El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Pascual Madoz, al que me refería en mi artículo del lunes anterior, contiene abundantes datos sobre Ceuta que, a través de los mismos, nos podemos hacer una idea de cómo era la ciudad en 1850, que fue el año en que el Diccionario se publicó; por lo que será bueno recogerlos para que puedan perpetuarse en la hemeroteca de El Faro cuando sean objeto de consulta por las generaciones venideras. Por ejemplo, se nos dice que entonces su silla episcopal u obispado era sufragáneo de Sevilla, es decir, que en el orden eclesiástico Ceuta dependía de dicha capital andaluza. Sin embargo, en el ámbito de las jurisdicción político-administrativa, dependía del partido judicial de Algeciras (Cádiz); y se supone que esa pudo ser la razón por la que algunos servicios públicos ceutíes tenían como sede dicha ciudad algecireña, como era el caso del antiguo Archivo Notarial, que aun sigue depositados allí, pese a lo importante y útil que sería tenerlos en Ceuta como fuente documental que debería tenerse en el lugar del que proceden para tenerlos al servicio de los ceutíes, que son los auténtico titulares de los mismos, máxime tras haber quedado esta ciudad constituida en autonomía.
En 1692 dio comienzo el largo sitio impuesto a la ciudad por Muley Ismael. El 12-08-1720, tomó posesión como gobernador de la ciudad Francisco Fernández de Ribadeo que, según se lee en un apunte histórico, “mandó realizar extraordinarios trabajos de fortificación, en los que se trabajaba hasta de noche”, sin que dicho gobernador se apartara de los ingenieros a los que les habían sido encargadas las obras, para revisarlas personalmente “in situ”, en el mismo lugar de construcción. Sus infatigables gestiones obligaron al rey a enviar a Ceuta al Director del Arma de Ingenieros (entonces Cuerpo) Jorge Próspero Verboom, así como a la continuación de las minas defensivas. En 1725 accedería al gobierno de la ciudad Manuel de Orleáns, conde de Charny, en cuya fecha se dice que fueron construidas las contraguardias, el Revellín de San Pablo, el puente elevadizo de la primera puerta y la limpieza del Foso navegable, que por tener mucha arena lo hacían casi no apto para la navegación. En 1731 se hizo cargo de la ciudad Álvaro de Navía y Osorio, marqués de Santa Cruz de Marcenado, vizconde de Oporto y prestigioso escritor. En abril de 1732 le sucedió el mariscal de campo Antonio Manso y Maldonado, que lo ejerció hasta 1739, época en que se comenzaron los trabajos de los fosos, galeras y espigones de África y de la Ribera. En 1744 hubo en Ceuta una epidemia bubónica que fue importada del centro del continente africano. Este gobernador se cree que fue familar lejano del actual coronel D. Luis Manso, colaborador de El Faro y muy arraigado en Ceuta; como también fue tío carnal suyo con el que se crió otro Comandante General de Ceuta entre 1956 y 1960 que falleció estando al mando de la plaza, D. Gumersindo Manso Fernández. Una salida realizada el 15-07-1762 con el fin de “sostener el establecimiento de las últimas fogatas”, acredita la fecha en que finalizaron los trabajos subterráneos.
Refiere el Diccionario de Pascual Madoz, que Ceuta entonces (lo mismo que ahora) “no puede reputarse jamás en seguridad absoluta; su armamento, municiones y guarnición deben disponerse y arreglarse de manera que la mantengan constantemente a cubierto de una incursión repentina”. El más antiguo de los Cuerpos creados para su defensa, que instruyó el rey Juan I de Portugal, fue el de “escuchas atalayas”, que luego pasaría a denominarse de “compañía de prácticos”; sólo contaba en principio con 16 hombres, y las plazas que se producían eran cubiertas de forma hereditaria, enseñando los padres a sus hijos en tan importante y arriesgado servicio, hasta que fue suprimida esta tropa. Reinando ya Felipe II se formó un Cuerpo de 420 caballos, con el nombre de compañía de Lanzas, de la que entraban a formar parte los naturales de Ceuta que, cuando fue suprimida, pasó a formar, junto con la de cazadores o migueletes, el antiguo Regimiento Fijo de Ceuta, que había sido creado en 1703 sobre la base de dos compañías castellanas, y luego se extinguió en 1822, para volverse a formar en 1828. También había entonces una compañía de marineros, otra de moros mogataces que vino a Ceuta procedente de Orán cuando esta última plaza se perdió; una brigada de artillería fija compuesta de dos compañías, una de ellas se retiró posteriormente a Sevilla. Las tropas anteriores constituían en 1850 la llamada “guarnición ordinaria”. Luego, también estaba la “guarnición extraordinaria”, que estaba formada por las tropas que eventualmente se necesitaran, por lo que su número era variable según las necesidades. En total, en dicho año, la guarnición fija de Ceuta estaba formada por 2.555 hombres y 54 caballos, cuya fuerza estaba constituida por tres batallones de Infantería, el Regimiento Fijo, las dos baterías de artillería, la compañía de mar, la de moros mogataces, otra compañía de Ingenieros pontoneros, otra de mar y las de Caballería.
La fuerza, material y personal, que entonces se necesitaba en la plaza para su defensa en estado habitual de observación era la siguiente: 112 piezas de artillería montadas, 33.600 proyectiles, 436.400 libras de pólvora, 333 artilleros y 1.654 hombres de Caballería e Infantería. Durante el sitio (se supone que el impuesto por Muley Ismael) había 182 piezas, 444.400 proyectiles, 570.933 libras de pólvora, 646 artilleros, 100 zapadores y 5.019 hombres de caballería e Infantería. También había en 1850 en Ceuta una Maestranza de Artillería mandada por un coronel, que estaba en la Plaza de Cuarteles, edificio del Estado, con 50 operarios, 5 carreteros, 1 herrería y 3 fraguas. Y existía una Comandancia de Ingenieros, también mandada por un coronel, establecida en la plazuela del mismo nombre, donde se trasladó en 1762 desde el lugar que ocupaban los moros mogataces., con excelentes almacenes de herramientas útiles, operarios presos que se denominaban “artistas de fortificación”, que contaban con molino de yeso, carpinteros, herreros y otros operarios. Para el pago de las atenciones de la plaza, con exclusión de la guarnición extraordinaria, batallón fijo, presidio y hospitales, existía un "ministerio de Hacienda" (pagaduría de Hacienda) dependiente de la Intendencia militar de Andalucía, compuesto por un comisario de guerra, un pagador militar, otro de fortificación y un oficial, importando el presupuesto mensual para dichas atenciones 64.-853 reales.
El gobierno militar y político estaba asignado a un mariscal de campo, comandante general y jefe superior político; era independiente de Andalucía, entendiéndose directamente con los ministerios en los asuntos militares y en los políticos que fueran de interés particular del pueblo. Conocía, con el auditor de guerra, en primera instancia, de los asuntos civiles y criminales tanto de la guarnición como del presidio y vecindario por gozar éste de fuero militar, con apelaciones al Tribunal Supremo de Guerra y Marina, excepto las testamentarías cuyo juzgado civil estaba afecto a la auditoría de guerra. Se sustanciaban al año entre 45 y 50 causas criminales, sin que existiera en los seis últimos años demanda civil alguna. No había ningún abogado para la defensa en causas criminales, ni procuradores, ni alguaciles ni porteros, sino sólo un escribano; por lo que se nombraba de oficio a cualquier vecino de la población, lo que da idea de lo precaria que entonces era la defensa de los justiciables, si como tales podían entonces llamarse.
Al hacer una descripción del suelo ceutí, dice que era estéril, que había falta de una buena bahía, que se daba la imposibilidad de intercambios lucrativos con los puntos fronterizos, y había atraso en la civilización, sin existir aliciente favorable para atraer y fijar en Ceuta opulentos propietarios, ni ricos especuladores, ni artistas aventajados. La ciudad estaba privada de la comunicación, goces y bienestar que eran peculiares de los demás pueblos, tanto en el comercio como en la industria, pudiéndose calificar la población como una verdadera colonia militar. La ciudad venía a desembocar en un profundo foso entre dos murallas, al advertir la multitud de guardias y centinelas que a cada paso se encontraban; tenía angostas calles cruzadas casi exclusivamente por militares y desterrados; al ver, en fin la mezquindad de los edificios particulares y lo insignificante de sus casas, número de establecimientos mercantiles e industriales. Sin embargo, este aspecto general contrastaba luego de forma ventajosa con la imaginación cuando Ceuta se divisa sobre el mar, con la bonita perspectiva que se presenta a la vista, formando un agradable anfiteatro en una pendiente uniforme coronada por las siete colinas.
En su interior, las casas, aunque de aspecto mezquino, eran cómodas, tenían en general graciosos jardines; las calles principales eran rectas y sin pendientes, pero las transversales bastante penosas y todas estaban empedradas con chinas encarnadas, negras y blancas del mar, formando varias figuras y muy limpias. Había dos paseos, el de la Reina y el de San Amaro, con buen arbolado de paraísos y acacias; tenía tres plazas y algunas plazuelas, la de África con la iglesia y la catedral, el santuario de la Patrona, el cuartel del reloj y la casa municipal; la Plaza de Cuarteles, llamada así por estar situados en ella los de la Muralla Real; y la Plaza de los Reyes, en cuyo centro destacaba la bien trabajada estatua de Carlos IV, traída de Génova por el conde de las Lomas, siendo gobernador en 1794. Había tres hospitales, el Militar en edificio del Estado, de buena arquitectura y bastante capacidad, donde se asiste a la guarnición, prisión y vecinos pobres; el Hospital de Mujeres, que se hallaba unido administrativamente al militar; y el de Jesús, María y José, en el que se refundieron los dos fundados en Fez y Tetuán por Pedro Antonio de Alarcón para la asistencia de cautivos cristianos, y que fue preciso abandonar debido a los insultos y continuas exacciones que les hacían los sarracenos.