Toda persona inicia de una forma concreta la mañana de un día cualquiera de su vida. Es el tiempo y las particularidades suyas que, con frecuencia, llegan a tener bastantes similitudes con las de otros días pero que siempre tienen, también, alguna que otra diferencia; algo que es el núcleo de su actitud ante la vida, ante ese desafío entre el ser o no ser de su voluntad y hasta de su capricho cuando aquella es débil o antojadiza.
A la misma hora de cada mañana, cuando las estrellas todavía brillan con su maravilloso esplendor en la total oscuridad de la noche, hay unas cuantas ventanas,. de las casas de mi entorno, en las que ya asoma la luz interior, indicando así que en ellas hay actividad. Las personas de esas casas ya han dado comienzo a las actividades que les corresponden en una mañana cualquiera, llena siempre de novedades.
Durante la noche, quizás haya llegado a la mente de cada persona alguna idea, como resultado de las inquietudes y problemas que durante el día anterior estuvieron presentes con mayor o menor intensidad, a veces agobiantes y a veces, por el contrario, con una cierta ventana del espíritu abierta a la esperanza. En ésta nueva mañana, una cualquiera que acaba de empezar, se espera que, cuando menos, haya algo que serene el espíritu y motive una actuación personal que no sea ofensiva o desagradable para nadie, en general, o para alguien, en particular, con quien se mantienen diferencias de criterio o de otra especie.
Dejar las cosas así, a capricho de las circunstancias y de la falta de dominio personal, es peligroso; aboca a perder el día, a que no sea constructiva la labor que hay que desarrollar. con perjuicio para otros muchos.
Quizás te haya faltado algo que sea capaz de mover tu espíritu hacia la humildad, a no creerte el amo de la situación aunque sea mucha tu valía.
¿Por qué esa valía se ha de utilizar en machacar a unas u otras personas, en lugar de convencerlas con tus buenas disposiciones de paciencia y afán de servicio? No eches a perder el día que tan prometedor se presentaba esta mañana, a primera hora, cuando las estrellas brillando en la oscuridad te invitaban a lucir serenamente, puntual y ordenadamente, como ellas hacen en el Universo.
Somos muy poca cosa en el mundo que habitamos, tan complejo y lleno de oscuridades; por eso se nos pide, a cada persona, la serenidad de la luz de las estrellas en la oscuridad de la mañana de un día cualquiera. Una serenidad cuajada de humildad,
Algo más tarde, cuando se oyen y leen las noticias que nos ofrecen los medios de comunicación se hace más patente la necesidad de fortalecer nuestro espíritu que se abrió en una mañana cualquiera, la de hoy mismo tal vez, a la realidad en la que estamos inmersos.
No hay que someterse a ese ambiente de desorientación que existe, ni a los caprichos de quienes se creen que pueden disponer, a su antojo, de la vida de los demás y la de los pueblos.
Es necesario combatir todas esas graves ligerezas y para ello es preciso fortalecer nuestro espíritu para inundar de humilde serenidad todo ese viciado ambiente. Es mucho lo que hay que hacer y por ello es muy necesario que nuestro espíritu tenga templanza para que nuestro quehacer lleve a todas partes y ocasiones la luz del amor a la verdad,
En una mañana cualquiera tu alma puede llenar de amor todo cuanto te rodea y tu voluntad alcance.
Para eso hay que llenarse previamente de ese amor por medio de la petición que toda oración a Dios supone.
Sin ello poco podremos hacer porque nos faltará luz, seremos como estrellas apagadas, sin ese brillo que esta misma mañana ofrecían las que se veían en la oscuridad de la madrugada.