En mi artículo del 8-02-2011 me refería, mayormente, a los hebreos de Marruecos durante la llamada Guerra de África de 1860 hasta la retirada de las tropas españolas en 1862. Y como quiera que una lectora, a la que no conozco, me sugiere en el comentario que a dicho artículo me hace en mi Blog de El Faro que le gustaría que escribiera sobre el mismo tema desde 1862 hasta 1956, fecha en que Marruecos obtuvo la independencia, porque dice que ella convivió en Tetuán 20 años con árabes y judíos y siempre hubo entendimiento entre las tres comunidades, la árabe y la judía, coligiéndose que la tercera que no cita es la cristiana, pues con el deseo de contribuir y fomentar la convivencia que la lectora refiere, he llevado a cabo una investigación en la que he descubierto datos que creo debo poner en conocimiento de los lectores, sobre todo, porque afectan muy favorablemente a Ceuta en el tratamiento humanitario y desinteresado que dieron al rescate de judíos marroquíes durante el período 1957-1963 a través de ambas ciudades. El trabajo, que es bastante exhaustivo, lo expondré en cuatro entregas, en esta primera me referiré al rescate de los judíos de Marruecos a través de Ceuta, cuya acogedora y hospitalaria ciudad dio un excelente trato y prestó una magnífica ayuda a los judíos de Marruecos en su “diáspora”, pero esta vez hacia Israel, incluso en algunos casos con la disimulada y tolerante mirada del propio Marruecos, pese a algunos momentos de hostilidad más bien propiciada desde el exterior contra el país vecino.
Como dijo Américo Castro, “los españoles somos todos un poco cristianos, musulmanes y judíos”. Sin olvidar en la definición a los moriscos expulsados de España por Felipe III en 1609, auténticos españoles, que constituyeron en su día una importante población en el antiguo Reino de Valencia y en amplias zonas de Murcia, Aragón, Castilla y Hornachos (Extremadura); de los que ya en su día también me ocupé de forma exhaustiva en numerosos artículos que recojo en mi libro “Ceuta, pasado y presente”. Sus descendientes, conocidos con el nombre de «andalusíes», bien que merecerían, al igual que se ha hizo con los sefarditas, la reparación jurídica y sentimental a la que, como legítimos descendientes de sus antepasados españoles que fueron expulsados, quizá tuvieran derecho a la carta de naturaleza española, aunque sólo fuera por conservar su sangre, el antiguo idioma castellano en ladino, los valores y el nostálgico recuerdo de sus antepasados hispanos.
Pues bien, respecto a los judíos de Marruecos, España y otros lugares a partir de 1862, cuyo tema me sugiere la lectora del comentario, la Constitución española de 1869, autorizó la libertad religiosa y permitió el regreso de los judíos, habiéndose acogido a ella muchos sefarditas de Oriente y África del Norte, al disponer en su artículo 21 que “el ejercicio público y privado de cualquier otro culto que no sea la religión católica queda garantizado a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y el derecho”. A partir de tal disposición, bastantes hebreos comenzaron a regresar y establecerse en España. En 1871, un Decreto de Amadeo de Saboya concedió la naturalización a un grupo de judíos que la habían solicitado. En 1881, el rey Alfonso XII se preocupó por la situación de los judíos en Rusia, al ordenar: “Se recibirá a los hebreos procedentes de Rusia, abriéndoles las puertas de la que fue su antigua patria”. En el siglo XX el rey Alfonso XIII intervino a favor de los judíos de Bulgaria, Turquía y Palestina durante la Primera Guerra Mundial, otorgándoles la categoría de “protegidos por España”, comenzando a instalarse de forma permanente en Barcelona judíos provenientes de los Balcanes, Turquía, Polonia y otros países centroeuropeos.
Los primeros estatutos escritos de la Comunidad hebrea de Barcelona, datan de 1918, y la misma era mayoritariamente de origen centroeuropeo, pero en 1921, debido a la guerra greco-turca, aumentó la llegada de judíos de Turquía. En 1928, alquilaron una torre en la confluencia de las calles Balmes y Provença de Barcelona, que fue el primer centro judío en la España peninsular desde la Inquisición. En 1931 se construyó el Cementerio judío de Les Corts. En 1933, los judíos procedentes de Turquía crearon una organización propia llamada “Agudat Ajim” (Asociación de Hermanos). Al estallar en 1939 la II Guerra Mundial, como se sabe, la política de represión de Hitler se cebó no solo contra los judíos, sino contra otras etnias. Y, a pesar de que Alemania ejerció presión contra España para que no les ayudara, gracias al concurso de determinados embajadores españoles (Ángel Sanz Briz, Domingo de Bárcenas, Julio Palencia, Sebastián Romero y otros), se consiguió salvar del holocausto nazi a unos 50.000 judíos sefarditas que pudieron huir a través de España hacia América o África del Norte. En 1944, se expidieron autorizaciones a los sefarditas centroeuropeos para venir y residenciarse en España. Israel concedió su más alto título, el “Justo de las Naciones” a Ángel Sanz Briz y otros diplomáticos españoles, como reconocimiento a esa colaboración española a favor de los judíos.
Y si bien la mayoría de los anteriores datos se refieren a judíos de fuera de Marruecos, los mismos ponen de relieve la simpatía que en España se ha sentido siempre hacia los hebreos sefarditas, pese a su expulsión 1492. En 1936, al estallar la guerra civil española, si bien la República en ningún momento incomodó a los judíos que no tomaron partido a su favor; muchos hebreos barceloneses regresaron a sus países de procedencia como medida precautoria. Finalizada en 1939 la guerra civil, algunos grupos saquearon el centro comunal y profanaron la Sinagoga de Barcelona. A partir de aquella fecha, la vida comunitaria de los judíos situados en Cataluña pasó a la clandestinidad, desarrollando sus actividades religiosas y sociales en casas privadas. Esta situación duró hasta 1946. Pero en Ceuta, Melilla y Tetuán continuaron las comunidades judías, pudiendo las mismas comerciar con la Península, aunque se les prohibió establecerse en territorio peninsular.
En cuanto a los judíos ubicados en Marruecos, es notorio que los árabes, aunque en algunos momentos se dio alguna hostilidad por parte de las pequeñas poblaciones y kábilas insumisas a la autoridad de los Sultanes, las ciudades de Tetuán, Tánger, Casablanca, Fez, Marrakech y otras, acogieron casi siempre a los judíos con simpatía y respeto. Es más, tras la independencia marroquí, destacados judíos formaron parte del Parlamento, y alguno otro incluso entró en el gobierno como ministro de Comunicaciones. Y después, uno de los principales asesores de Mohamed VI es el judío Azoulay.
Si bien hay que señalar la diferencia de que mientras los judíos autóctonos de Marruecos hablaban el árabe, los procedentes de España lo hacían en su jerga española, la llamada «haketía», o mezcla del árabe, español y hebreo, que se impuso finalmente en todo el colectivo; porque el denominador común de los sefarditas esparcidos por todo el mundo fue siempre el idioma castellano, convertido en el «ladino», al que los propios judíos definen como «un español dialectal que ha tenido su evolución al margen del español peninsular»; su valor es que haya conservado rasgos hispánicos por espacio de cuatro siglos hasta hoy, que unos 250.000 hebreos entienden el ladino en Israel, e igual cifra de personas hebreas es ladino-parlante en las restantes comunidades.
Tras la independencia de Marruecos había en dicho país unos 200.000 judíos; pero sus gobernantes tuvieron que inclinarse hacia las relaciones amistosas con los Estados árabes, que normalmente abanderaban una actitud antisionista y hostil. Así, el entonces rey Mohamed V recibió presiones incluso amenazadoras de derrocamiento del que fuera presidente de Egipto, Nasser, si continuaba ayudando a los judíos.
Y cuando en 1967 estalló la Guerra de los Seis Días, Marruecos se vio así muy presionado en contra de los judíos, tanto desde dentro por el partido del Istiqlal que era pro nasserista, como desde fuera por la Liga Árabe. Sin embargo, con anterioridad, allá por 1955 comenzaron a vislumbrarse ciertos destellos de Independencia en Marruecos, no exenta de bastante preocupación en los círculos judíos. Por ello, en Israel comenzó a gestarse la llamada “Operación Yakhin”, apoyada por el primer ministro Ben Gurión y por Golda Meir, aunque se mostró contraria a ella el doctor Nahum Goldmman, entonces presidente de la Organización Sionista Mundial. Dicha Operación se fijó como objetivo reclutar a los judíos descontentos de Marruecos para llevarlos al nuevo Estado de Israel que necesitaba de la presencia de sus compatriotas dispersos por el mundo, y para ello les venían muy bien muchos de los hebreos marroquíes que habitaban en las pequeñas poblaciones y se dedicaban a la agricultura, que se pretendía impulsar en Israel; de manera que la organizaron preparó la llamada “haganah”, o defensa judía secreta, que se encargaría de rescatar clandestinamente a los hebreos de Marruecos sacándolos a través de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
Según declaraciones efectuadas el 2-01-1989 al diario El País por Isser Harel y Víctor Cygielman, Tel Aviv, 10-11-1989, el primero antiguo jefe del Mossad y del Shin Beth, los dos servicios secretos israelíes, varios agentes secretos se infiltraron en 1955 en Marruecos con pasaportes falsos, visitando las comunidades judías de varia ciudades marroquíes. En 1958 también estuvo clandestinamente en Marruecos el mismo Isser Harel, para inspeccionar la Operación. Preguntaban a las familias de las comunidades judías, qué expectativas de futuro tenían en el país magrebí, que eran muy precarias, y les hablaban del “sueño de Sión”, que era emigrar hacia la que consideraron la “tierra prometida”: Israel. A los que decidían marcharse les proveían de pasaportes falsos y alguna cantidad de dinero para hacer frente a los gastos del viaje; previamente habían buscado y acondicionado centros de alojamiento en casas particulares de Ceuta y Melilla, donde los que emigraban permanecían uno o dos días y después los embarcaban hacia el puerto Algeciras y de allí viajaban a Marsella, desde donde finalmente salían hacia la ciudad israelí de Haifa. Desde la zona del Protectorado francés había libertad de emigración, habiendo salido otros muchos hebreos hacia Israel.
Así, desde 1957 hasta 1961 lograron pasar a Israel unos 25.000 judíos de Marruecos, y desde 1961 a 1963 pasaron otros 76.000; en total, consiguieron emigrar a Israel, a través de Ceuta y Melilla, más de 100.000 hebreos. Isser Harel declaró que, para ello, encontraron con la buena disposición y calurosa acogida de las autoridades tanto de Policía como de Aduanas, que no sólo no pusieron ninguna dificultad, sino que incluso se mostraban colaboradoras con los que salían, quizá por sentimiento de malestar por la injusta expulsión de los judíos en 1492. También las autoridades marroquíes conocían la salida subrepticia de tantos judíos, pero la toleraron no queriendo darse por enteradas. Y agregó Isser Harel: “Fue una ayuda discreta, constante y totalmente desinteresada. Esta epopeya habría sido imposible sin la cooperación tacita de los españoles. Las autoridades locales españolas podían haberlos detenido y devolverlos a Marruecos; sin embargo, no les pusieron impedimento alguno, y gracias a la buena voluntad y sentimientos humanitarios de los españoles de Ceuta y Melilla, fue posible realizar con éxito la operación, pese a que España no mantenía relaciones diplomáticas con Israel; pero los españoles tuvieron corazón”
(Continuará el lunes próximo).