A pocos días del partido que paralizará medio país y que jugarán Real Madrid y Barcelona, a un servidor se le pinta una sonrisa de oreja a oreja con el logro de Ismael Dris.
Es difícil comprender, en toda su extensión, lo que ha conseguido este ceutí, anónimo para la gran mayoría y que nunca será objetivo de las cámaras fotográficas y de televisión.
El Maratón de las Arenas... Una prueba de 250 kilómetros dividida por etapas, en un terreno en el que el término exigente se queda corto, cargando a cuestas con la comida y dosificando con precisión matemática los siempre escasos litros de agua que te entrega la organización.
¡Primer español entre los más de 800 participantes de todo el mundo! Ésta es una prueba para super atletas. Ismael lo es y lo ha vuelto a demostrar. No será tan guapo como Cristiano Ronaldo, y no meterá los goles de Messi, pero como deportista se merece un monumento por su esfuerzo y dedicación.
Y es que hay que estar hecho de una pasta especial para no sólo conseguir un buen resultado, sino participar en una prueba de estas características, sin compensación económica de por medio (más bien al contrario) y con la satisfacción de llegar a la meta como único y más grato de los objetivos. ¿Se puede ser más grande? Claro que no.
Por eso, con la televisión, prensa, radio, etc... contando todos los detalles sobre el enémiso partido del siglo, subiendo a los altares de la divinidad unos jovenzuelos multimillonarios que van a entrenar en Ferrari y que elimian de un plumazo nuestros problemas cotidianos corriendo en ‘calzonas’ detrás de un balón cada fin de semana, te doy las gracias a ti, Ismael, por haberme recordado en qué consiste el verdadero deporte, el auténtico, el del sacrificio y anonimato, y no el del borreguismo.