El ánimo de lucro es su razón. Mercenarios son aquellos que desempeñan un servicio a cambio de un salario. Hace siglos, era el “soldado” que participaba en un conflicto bélico por su beneficio personal y económico y que, normalmente, tenía poca o ninguna consideración con la ideología o preferencias políticas del bando con el que luchaba. Evidentemente no es un trabajo, aunque algunos se ganen la vida con ello y lo consideren como tal.
Siempre depende de los escrúpulos y los principios de cada uno, pero como de todo hay, existen personas dispuestas a cualquier cosa a cambio de dinero. Dispuestos a perseguir, a criticar o a “informar” a gusto del pagador.
Son los que hacen el trabajo sucio para que el que paga no tenga que mancharse las manos, aunque sí la conciencia.
Así, nos encontramos con que muchos de esos pagadores, suelen ser personas poderosas, ansiosas por tener más poder aún, al precio que sea, preocupadas porque algo escape de su control o su conocimiento.
Los mercenarios siempre han existido. Y en todos los ámbitos. El ámbito político no iba a escapar a ello.
Detrás de los que hacen gala de tener las manos limpias y la conciencia tranquila, siempre hay sombras, grandes sombras. Sombras de los que les hacen el trabajo no tan limpio y cuya conciencia tiene un precio pactado que permite al primero tener cierto control de determinadas situaciones.
Los mercenarios del siglo XXI no son los de la antigüedad. Los actuales, incluso llevan corbata según la ocasión.
Y el hecho de que, por desgracia, para algunos, todo vale y el fin justifique los medios hace que afloren las males artes de muchos.
Un fin, que, actualmente, sitúan algunos en el resultado electoral del 22 de mayo y unos medios totalmente amorales.
Todo vale para alzarse de nuevo con el poder. Y es que, de ese alzamiento, depende su estabilidad económica.
Una estabilidad basada en trabajar sucio al servicio del jefe, al que, a veces, le delata el subconsciente y se lava públicamente las manos como Poncio Pilatos.