Hoy es el día. Don Juan toma posesión del cargo de presidente de la Ciudad. Detrás el apoyo de miles de personas que le votaron, aupando al PP a una nueva mayoría. Detrás también otros miles, en menor cantidad, de ceutíes que no le dieron su apoyo, y que han dado forma a una oposición desmembrada. Los de Caballas, que todavía parece que no tienen conciencia de ser una coalición y andan enfrascados en guerrillas de patios de escuela, y los del PSOE, a los que les queda mucho camino por recorrer. Este es el panorama que se nos presenta para una legislatura en la que el Gobierno y la oposición deben saber, dentro de sus posibilidades, qué labor mostrar al ciudadano. Y ahí, en el epicentro de todos, tenemos a don Juan. ¿Con qué tono va a afrontar el pastelón que se le viene encima? Don Juan es persona de no querer problemas, y si puede salir airoso de una batalla mejor que mejor, aunque la única manera de conseguirlo sea no mojándose. Lo que sucede es que eso no siempre funciona porque, sencillamente, a la gente le cansa. Y mucho.
¿Puede seguir dejando que la Policía Local funcione con el desgobierno que ha marcado toda su existencia, sometiéndose al interés de los sindicatos?, ¿puede seguir dejando que las subvenciones en materia deportiva vengan marcadas por un algunos intereses llevando a algunos clubes a arrastrar penurias a pesar de los éxitos logrados incluso en la península?, ¿puede permitir que la política de personal arrastre la querencia por especificar los nombres y apellidos de los llamados a ser contratados? No es que puede, es que sucede. Y pasa porque don Juan no quiere problemas, por eso pasa de puntillas por los asuntos que pueden provocarle esa presión que ningún presidente gozoso de la mayoría desea.
Hoy don Juan toma posesión de su cargo y puede optar por dos caminos: seguir sometido a esa situación de no querer poner nombre a los problemas que le salpican o afrontar los asuntos que escuecen a pesar de que tenga que arrastrar ciertos sarpullidos durante una temporada.