Las quejas ya se han hecho públicas. Así que el gerente ya no puede hacerse el tonto, mirar hacia otro lado como acostumbra a hacer y fingir que nada pasa. El juzgado número 4 es una bomba de relojería. Y no lo dice la prensa amarillista, tendenciosa, alarmista que efectúa un linchamiento mediático por sistema, que va. Lo dice quienes lo padecen, los que ya no saben qué inventar para intentar sacar el trabajo adelante. Que un juzgado no funcione como debe es malo. Malo para la imagen global de la justicia en la ciudad pero malo, también, para el ciudadano, que es el que puede convertirse en víctima de este círculo vicioso. Y malo, por supuesto, para los funcionarios que allí trabajan, que tienen que sacar adelante más asuntos y pueden ser objeto de las críticas de aquellos que tienden a pagar con quien no deben el mal funcionamiento de la cadena. Ser funcionario, hoy por hoy, en el número 4 es toda una tortura. Pero lo es porque alguien no está haciendo bien su trabajo, velando porque las cosas funcionen como deben hacerlo.
La Junta de Personal del sector Justicia ha sido clara en sus críticas y ha apuntado directamente a la figura de la Gerencia Territorial, que es la que debe preocuparse de que los órganos judiciales funcionen adecuadamente y dispongan de los recursos que estimen adecuados. En toda esta historia, que no ha hecho sino empezar, a la Gerencia no se le ha visto. Me recuerda al mítico episodio de las pulgas en el Palacio de Justicia, que como no le picaban al gerente éste pasaba del plante sindical y de las protestas de los trabajadores hasta que se manifestaron a las puertas de los juzgados. ¿Cómo se permite que los problemas engorden sin poner antes las medidas adecuadas?, ¿por qué se ha llegado al punto de que los funcionarios del número 4 no puedan más, sufriendo una situación laboral que amenaza con ser insostenible? La justicia no es un juego, porque de su buen funcionamiento dependemos todos. Y el caso que nos ocupa es para llevarse las manos a la cabeza.