Nos ha salido un senador pinturero. El popular Jesús Aguirre se descolgaba el lunes con unas declaraciones sobre el futuro sanitario que, ciertamente, me extraña que hayan pasado sin pena ni gloria. Y es que el tono del parlamentario no es, ni mucho menos, el más adecuado. En unos momentos de crispación social no se debe andar con jueguecitos de si antes contábamos mentiras y ahora contamos medias verdades y ¿mañana?, a saber qué pasará. Aguirre nos contaba eso de que, ahora, toca “bajar a las trincheras y cogerse los machos” porque no se puede hablar de “solidaridad” y “universalidad” en el Sistema Nacional de Salud. Y también nos decía que eso de hablar de gratuidad... como que no. “Una vez superadas las elecciones generales y las andaluzas los políticos deben decir lo que de verdad piensan aunque sea políticamente incorrecto”. El senador ha descubierto la gran verdad que a los políticos tanto escuece reconocer: que mienten más que hablan, que prometen propuestas irrealizables cuando mendigan el voto, o que rellenan sus programas de mentiras bien disfrazadas. Existe, así, sin rechazo alguno, una falta de ética y de respeto a la ciudadanía que convierte la clase política en una degradación continuada de lo que no debe hacerse. Aguirre no ha hecho sino poner de manifiesto un nivel político al que estamos acostumbrados. Nos mienten a la cara pero parece que no nos importe. Se cargan los mínimos derechos sociales que parecían intocables, y la sociedad continúa adormecida.
El alegre senador, que se salta la línea de lo permitido mientras su partido mira hacia otro lado viéndolas pasar intentando que no haya demasiadas tempestades, se ríe del sistema,se jacta de las mentiras del partido, de las promesas de campaña y amenaza con la imposición de mano dura, del regreso al sistema de privilegios, de clases sociales, de grupitos de beneficiados y demás historias. Y si nos ponemos, el senador Aguirre podría sacar el debate que en nada interesa a la clase política: ¿para qué narices sirve la Cámara a la que él representa? A cogerse los machos en el Senado también, ¿no, señor Aguirre?