En 1963, Bob Dylan grababa para su álbum ‘Los tiempos están cambiando’, la canción ‘Con Dios de nuestro lado’. En ella, el cantante del estado de Minnesota, planteaba un problema ético de gran envergadura, que ha preocupado desde hace siglos a la conciencia humana, la justificación moral de nuestros actos por la instrumentalización de Dios. En otros términos, menos vinculados con la teología, esta cuestión plantea si el fin justifica los medios. Dicha justificación se atribuye como frase lapidaria a Nicolás Maquiavelo, pero en realidad no se sabe muy bien quién pudo formularla. De lo que estamos seguros es que la famosa frase se refiere a que toda acción, independientemente de su bondad o maldad, quedará justificada por su propósito inicial, que puede encubrir, a su vez, un ‘qué’, un ‘por qué’ o un ‘para qué’.
En días pasados, hemos sido informados exhaustivamente de la reacción en países musulmanes por la exhibición de un vídeo (‘La inocencia de los musulmanes’), que denigraba la figura del profeta Mahoma (‘Dios le bendiga y le de paz’). Las imágenes de los medios audiovisuales, plásticas e impactantes, nos muestran a turbas enfurecidas quemando banderas de Estados Unidos, incendiando vehículos, perpetrando ataques contra embajadas de dicho país y de otros occidentales, con el resultado deplorable y condenable de muertos y numerosos heridos. Ante esta ola de violencia injustificable, ha tenido que salir al paso el Consejo de Seguridad de la ONU para condenarla y exigir a los Gobiernos de las naciones implicadas, su obligación de defender las legaciones extranjeras y garantizar la seguridad de los diplomáticos y el personal que presta sus servicios en ellas.
Los hechos de Bengasi (Libia) fueron de especial violencia, crueldad y barbarie. La mal llamada ‘Primavera árabe’ está comenzando a dar sus envenenados frutos y no nos referimos exclusivamente a los hechos acaecidos que pretenden ser justificados con la publicación del referido vídeo, sino a la deriva que está sufriendo el país desde hace pocos meses tras la caída del régimen de Gadafi. La captura y linchamiento del dictador fue una muestra de que la nueva etapa abierta para los libios no presagiaba nada bueno. Los sectores más recalcitrantes, violentos y reaccionarios están también detrás de la destrucción de mezquitas, santuarios y tumbas sufíes. La persecución y martirio de los sufíes no ha hecho más que comenzar y prueba la siempre sostenida sospecha de que las primeras y últimas víctimas de esa barbarie son siempre los propios musulmanes.
¿Qué demoníaca soberbia impulsa a ciertos musulmanes a convertirse en detentadores de la voluntad de Dios? ¿Cómo es posible que un ser contingente, obra de nuestro Creador, someta Sus designios a la propia ambición, cuyo destino es ser polvo y olvido? ¿Cómo la paja pretende anteponerse al Creador del trigo dictando Sus intenciones? Falta la humildad del hombre sabio y sobra la soberbia del ignorante. Estas y otras interrogantes que me plantean las ideas y las conductas del totalitarismo que se nos quiere imponer, me llevan a considerar una importante crisis de fe, manifestada en este tipo de aberraciones, que puede retrotraer el Islam a épocas oscuras. Los musulmanes deben responder a la infamia con los medios civilizados que tenemos a nuestro alcance, el recurso a la justicia, a la libre y respetuosa defensa de la fe, no exclusivamente para nosotros, sino para todos. Se nos ha dicho que la soberbia es la matriz de los más execrables pecados y observamos sin reaccionar de qué forma extiende el oscurantismo, el odio y el crimen.
Esos falsos abanderados de la dignidad del profeta (‘Dios le bendiga y le de paz’) pervierten sus palabras y su mensaje, arrastrándolos con la iniquidad de sus acciones, pero la verdad profunda atesorada en su legado prevalecerá sobre ellos, porque nuestra fe no surgió para imponerse por la violencia, sino para ser propuesta a través de la razón y del diálogo, para ser llevada a todos por la fuerza de la convicción en la libertad de pensamiento con que Dios nos ha regalado y el supremo bien del amor a los hombres en el que todos debemos reconocernos.
En días pasados, hemos sido informados exhaustivamente de la reacción en países musulmanes por la exhibición de un vídeo (‘La inocencia de los musulmanes’), que denigraba la figura del profeta Mahoma (‘Dios le bendiga y le de paz’). Las imágenes de los medios audiovisuales, plásticas e impactantes, nos muestran a turbas enfurecidas quemando banderas de Estados Unidos, incendiando vehículos, perpetrando ataques contra embajadas de dicho país y de otros occidentales, con el resultado deplorable y condenable de muertos y numerosos heridos. Ante esta ola de violencia injustificable, ha tenido que salir al paso el Consejo de Seguridad de la ONU para condenarla y exigir a los Gobiernos de las naciones implicadas, su obligación de defender las legaciones extranjeras y garantizar la seguridad de los diplomáticos y el personal que presta sus servicios en ellas.
Los hechos de Bengasi (Libia) fueron de especial violencia, crueldad y barbarie. La mal llamada ‘Primavera árabe’ está comenzando a dar sus envenenados frutos y no nos referimos exclusivamente a los hechos acaecidos que pretenden ser justificados con la publicación del referido vídeo, sino a la deriva que está sufriendo el país desde hace pocos meses tras la caída del régimen de Gadafi. La captura y linchamiento del dictador fue una muestra de que la nueva etapa abierta para los libios no presagiaba nada bueno. Los sectores más recalcitrantes, violentos y reaccionarios están también detrás de la destrucción de mezquitas, santuarios y tumbas sufíes. La persecución y martirio de los sufíes no ha hecho más que comenzar y prueba la siempre sostenida sospecha de que las primeras y últimas víctimas de esa barbarie son siempre los propios musulmanes.
¿Qué demoníaca soberbia impulsa a ciertos musulmanes a convertirse en detentadores de la voluntad de Dios? ¿Cómo es posible que un ser contingente, obra de nuestro Creador, someta Sus designios a la propia ambición, cuyo destino es ser polvo y olvido? ¿Cómo la paja pretende anteponerse al Creador del trigo dictando Sus intenciones? Falta la humildad del hombre sabio y sobra la soberbia del ignorante. Estas y otras interrogantes que me plantean las ideas y las conductas del totalitarismo que se nos quiere imponer, me llevan a considerar una importante crisis de fe, manifestada en este tipo de aberraciones, que puede retrotraer el Islam a épocas oscuras. Los musulmanes deben responder a la infamia con los medios civilizados que tenemos a nuestro alcance, el recurso a la justicia, a la libre y respetuosa defensa de la fe, no exclusivamente para nosotros, sino para todos. Se nos ha dicho que la soberbia es la matriz de los más execrables pecados y observamos sin reaccionar de qué forma extiende el oscurantismo, el odio y el crimen.
Esos falsos abanderados de la dignidad del profeta (‘Dios le bendiga y le de paz’) pervierten sus palabras y su mensaje, arrastrándolos con la iniquidad de sus acciones, pero la verdad profunda atesorada en su legado prevalecerá sobre ellos, porque nuestra fe no surgió para imponerse por la violencia, sino para ser propuesta a través de la razón y del diálogo, para ser llevada a todos por la fuerza de la convicción en la libertad de pensamiento con que Dios nos ha regalado y el supremo bien del amor a los hombres en el que todos debemos reconocernos.