La facilidad para interiorizar la fatalidad es una de las características más significativas de las que configuran la peculiar personalidad del pueblo de Ceuta. Es la consecuencia de un notable déficit de autoestima, que nos priva del indispensable espíritu de lucha que se precisa para solventar los desafíos a los que se enfrenta el conjunto de la sociedad. Se podría asegurar que los ceutíes piensan que es imposible cambiar el curso de los acontecimientos que va dictando un esotérico destino inexorable. Ante cualquier adversidad a penas oponemos un efímero lamento que siempre precede a la resignación más estéril y vergonzante. Somos incapaces de transformar la indignación en energía social positiva. De este modo, los problemas se eternizan convirtiéndose en males crónicos. Si retrocediéramos treinta años en el tiempo, las inquietudes de los ceutíes de aquella época no serían muy diferentes de las actuales.
El Gobierno de Juan Vivas conoce perfectamente esta cualidad de los ceutíes y la explota en su provecho maravillosamente. Por ello no se preocupa lo más mínimo por abordar las calamidades estructurales que ya forman una parte, hasta entrañable, de nuestro paisaje. Sabe que el conformismo de un sector muy amplio de la ciudadanía lo exonera de responsabilidad política en la perpetuación de los problemas.
Este verano hemos vuelto a sufrir, en su versión más descarnada, una de estas situaciones. Los “apagones”, habituales y frecuentes en diversas zonas de la Ciudad, alcanzaron uno de sus puntos álgidos con un corte de suministro generalizado que duró ocho horas aproximadamente. Un deprimente indicador de atraso. Al considerable trastorno funcional y las cuantiosas pérdidas económicas, se añade el no menos importante impacto psicológico de sentirnos desplazados del siglo en el que viven nuestros compatriotas. Este frustrante percance no es fortuito, ni impredecible, ni inevitable. Más bien al contrario, es la consecuencia lógica de una realidad indecente conocida y consentida por la administración local en culpable connivencia con sus responsables directos.
La empresa privada que distribuye la energía eléctrica presta un servicio público esencial para la colectividad en régimen de monopolio. Los veintinueve mil usuarios están secuestrados, obligados a pagar sin rechistar las facturas abusivas que les impongan so pena de ver cortado el suministro. No hay alternativa. La facturación está garantizada. Los beneficios netos de la empresa se sitúan por encima de los once millones de euros (datos del año dos mil diez). Un escándalo. Los mil ochocientos millones de pesetas anuales salen de los bolsillos de los ceutíes e ingresan directamente en las cuentas de unos empresarios foráneos que disfrutan de este privilegio gracias a una concesión del dictador Franco. No existe el menor compromiso con esta Ciudad. Ningún interés en dotar a Ceuta de un servicio moderno y de calidad acorde con los tiempos. Sólo una voracidad desmedida por el beneficio a costa exprimir cruelmente a los clientes. La inversión brilla por su ausencia. Los equipos e instalaciones no reúnen los requisitos mínimos exigibles a un servicio que genera tan fabulosos beneficios. Si se hace una somera revisión de las instalaciones eléctricas de nuestras barriadas, llegaremos a la conclusión de que lo realmente asombroso es que no haya más desgracias.
¿Qué respuesta ha dado el Gobierno de Juan Vivas a esta lacerante obviedad durante sus más de diez años de mandato? La nada más absoluta. No se conoce ni una sola iniciativa del Gobierno de la Ciudad tendente a disciplinar a la empresa, exigir la modernización del servicio y proteger a los consumidores. Cuando la opinión se solivianta más de la cuenta (normalmente como consecuencia de los cortes de suministro), el Presidente extrae de su ordenador personal (de la carpeta “problemas crónicos”) la nota de prensa prefabricada para estas ocasiones, en la que se identifica con el enojo de la población, nos hace partícipes de su enorme preocupación y concluye anunciando al apertura de un expediente informativo. Paripé cumplido. Vuelve la tranquilidad, aunque nada cambiará. El Presidente sabe que los apagones no harán mella en su electorado, que es lo único que verdaderamente le importa.