La psicología define como patológica una conducta desviada cuando sus efectos complican o dificultan la vida del sujeto o de su entorno. Bien podríamos aplicar este método de calibración para catalogar la soberbia que exhibe el Presidente de la Ciudad desde su imagen de falsa humildad. Su peculiar estilo, taimado, sibilino y cínico, no impide reconocer una crueldad inmisericorde con todo aquel que ha osado, si quiera ligeramente, cuestionar alguna de sus innumerables decisiones erráticas. El paso del tiempo va haciendo cada vez más patente en su forma de actuar las características propias de un gobernante ególatra, caprichoso y maniático. La diferencia es que, hasta ahora, las víctimas se reducían al ámbito partidario o personal. Un somero repaso al reguero de cadáveres entre sus teóricamente conmilitones o amigos nos ofrece un diagnóstico tan inapelable como impresionante. Sin embargo las consecuencias de su exceso de vanidad ya han comenzado a perjudicar al conjunto de la ciudadanía. Estamos ante una patología que demanda una urgente terapia. La semana pasada hemos sufrido una clara manifestación de esta enfermedad con motivo del incremento de la tarifa de Auto-taxis.
Durante la campaña electoral, el Presidente se comprometió con algunos representantes del gremio a revisar al alza las tarifas del servicio de Auto-taxis. Él tiene la convicción de que el sector del taxi, por su contacto directo y asiduo con muchos ciudadanos, es un agente generador de corrientes de opinión y por eso se esmera en tenerlo contento. En cumplimiento de su compromiso, elevó al Pleno un incremento de la carrera mínima de un diez por ciento, además de una subida del kilómetro recorrido en poco más de un seis por ciento, y la implantación de un nuevo suplemento (de un euro con veinte céntimos) por llevar animales domésticos. La subida es, desde todo punto de vista, desproporcionada. El incremento del IPC desde la última revisión de tarifas ha sido de cinco puntos. La subida impuesta por el PP, dobla el incremento del coste de la vida. No parece lo más recomendable elevar desorbitadamente el precio de un servicio público en momentos de crisis, en los que muchas familias ceutíes atraviesan por enormes dificultades. La única justificación a la se que podían agarrar, consistía en apelar al aumento de los costes de explotación del taxi. Así lo hicieron. La subida del precio del combustible avalaba la propuesta. Sin embargo, por descuido, negligencia o incompetencia, el Gobierno no había caído en la cuenta de que el sector del taxi se ve afectado por la reciente ley que regula la bonificación de las cuotas a la seguridad social, tanto para autónomos como para asalariados. Esto quiere decir, que a partir de enero, van a tener un ahorro del cuarenta y tres por ciento en las cotizaciones, lo que compensa, con muchas creces, el aumento del precio del gasoil. Así se lo indicó el grupo Caballas en el transcurso del debate plenario. Los gestos de estupefacción de los concejales del PP más sensatos fueron taxativamente elocuentes. Lo razonable, una vez advertido el error, hubiera sido evitar a los ciudadanos una subida salvaje de un servicio público, cuya justificación había quedado palmariamente desacreditada. Pero cuando la soberbia lo ocupa todo, corregir es claudicar. Inaceptable para quien se siente en otra dimensión. Aprobaron las nuevas tarifas. A partir de ahora, cuando un ciudadano pague una carrera de taxi, debe saber que el precio lleva incluido un suplemento por soberbia.
Lo peor es que no se trata de un hecho aislado. Quienes rodean al Presidente comprueban con gran preocupación cómo este tipo de actitudes se suceden con excesiva frecuencia. El trastorno se agudiza. La falta de confianza es generalizada y las murmuraciones críticas se prodigan. “Se le ha ido la olla” es la frase más repetida en el entorno presidencial. Pero temerosos de la furibunda reacción, todos callan en su presencia y permiten que los disparates sigan su curso. Un ambiente muy parecido al que se respira en los estertores de los regímenes dictatoriales.