La decrépita democracia española sobrevive a duras penas a un cúmulo de patologías que desvirtúan sus fundamentos hasta convertirla en un extraño régimen de competencia mediática en el que prevalece, por encima de cualquier otra cualidad, la capacidad de engaño. El creciente desencanto, expresado de manera virulenta por los sectores más inquietos de la sociedad, es un síntoma inequívoco de decadencia que no debería pasar inadvertido. Mientras este incipiente movimiento se extiende entre las conciencias más jóvenes, los partidos que controlan el oligopolio ideológico (PP y PSOE), unen sus fuerzas para abortar cualquier pretensión de regeneración, procurando blindar su poder (privilegios) para prolongar indefinidamente su hegemonía.
Una de las trampas dialécticas que mayores réditos les ha reportado en el desarrollo de esta estrategia es la que podríamos denominar “el timo de las siglas”. Consiste básicamente en embaucar a la ciudadanía apelando a los sentimientos mediante la exhibición de unas siglas que representan un ideario noble; y una vez succionada la confianza de los incautos, aplicar una política radicalmente opuesta a los intereses de sus votantes. El PSOE ha alcanzado el rango de excelencia en la práctica de esta indecente disciplina. Son ya muchos años acumulando experiencia.
El requisito insoslayable para garantizar la eficacia del truco es el cinismo impenitente de sus oficiantes. Es preciso tener un callo de notable envergadura en el alma para dirigirse una y otra vez a los ciudadanos con disimulada convicción, sabiendo perfectamente que les están mintiendo con saña hasta una insultante falta de respeto.
Cuando huelen a urna, los acomodados aliados de la derecha se transmutan en aguerridos defensores de las clases populares. Efecto éste que se desvanece automáticamente con el escrutinio electoral.
En esta ocasión el engaño ha rebasado el límite de lo soportable. A cualquier persona mínimamente decente le tiene que provocar nauseas oír al PSOE reclamándose de la izquierda y pidiendo el voto a los trabajadores. En dos mil ocho, se presentó a las elecciones enarbolando la causa obrera. Los socialistas, decían, eran la garantía del sostenimiento del estado del bienestar y de la defensa de los derechos sociales y laborales. Durante esta legislatura, este mismo partido, ha congelado las pensiones, ha reducido el sueldo de los empleados públicos, ha abaratado el despido, ha debilitado la negociación colectiva, ha precarizado más la relación laboral (suprimiendo la limitación del encadenamiento de contratos temporales); y como colofón, ha modificado la Constitución sin consultar a la ciudadanía para reducir la capacidad de intervención del estado en la economía.
Este breve catálogo de agravios inhabilita moralmente al PSOE para pedir el voto a las clases populares. ¿Tiene esto algo que ver con la izquierda? Los responsables de tan estridente traición deberían desaparecer definitivamente de la vida pública. Pero no pueden. Se juegan el sueldo. Por eso recargan el depósito de su infinita hipocresía y se vuelven a mostrar como almas cándidas luchadoras por la libertad y la igualdad. Como si nada de lo que ha sucedido guardara relación con su política reciente.
El PSOE de Ceuta se ciñe rigurosamente a este guión. Resulta sarcástico en grado superlativo que esta travestida formación política se queje de que Caballas se presente a las elecciones generales porque va a dividir el voto de la izquierda. En primer lugar porque fue el propio PSOE el que se opuso frontalmente a la posibilidad de articular un proyecto unitario de izquierdas para Ceuta. Pero es que, además, la trayectoria de la actual dirección del PSOE (surgida de un Congreso adulterado) es un brillante paradigma de perversión ideológica. Se ha comportado como un complaciente lazarillo de la derecha, contribuyendo poderosa y eficazmente a profundizar en un modelo de ciudad dual, en la que los poderosos refuerzan continuamente sus privilegios y los segmentos más débiles de la población sufren un castigo cada vez mayor.
La férrea alianza fraguada en nuestra Ciudad entre PP y PSOE ha logrado superar la obscena cifra de once mil parados.
Han conseguido depauperar el sistema educativo hasta situar el fracaso escolar en cotas escandalosas. Pero quizá mejor que seguir enumerando agravios, será poner un ejemplo que ilustra con claridad la monstruosa política de contrastes.
Han invertido casi doscientos millones de euros en construir una macro prisión de doscientos cincuenta mil metros cuadrados para devolvernos la condición de ciudad-presidio, y no han sido capaces de construir ni un solo centro docente. Pero ahora, durante dos meses, sólo durante dos meses, se disfrazan de progresistas y recorren los medios presumiendo de ser adalides de los desfavorecidos. Auténticamente repugnante.