Aparcados, al menos de momento y cabe desear que para siempre, mortales episodios de criminalidad en el Príncipe, Ceuta no es una ciudad de asesinatos, secuestros y de alta delincuencia. Sólo nos faltaba eso. Sin embargo ésta no es ya la urbe idílica, pacífica e impávida que tantos echamos de menos, de muchos años a esta parte, por desgracia.
Como me apunta más de un amigo de barriadas, de Puertas del Campo para arriba y hacia abajo existen dos Ceutas. La del centro, venturosa, ornamental, señorial, tranquila y segura en lo que cabe, la de toda la vida, vaya. La otra, la periférica, donde en determinados barrios la intranquilidad, el vandalismo, los robos, los asaltos o incluso la venta de droga delante de una comisaría, marca una imagen negativa tan dañina para la ciudad como para la vida diaria de quienes sufren o temen ser víctimas de esa ola delincuencial.
Que, según Interior, Ceuta ofrezca el mayor porcentaje de incremento en faltas y delitos, este año,e en relación con otras comunidades es preocupante. Ahora que la quema de coches o los atentados y encerronas a los bomberos con fuegos provocados al efecto parece haberse minimizado, vuelven a un primer plano los apedreamientos organizados y los daños a los autobuses de línea en determinados puntos. No sólo es el Príncipe. También ya Juan Carlos I y ahora, incluso, el apacible Benzú.
“No me escondo ante las estadísticas que dan un perfil de lo que está sucediendo”, aseguraba el delegado del Gobierno en la COPE. Hechos ante los cuales, González no se escudaba en el viejo tópico de la inseguridad subjetiva, tangente por la que han tratado de salirse tantas otras autoridades.
Centrándonos en la problemática de los autobuses hay que convenir, y esa es también la opinión del titular de la Delegación, que quienes protagonizan estos actos vandálicos están perfectamente organizados, como lo demuestra el acopio de piedras que almacenan en determinados puntos para arrojarlas después a dichos autobuses o a los vehículos de los agentes del orden.
¿Quienes pueden estar detrás de esto? No cuadra que sean meras gamberradas de cuatro niñatos. Estamos, efectivamente, frente una clara voluntad premeditada de crear una, cada vez mayor, alarma social ante la que caben los más diversos y preocupantes supuestos. Un triste episodio más de los eternos males endémicos de nuestra ciudad. Que vienen de lejos, de la vieja política de dejar pasar a ver si escampa. De que quien ocupe mi sillón después de mí que se las arregle como pueda. Que yo me iré cuando cumpla mi mandato y allá os la compongáis los ceutíes.
Dejadez sí. Dejadez y el no actuar con la energía propia del caso, evitando así conflictos con determinados individuos no vaya a ser que estalle el entuerto. Tiene González Pérez en este terreno por delante un reto muy importante ante una situación que conoce sobradamente y que promete acometer. Valor y energía no le falta. Otra cosa es que le dejen hacer lo que proceda hasta llegar al fondo de la raíz.
Tratándose de menores, la actuación policial tiene sus limitaciones. Otra cosa, como decía el delegado, es llegar a quienes los inducen a atentar. Actuar sobre sus padres o tutores, en su caso, responsabilizándoles y haciéndoles pagar los daños causados por sus hijos. ¿Tanto costaba haber incidido con la constancia y firmeza debidas en esa línea de actuación hace años? ¿Y si esos progenitores son insolventes, al menos en teoría? Esa sería otra. Lo que está claro es que ha llegado el momento de decir basta, ante el peligro que, a diario, sufren quienes viajan en los autobuses, y al recorte de itinerarios ante la imposibilidad de garantizar la seguridad personal de dichos usuarios.
Ya digo que este es otro viejo problema endémico. Tiro de hemeroteca y los datos son evidentes. Año 2009: “La empresa de autobuses denuncia 13.000 euros en destrozos”. Titular de primera de, tal día como hoy, de 2010: “El vandalismo provoca daños a los autobuses por valor de 16.000 euros este año”. Y en página siete: “No se escapa ninguna barriada, desde el Tarajal hasta San José pasando por los dos Príncipes, los autobuses son objeto de daños vandálicos en cualquier punto de la ciudad. Unos atentados que se traducen en rotura de cristales y otros en daños producidos en el interior de los vehículos”. Insisto, año 2010. Y desde entonces, suma y sigue.
¿Vigilancia de las brigadas cívicas en el interior de los autobuses? ¿Escolta policial en ellos? ¿Agentes desplegados en puntos críticos? ¿Miedo a recibir el impacto de una pedrada mientras conducimos nuestro propio vehículo al circular por determinadas zonas? ¿Cómo hemos podido llegar a estos extremos en una ciudad tan pequeña?