El hombre de la calle, el señor bajito de La Codorniz, está padeciendo la crisis como todo el mundo. Y recopilando opiniones que parecen lógicas, pueden hacerse algunos comentarios respecto a esta difícil época que soportamos estoicamente. Lo primero, decir que no parece lógico confiar en los que dan fechas para salir del túnel. Ya nadie se cree nada. Hemos pasado desde negar la crisis e ir contra quién la predijo en un debate de televisión dándole la razón al que la ocultaba, hasta oír eso de los brotes verdes con fechas que nunca se cumplieron, pasando por el ICO como falsa posibilidad, la fallida reforma laboral, las medidas mágicas que no sirven y mil cosas más.
El otro día, un catedrático de economía explicaba en nuestra ciudad como las cifras macro-económicas nos decían que estábamos saliendo de la crisis, asegurando que el gobierno está haciendo los deberes. Y culpaba a las Autonomías de no apretarse el cinturón, como si estas fueran seres extraños al Estado que no deben ser obligadas a cumplir también. Pero eso de apretarse el cinturón le suena a broma a muchos ciudadanos, porque los gastos públicos siguen floreciendo en coches oficiales, asesores y otros cargos de libre designación que sirven para poco y eso cuando no los convierten en funcionarios por la puerta de atrás; corrupción en demasiados casos, junto a otras salidas de dinero que el hombre de la calle contempla asombrado, mientras paga las subidas de impuestos que se van decidiendo, o asume las rebajas de ingresos.
Además, el señor bajito contempla el panorama y ve como hemos creado un monstruo administrativo y político en las autonomías que no paran de gastar dinero y, por si estas fueran pocas, tenemos las diputaciones y miles de ayuntamientos minúsculos, muchos de ellos en bancarrota, porque se metieron en plantillas y otros gastos que no pueden asumir ahora.
Puede que Europa nos obligue al final a cuadrar las cuentas públicas, pero los parados representan un problema que debemos resolver solos. Eso de los cinco millones de desempleados sin que los sindicatos intervinieran en el momento oportuno, es otro dato que el señor bajito no digiere, sobre todo cuando tenemos una economía sumergida superior al 20% del producto interior bruto de España. Además, el gobierno decidió subvencionar el paro en vez del empleo y ello a pesar de que los puestos de trabajo deben crearlos los empresarios. Habría –dicen algunos- que garantizar las prestaciones sociales, pero también dar facilidades a las empresas para contratar y que cada acuerdo entre los agentes sociales no sea siempre asunto de meses o años, mientras se consolida una generación de jóvenes sin esperanza y el ejecutivo no propone leyes sobre esto que es su obligación, esperando ese pacto que nunca llega.
Y han tenido que ser esos jóvenes los que se han movilizado en la Puerta del Sol madrileña, para decirnos a todos que es imprescindible perfeccionar nuestra democracia con una reforma de la ley electoral para que se voten personas y no siglas en una España unida; que no podemos soportar un poder judicial con los miembros propuestos por los partidos políticos, lo que hace inexistente, en la práctica, la división de poderes; que es necesario dignificar la vida política con ingresos justos y sin corrupciones; que si es preciso apretarse el cinturón, deben hacerlo todos evitando el despilfarro y que hay que recuperar, en suma, a esa juventud en paro y sin futuro.
Y respecto a los empresarios, es procedente citar el crédito. Cada día cientos de empresas cierran o limitan su expansión, miles de pisos siguen sin venderse y multitud de coches y otros bienes se quedan sin que nadie los compre. Y todo porque los bancos o Cajas no prestan dinero o pretenden hacerlo en condiciones leoninas de tipos de interés, avalistas y otras condiciones excesivas. Esas entidades que fue necesario salvar con nuestro dinero y siguen con los mismos altos ejecutivos que reciben sus bonus millonarios de siempre, como si no hubiera pasado nada.
El Banco de España sabía por informes de sus inspectores que todo el entramado económico podía estallar, que la burbuja se pincharía en cualquier momento y que bancos o cajas se convertirían en los propietarios de miles de viviendas o solares sobre-valorados a precio de oro que no podrían venderse, a menos que se les perdiera bastante dinero, poniéndolos a precio real de tiempos de crisis. Pero esto no ha ocurrido y esa cartera de pisos y terrenos sigue cuadrando balances que no se adaptan seguramente a la realidad de este momento. Si bancos y cajas vendieran sus bienes inmobiliarios a valor de mercado actual y con créditos, miles de transacciones se realizarían en poco tiempo, pero a costa de generar pérdidas en la contabilidad de esas entidades financieras. Por tanto, esta crisis se diferencia de la anterior en que el sistema financiero está en duda y el ciudadano no se fía de sus bancos o cajas, más allá de los 100.000 euros que teóricamente se garantizan.
Pero en Ceuta, donde hay mucho menos morosidad que en el resto de España sobre todo hipotecaria, los bancos aplican, salvo alguna excepción, el régimen general y dieron el cerrojazo a los créditos. No se preocupan de estudiar que la ciudad es diferente también en esto. Tiene una población activa formada en gran parte por funcionarios, disfruta de un plus de residencia para todos, recibe 30.000 compradores cada día, cuenta con bonificaciones en la mayoría de los impuestos y la Seguridad Social y, sin embargo, los bancos y cajas (esos a las que rescatamos) tampoco conceden créditos en Ceuta, metiéndola en el saco general.
Y esta ciudad, aparte de encontrarse de forma atenuada bajo los efectos de esa crisis general que sigue avanzando, tiene sus propios resortes que debería utilizar. Con este paro y nuestras empresas en recesión, no podemos cerrar los comercios a compradores de fin de semana que vienen de Marruecos o a los que puedan llegar en grandes cruceros; no debemos ignorar a las familias del otro lado de la frontera que quieren visitarnos, ofreciéndoles enseguida un paquete turístico como el que existe para la Península que llenaría nuestros hoteles; hay que bajar el impuesto sobre carburantes para que estos sean un atractivo más y no tengamos que ir a Marruecos a repostar (sic); deberíamos formar especialistas que hablen árabe para ayudar a empresas europeas en Marruecos; defender decididamente nuestro régimen económico-fiscal que sigue amenazado; salir de Ceuta a buscar compañías españolas y extranjeras que inviertan, apoyando a las que llegaron. Y todo ello complementado con una imagen positiva de la entrada en Ceuta, porque la carretera desde la frontera a la plaza de África, presagia una ciudad tercermundista, en vez de la moderna villa que tenemos.
Sin embargo, el señor bajito observa en su España los restaurantes llenos, los hoteles repletos aunque a precios de risa, los polígonos industriales a tope de empresas con ganas de salir adelante, los comercios ralentizando su actividad a la espera de tiempos mejores y el consumo de la familias contendido, por si acaso. En esas condiciones, parece faltar la confianza porque han engañado tantas veces al ciudadano que éste ya no se fía de nadie. Pero todos están deseando creer en algo, que nuevas personas se aprieten el cinturón como cada cual y anuncien las medidas que empresarios o particulares tienen en mente. Y cuando esa realidad sea colectiva y creíble, entonces estaremos encantados de otorgar un voto de confianza a quién corresponda, para relanzar este país que está deseando despegar.