El cómo controlar a los menores transfronterizos ha sido siempre una de las patatas calientes del Gobierno. Desde que se asumieran unas competencias que parecían ser golosas porque eran rentables, hemos asistido a un auténtico drama. De los problemas huye cualquier político y aquí no iba a ser menos. Cuando la inmigración infantil que nadie preveía fue una realidad y sangrante, aquellas competencias tan reclamadas se convirtieron en una auténtica pesadilla y todavía hoy seguimos llorando a Madrid por nuestra situación y seguimos actuando a golpe de palos, bien vengan del Defensor del Pueblo o bien de una Fiscalía harta de advertir por la vía diplomática que las cosas no se están haciendo bien.
Los MENA que nos entran por una frontera que es un auténtico cachondeo terminan formando parte de la infinita lista de adolescentes o niños a los que hay que dar una asistencia. No todos son unos benditos que quieran formarse y que se plieguen a las directrices que marca el Área, los hay también que forman parte de ese círculo díscolo, que se pasa las normas por donde usted y yo sabemos y que se dedica a pasar el día y la noche vagabundeando, participando en delitos y consumiendo disolvente y alcohol.
La Ciudad puede decir eso de ¿y qué hacemos si no podemos obligar a estar en el centro? También se les podría preguntar otra cuestión: ¿cómo es que hay puntos concretos de venta de alcohol a estos menores sin que exista un debido control policial? Los propios MENA cuentan dónde compran el alcohol -y no precisamente cerveza-... ¿ahí no tiene competencia la Ciudad para hacer que la Policía Local vigile estos puntos?, ¿qué hacen esos menores consumiendo alcohol, en qué derivan sus comportamientos?
No hay que irse muy atrás en el tiempo para recordar cómo en plena procesión de la Amargura el 061 se tuvo que llevar a uno de esos supuestos tutelados, que entra y sale por la frontera cuando le da gana, con casi un coma etílico. 24 horas después ese menor se vanagloriaba de su hazaña y esperaba otra procesión para seguir consumiendo alcohol o llevar a cabo actuaciones que deberían ser controladas.
Ahí ya no nos podemos lavar las manos porque es un asunto que se nos puede descontrolar. La ristra de propuestas, de titulares, de advertencias para controlar esta situación requiere de intervenciones rápidas. Que un MENA se ponga borracho porque un establecimiento le vende alcohol y que ese mismo MENA entre y salga por el Tarajal como le da la gana creo que es lo suficientemente importante como para que se dicten las directrices oportunas para que se pongan en práctica más allá de una intervención ante periodistas ávidos de ofrecer titulares.