Probablemente, las señas de identidad más genuinas de nuestra ciudad sean las huellas de su historia. Nada, salvo el mar, nos rodea de manera tan envolvente y palpable como ellas, pero estando la mayoría de sus actuales pobladores hechos a vivir sobre este espacio, apenas reparan en ese clamor omnipresente. De ahí que sea importante atender a quienes ayudan a mirar.
La pasión por la historia afecta a un determinado tipo de personas atraídas por el sentido de la vida y su devenir, por los vestigios del pasado y por la influencia de estos y de los hechos acaecidos sobre nuestro presente. No hace falta ser historiador para sentir pasión por todo lo que tiene que ver con el origen y la evolución de los grupos humanos. La atracción por la historia la sienten por igual los estudiosos que aquellos que admiran o aman todo lo que concierne a la vida. Es una pasión inspirada por la consciencia y por la necesidad de saber quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. Una pasión casi divina, porque de todos los seres vivos los humanos somos los únicos conocidos con la capacidad suficiente para ser conscientes de ello. La percepción de la historia es, pues, algo más que el conocimiento de una materia y para muchos se convierte en una emoción profunda suscitada por los avatares del ser humano para sobrevivir y por sus esfuerzos para legarnos las circunstancias que heredamos.
En este sentido de conocimiento amplio, el Instituto de Estudios Ceutíes ha venido programando año tras año sus Jornadas de Historia de Ceuta hasta cumplir la XV, celebrada entre los días 25 y 28 del pasado mes de septiembre. Como ya saben, son unas Jornadas que gozan desde hace tiempo del merecido respeto y de la expectación de muchos ciudadanos, hasta el punto de haberse convertido en uno de los acontecimientos culturales periódicos más importantes de la ciudad.
Estas pasadas Jornadas, denominadas “Arqueología en las Columnas de Hércules”, han sido las primeras a las que he podido asistir. Aunque el estar lejos de Ceuta no me impidió conocer el contenido de las anteriores (Actas publicadas, noticias, etc.), el haber tenido esta oportunidad me ha permitido observar el mucho camino recorrido. Las Jornadas han sido un verdadero Congreso científico. Apenas en tres días he tenido la suerte de conocer y de ponerme al día sobre las investigaciones arqueológicas más importantes que en los últimos años se están llevando a cabo en el Circulo del Estrecho y de las conclusiones históricas que a partir de sus resultados se están alcanzando, y todo ello en directo por los propios investigadores responsables de los proyectos. ¿Hay quién de más? Pues sí, de eso se trata.
Escribo estás líneas precisamente para destacar el hecho de que en las propias Jornadas se propició el debate sobre la trascendencia de esta ingente y apasionante tarea de remover la tierra y estudiar lo que bajo ella se esconde y desentrañar el pasado y reescribir la historia hasta donde alcanzar se pueda. Era algo que iba más allá del propio programa, que trascendía sus objetivos, que suponía una revisión del sentido que tanto esfuerzo y tan buenos resultados deberían tener. Al final de la conferencia impartida al alimón por José Manuel Hita y Fernando Villada, el Arqueólogo de la Ciudad, suscitó la reflexión sobre el destino del patrimonio histórico y el valor intangible de conservar los vestigios dejados por las sociedades pretéritas y de fomentar las pesquisas sobre el pasado. Que The Guardian –matizó- dedicara toda una contraportada a un artículo sobre la Cabililla de Benzú y las investigaciones que en ella se realizan fue una noticia sobre Ceuta que de haber querido hacerlo como publicidad no habríamos tenido dinero para pagarla. (Ver The Guardian de 26 de enero de 2006). La expansión de estas noticias se originan por el interés que estos trabajos suscitan y ello repercute en el conocimiento y en la curiosidad por verlo. De esta manera se abría un debate que debería ir más allá del propio ámbito de las Jornadas. Era de esperar que una ponencia titulada “Algo más que cerámicas…” encerrase su cuota de sorpresa.
Claro que esta propuesta de reflexionar parece estar en estos tiempos fuera de lugar. No está de moda debatir y recapacitar sobre el sentido de lo que hacemos o podemos o debemos hacer. Ejemplos no nos faltan: Así la demanda de independencia por el nacionalismo catalán, soportada sobre meros reclamos a los sentimientos y a pasiones inexplicadas, en lugar de plantearse sobre los perjuicios o ventajas del nuevo ente que se quiere construir a partir de la segregación. O así también las vicisitudes con el Euro, porque cuando se decidió su creación no se debatió ni se adoptaron decisiones sobre los efectos que ahora sufrimos ni sobre los mecanismos que deberían haberse establecido para paliarlos. Tantos son los ejemplos que podemos afirmar que la reflexión colectiva son la excepción y no la regla. Estamos en la época de la cultura superficial de los tertulianos. El siglo XX nos dejó agotados con el debate sobre las ideologías y en el lugar de los consensos para agregar intereses se instaló la primacía de los intereses particulares. Y así nos va.
De modo que aquí, en estas condiciones, nos llega una propuesta sobre una cuestión que nos afecta a todos. Porque de no hacerlo se pueden adoptar decisiones que produzcan efectos irreversibles y después solo nos quedaran las lamentaciones; o porque pueden primar intereses ajenos al interés colectivo; o porque perdamos la oportunidad de estar a la altura de rentabilizar (hacer que algo sea provechoso) nuestro fértil y excepcional pasado. Además, en todo caso, teniendo en cuenta el descubrimiento de tantos vestigios en un periodo tan corto y el estar ejecutándose en la actualidad el proyecto sobre el interior de las Murallas Reales, parecen motivos suficientes para plantearnos qué hacer con todo ello.
Tenemos, vamos a ver, que en un espacio tan reducido como el que ocupa nuestra ciudad existe un legado de vestigios que se extienden diacrónicamente hasta el más remoto pasado. Que algunos de esos vestigios son monumentos excepcionales. Que estamos en un lugar estratégico desde el punto de vista geográfico, de modo que por aquí pasaron representantes de una gran parte de las grandes culturas históricas y sus huellas se han superpuesto unas sobre otras. Que los grupos humanos que aquí se asentaron encontraron un lugar privilegiado donde protegerse y al mismo tiempo comunicarse. Que muchas de las construcciones que realizaron eran producto de los conocimientos avanzados de cada época y reflejaban un modo de vida compartido con las formaciones históricas de cada periodo. Que todo ese legado representa la voluntad del ser humano para sobrevivir y perpetuarse. Que la concentración de las huellas del devenir histórico en un territorio tan singular y pequeño es algo muy específico en el panorama universal.
Tenemos, además, que la proliferación de descubrimientos ha obtenido una respuesta ejemplar. Que han sido muchos los esfuerzos y los recursos que se han destinado a su investigación y a su protección y que esto, habiendo sido realizado por una población tan pequeña, adquiere un carácter de ejemplaridad que debería difundirse y convertirse en un referente, si este esfuerzo se mantiene y se explicita su planificación. Que en nuestro ordenamiento jurídico existen leyes que obligan a respetar y a conservar el patrimonio histórico y su cumplimiento también tiene un carácter ejemplar. Que la experiencia que se va adquiriendo, dada nuestra situación, es también un referente para nuestros vecinos y un área excelente para la cooperación. ¿No es todo ello suficiente? Pues no, hay razones más urgentes.
En estos momentos, como ya se ha mencionado, se está ejecutando en el ámbito del Murallas Reales el proyecto de consolidación y adecuación de la Puerta Califal que se encuentra en su interior. Es un proyecto que permite, al tiempo que se realizan las obras, desarrollar las investigaciones necesarias para conocer sus secretos. Y es difícil decir qué es más importante, si lo uno o lo otro. Porque esa colosal muralla que contemplamos rodeada por su singularísimo foso navegable se superpone sobre otras anteriores que han permanecido durante siglos en el silencio soterrado de sus entrañas. Digamos que lo más especial de nuestro patrimonio es el aprovechamiento de las cercas defensivas instaladas en el istmo, superponiéndose unas sobre otras. Su existencia hasta la actualidad resulta un prodigio en el transcurso de la historia. Las restos de las murallas de Roma, por ejemplo, son también el resultado de las intervenciones realizadas en unas épocas sobre las de otras, pero no se componen como las nuestras de grandes lienzos que se van recubriendo con otros nuevos. De manera que ya con lo que en la actualidad sabemos podemos decir que contamos con un monumento excepcional, pero además existen indicios suficientes para pensar que tras los lienzos renacentista y medieval pueden hallarse los de la cerca bizantina. Y por otra parte, que la potencia de todo lo que se encierra en el conjunto no consiste meramente en el exterior de la puerta califal, pues tras ésta se encuentran conservada la arquitectura protectora que daba entrada a la ciudad así como torres defensivas que también pueden ser de épocas superpuestas.
En este escenario resulta imprescindible investigar qué hay verdaderamente tras los lienzos renacentistas y poner en valor su existencia, porque ésta es la esencia de su singularidad. Así lo requerían los pliegos de requisitos que han dado lugar a la contratación de las obras, pues es verdaderamente importante conocer cómo la historia se fue desarrollando en este monumental espacio. Hacerlo asequible sin poder explicarlo puede ser más una obra de parque temático que una de conservación para la admiración y el conocimiento de la historia. Sería tanto como si derrumbáramos, cometiendo un delito contra el patrimonio nacional, parte de la muralla portuguesa y en esa apertura pudiésemos contemplar al aire libre la Puerta Califal. No hacer lo uno o hacer lo otro daría origen a una situación irreversible. De modo que cualquier innovación del proyecto o cualquier improvisación que se lleve a cabo puede dar al traste con tanto esfuerzo para preservar y conocer ese legado que nos ha dejado la historia. De ahí la necesidad de pensar por qué hacemos las obras y cómo queremos conseguir unos resultados que estén a la altura del propio legado. Y por eso, también, habrá que seguir atentamente el desarrollo de las obras.
Pero, además, para aquellos que piensan que nuestras Murallas Reales merecen ser declaradas Patrimonio de la Humanidad, es bueno recordarles que, aparte de la magnificencia o de la singularidad del monumento, su importancia para toda la humanidad radica en reconocer que este legado ejemplifica la esencia de un mismo comportamiento seguido por los grupos humanos, restos que son testigos del ingenio y de la grandeza con las que se manifestó la voluntad de nuestros antepasados para sobrevivir, permanecer y progresar. Si no conocemos bien cómo se llevaron a cabo esos esfuerzos, podremos mostrar los restos del cuerpo físico pero nunca daremos testimonio de su esencia profunda o espiritual. Y ésta, créanme, a partir de nuestro rico legado histórico, tan concentrado en este pequeño territorio, es lo más excepcional que podemos mostrar.