El fracaso de una sociedad se mide en la incapacidad de ésta para afrontar problemas y solventarlos. Es una responsabilidad común que no debe diluirse en lo general y difuso. Todos contamos. Y en los últimos tiempos asistimos impasibles al fracaso de nuestra sociedad porque simplemente entendemos una lógica; “en tanto en cuanto no me afecte, no me importa”. El individualismo, el utilitarismo, la división identitaria y la bipolaridad que ello conlleva han evacuado de nuestro acervo principios como el de solidaridad, respeto, y sobre todo, hemos perdido el sentimiento de participación ajena que nos reporta la empatía, factor importante de cohesión social.
Yo no conocía personalmente al joven asesinado y desconozco cuáles son las circunstancias que han rodeado tan infame hecho ni los entiendo, sólo conozco el resultado. Joven muerto que deja viuda y un par de hijos.
Tampoco alcanzo a recordar por qué asesinaron también a la anterior víctima a ésta, tan sólo recuerdo dolor y más familias destrozadas.
Creo que, tampoco me corresponde a mí hablar de ello. Pero sí asumo mi responsabilidad como sujeto social y reflexiono sobre unos hechos, que desgraciadamente se vienen repitiendo en el tiempo con demasiada frecuencia y que afecta de sobremanera a mi colectivo.
Recuerdo que Malcolm X, en múltiples de sus conferencias y artículos que he podido leer, siempre hablaba de la necesidad de amarse. Quererse como colectivo y respetarse antes de cualquier lucha. Antes de cualquier demanda. Condicionaba la lucha por los derechos civiles a ese respeto como colectivo. Sin ese sentimiento previo, cualquier camino que se iniciase estaba abocado al fracaso. Comparto a pies juntillas este argumento. Es necesario amarse.
Los resultados de una administración incompetente y de una sociedad indolente ante los problemas de sus ciudadanos son atroces y obscenos. No debemos permitir caer en el error en desafectar de nuestra conciencia estos hechos. No debemos permitir caer en el error de calificarlos como un “asunto de ellos”. ¿Es que acaso la muerte de una persona genera mayor o menor respuesta en función de dónde se produzca o quién la sufra? Echo de menos un clamor social contundente, y si los vecinos del Príncipe tienen miedo, apoyémoslos todos los demás. Gentes del centro, de la periferia, humildes, acomodadas y de todas las confesiones en un cuerpo social único.
Caminemos conjuntamente con ellos. Aceptemos el problema como un problema de todos. Sólo así, podremos evitar más desgracias.
No puedo, ni debo esconderme en estos momentos. Es por ello que quiero denunciar esta indiferencia que nos esclaviza y nos separa. Que nos hace vulnerables y nos cataloga entre afortunados y desgraciados. No puedo escapar de lo que soy, de la responsabilidad que me ha tocado vivir, es ello precisamente lo que me define. Y no puedo tolerar que esta muerte quede en un solo dato estadístico más. No es cierto. Algo está fallando y pensar, o decir lo contrario es engañarse y refugiarse en la mentira para vivir sin ese cargo de conciencia que debemos compartir como sujetos sociales que comparten un mismo espacio.
No es una cuestión de ellos. Basta ya de hipocresía y de cinismo. Basta de premios de convivencia y parafernalias. En la medida en que nos alejamos de ese sentimiento de participación ajena, nos deshumanizamos, y no somos dignos de hablar de ciudadanía, sociedad y pueblo. Permitir la institucionalización del delito porque simplemente les afecta a “ellos” supone cercenar de raíz cualquier proyecto de futuro común. Fracasamos TODOS.