no porque esté colapsado, sino porque se gestiona mal el tiempo, porque no se pude citar lo que no vas a dar abasto, como en una consulta no se pueden dar más citas de la que el profesional es capaz de atender, mirando con lupa lo que implica cada caso. No creo que tengamos la justicia que nos merecemos y no creo que sea por falta de tasas, las tasas son otra medida para que paguemos, como dijo un tertuliano, porque lo que ya le queda al Estado es ponernos cabeza abajo y sacudirnos los bolsillos hasta que caiga el último céntimo de euro. A la justicia si queremos desatascarla, démosle medios, démosle gente y luchemos por ella, que se cumplan las leyes y que haya gente preparada para hacerlo, que se dote de ordenadores, que se activen las conexiones y que haya cumplimiento, que un juez no se pueda ir a otro destino cuando no ha acabado el trabajo ahí, porque deja el tapón para el siguiente aventurero y que cuando un magistrado no funcione que se eleve una protesta al consejo del poder judicial, para que le pongan los pies en el suelo. No creo en la justicia en mayúsculas, menos aún en la bondad de las tasas, creo en el material humano que se machaca para que su trabajo salga a flote, que le quitan las pagas extras y aún está a pie del cañón, esperando ver esta nueva reforma en qué se queda y haciendo su trabajo manualmente, en malas, malísimas condiciones, a veces, porque se quiere una justicia adobada de decoraciones, pero muchas veces las instalaciones donde trabajan los funcionarios están que se caen a pedazos, con insectos y sin acondicionamiento básico. Dicen que con las tasas va a mejorar la justicia, pero yo creo que así no la mejoramos , sino que la encarecemos, la devaluamos al privilegio de unos pocos y la maquillamos de soberbia para que instiguen y se defiendan quienes puedan y no quienes exijan un derecho legítimo. Lo mismo la ciudadanía nos hemos convertido en niños perdidos en el bosque, niños que no podemos salir de una casita de chocolate porque se nos ha restringido -en muchos casos negado- el uso de la justicia que nos libera, que nos hace personas, recalificándonos en los podemos o no podemos darnos justicia o aspirar a que nos la hagan, en un país que presume en foros de democracia, pero con ciudadanos separados por la no posibilidad de ventilar sus conflictos ante los tribunales, porque antes de hacerlo, debemos rebuscarnos los bolsillos, hacer cálculos y ver si podemos, como un lujo extraordinario, permitírnoslo. Sinceramente, como lo del de Urribarri, me asquea.