Volvió a abrir la caja de Pandora con un gesto de sinceridad impulsiva, de esos que gusta usar a una de las mejores políticas que ha dado la democracia española, Esperanza Aguirre , de los pocos políticos que se encuentran en lucro cesante por ejercer política, tan amada por la derecha, como odiada por la progresía.
Esta mujer no deja a nadie impasible con sus afirmaciones, a veces acierta y otras no tanto, pero no da puntada sin hilo, y además tiene la habilidad de soltar en una sola frase cuáles son sus verdaderas intenciones. Siempre le acompañan la moderación y la templanza, pero a veces, sus afirmaciones espolean a la progresía como si fueran un revulsivo. La última de estas aseveraciones: “Se tienen que terminar los subsidios, las subvenciones y las mamandurrias“ a tenor de la información que recibía sobre la elevada prima de riesgo, ha provocado que muchos fingidores se lleven las manos a la cabeza, los mismos que protestan por recortes que quieren aplicar a los demás, pero no a si mismos.
Hace muchísimo tiempo que se acabaron las vacas gordas para aquellos que las disfrutaron; y ahora, que no tenemos ni vacas, somos todos, incluso los que nos comportamos económicamente responsables, los que tenemos que pagar el festín que se dieron banqueros, especuladores, malos gobernantes, y un segmento social que se dedicó al fraude sistemático de ayudas sociales al amparo de otros que si lo necesitaban verdaderamente.
Todos conocemos de sobra historias sobre el enorme fraude social que hay en España: PER a acaudalados agricultores o a gente que ni siquiera ha pisado el campo, ayudas a jóvenes agricultores que transforman simples casas de aperos en lujosas casas de campo, ayudas a la rehabilitación de viviendas rurales para “hoteleros emprendedores”, que acaban, misteriosa y exitosamente, todo el año ocupadas, parados que se niegan a movilizarse puesto que percibirían lo mismo trabajando que sin trabajo, el sin fin de pensiones y subsidios a personas que no han aportado ni un solo céntimo al sistema de pensiones, puesto que todo lo que han ganado lo han hecho en negro… y un sinfín de casos más, que se podría resumir en la nefasta y perniciosa frase que tantas veces hemos escuchado: “el que no roba es que es tonto”. Porque, no olviden que, engañar al Estado para percibir ayudas de forma injusta es robar. Si alguien no está de acuerdo con eliminar estas mamandurrias, es que se beneficia de ello, y por lo tanto es un randa empedernido, aquí y en Pekín.
Entre las mamandurrias también están los 200.000 casos de fraude descubiertos con las tarjetas de seguridad social, o el turismo sanitario, o el sinfín de puestos de trabajo inútiles que garantizan el clientelismo político, que en el lacerante caso de Andalucía llegan, al menos, a los 35.000 puestos, o la nula vigilancia sobre la fiscalidad en los alquileres de verano que en nuestra comunidad vecina llega a las centenas de millones de euros, o los 1400 millones de euros que avezados gobernantes socialistas andaluces gastaron en rabizas y cocaína según refiere el hasta ahora único presunto en prisión.
Lleva razón nuestra avezada política cuando tilda de mamandurrias a los desdenes de un Estado que por culpa de unos malos gobernantes, bajo el pretexto de ser justos con los más necesitados, acabaron siendo tremendamente injustos con la clase media española.
Estoy con usted, Esperanza, se acabaron las mamandurrias; pero ahora, dígame ¿Por dónde empezamos a cortarlas? l