Aunque este artículo es como algunos medicamentos, genérico, seguro que alguno o alguna se verán reflejados como si de un espejo se tratara. Este es el personaje típico que siempre pretende ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Cuando habla de su ciudad lo hace dando la sensación de estar en posesión de la verdad, pareciendo que solo le faltaran por conocer a dos personas en toda la ciudad. Conoce de todos los temas y a muchas personas importantes. Es capaz de dar soluciones del tipo “todo a cien” en cuestión de segundos. Su arco de conocimientos va desde como poner a trabajar a todo el mundo en el País, pasando por solucionar el problema de la inmigración y llegando a dar algún que otro consejo jurídico, cual si hubiera acabado de terminar un máster en Harvard University. Su frase preferida es: eso lo arreglo yo en dos días. Sus hijos -los mejores- pasando por su abnegado y bien domesticado cónyuge, el cual cuando hace sus brillantes reflexiones en cualquier reunión tiene una cara de decir: ¡Dios mío aparta de mí este cáliz!
Lo mejor para ellos es cuando entras al trapo, ahí es su momento de gloria, como si se tratara de un tigre apostado se lanza y castiga a su presa con profusión. Su táctica básica es: si al otro no lo dejo hablar yo siempre tendré la razón y saldré del monologo (perdón quería decir conversación) siempre triunfante. Estos personajes en el seno laboral suelen ser depredadores natos con sus compañeros y en el caso de tener subordinados estoy seguro de que estos terminan siendo clientes de algún psiquiatra, con la seguridad del que participa en un sorteo y ha comprado todas las papeletas. Han conseguido todos los logros y si algo está mal en su departamento es porque no les han hecho caso.
Llega un momento en el que como si tuvieran una misión divina en la tierra deben intentar arreglar la vida de los otros, lo más paradójico es que nunca lo suelen aplicar a las suyas. En el caso de que al aconsejado no le funcione su fórmula, si no existe la posibilidad de desaparecer, convencen a estos de que han entendido mal sus consejos. Comerse los “marrones” por ellos provocados nunca está en su agenda.
Su momento de éxtasis, y hay algunas antiguas culturas que comentan que pueden llegar incluso a levitar, es cuando alguien que seguramente en cuanto se dé la vuelta le clavará una daga cual Emperador Julio César , le dice: ¡qué razón que tienes! Es su momento “Zerolo” provocándoles millones de orgasmos.
Este artículo va dedicado a los Antoñitos –barra- Antoñitas que gracias a sus preocupaciones diarias en el mejor de los casos nos pueden producir una simple jaqueca y en el peor una sobrecarga que termina con un: ¡te quieres callar ya gilipollas!