Ya he escrito antes sobre Guadalupe y los 30 pueblos extremeños que pertenecen al Arzobispado de Toledo. Y también lo han hecho escritores, personalidades, organismos, instituciones, asociaciones, etc. Pero todo sigue igual, pese a tratarse de un problema que es de fácil, justa y urgente solución. La jerarquía eclesiástica ni solucionada nada ni contesta al clamor popular extremeño, o lo hace con tácticas dilatorias y respuestas malhumoradas. Y es que, como dijo Tácito: “Quien se enfada por una crítica, está admitiendo que la merecía”. Y así llevamos ya desde 1.222, o sea, 790 años.
Esas 31 poblaciones extremeñas dependientes de Toledo, son algo así como un Gibraltar toledano en territorio extremeño; o ganas de obligar a los feligreses de esos pueblos a tener que acudir a Toledo para poder gestionar y resolver sus problemas religiosos, pese a que su residencia y su corazón los tengan puestos en su querida tierra extremeña.
¿Por qué han de ocasionárseles tantos problemas y perjuicios sin justificación alguna?¿Y por qué tanta incomprensión humana por quienes están llamados a curar almas con la más humana comprensión?. Pues porque los extremeños somos gente sencilla, pacífica y noble que nunca hemos dado problema alguno a la Iglesia.
¿O es que alguien se puede imaginar que la discriminación que sufrimos desde hace tantos siglos podría darse con el Monasterio de Monserrat en Cataluña o con la Basílica de Loyola en el País Vasco?. No, eso se ha dado sólo en Extremadura en cuatro ocasiones, al menos:
1ª.- Cuando el año 1.120 el Papa Calixto II, por bula “Omnipotentes dispositione”, concedió al obispo gallego Gelmírez trasladar el arzobispado de Mérida a Santiago con el pretexto de tener allí mejor protección, pero que en realidad fue para que su amigo el rey de León Fernando II pudiera contar con una sede arzobispal que hasta entonces Galicia no tenía. 2ª.- Cuando en 1.230, para reparar tan tremenda injusticia anterior, el Papa Gregorio IX ordenó, por bula de 29-10-1230, la restitución a Mérida de la sede de su antigua Metrópoli de la que diez años antes se le había desposeído, pero que el posterior arzobispo compostelano, D. Bernardo, desobedeciendo abiertamente al Papa, se negó a devolverla, quedándosela ya para Galicia durante 874 años, en perjuicio de Extremadura, hasta que en 1.994 la recuperara.
3ª.- Cuando en 1.939, una simple Orden del Almirante Carrero Blanco cambió la celebración del día de la Hispanidad al día del Pilar en Zaragoza, pese a que en 1.928 la Virgen de Guadalupe había sido antes coronada Reina de la Hispanidad por el Cardenal Primado, Segura, como legado de Pío XII y en presencia del rey Alfonso XIII, habiéndose usurpando así a Extremadura el patronazgo de la Hispanidad, con el beneplácito eclesial.
4ª.- Cuando tras el Concordato de 1851, se segregaron de Toledo las siguientes diócesis: Madrid y Alcalá en 1885 por bula “Romani Pontífices Predecesores” de León XIII; Ciudad Real, en 1877, por bula “Romanorum Pontificum” de Pablo VI; Albacete, en 1949, por bula de Pío XII, “Inter. Precipua”; Jaén se segregó en 1954, por Decreto “Maiori Animarum Bono”; Guadalajara, en1959, por bula de Juan XXIII; Córdoba, en 1959 se reestructuró por Decreto de la Santa Sede, pasando a la de Badajoz el arciprestazgo de Castuera, algunos pueblos a la de Coria-Cáceres y el arciprestazgo de Montánchez, en razón de sus respectivos domicilios. Y todas las diócesis de nueva creación desde dicho Concordato se adscribieron a los territorios de las respectivas regiones civiles. Sólo quedan por segregar Guadalupe y los 30 pueblos.
Hay un proverbio religioso que dice: “Lo que a Roma va, como va, de Roma viene”. Y lo escribo con todo respeto y con la mayor humildad de fiel cristiano; pero, ¿por qué no se impulsa ya este asunto de una vez por todas?. ¿Hasta cuándo vamos a tener que seguir esperando los extremeños?.