Los grandes escándalos de corrupción que afectan a las esferas dominantes son los que terminan copando grandes titulares. Es la corrupción en mayúsculas, la que nos lleva a debatir sobre sus protagonistas y condenarlos antes de tiempo. Pero no reparamos en esa otra corrupción, la del pequeño funcionario que cobra por hacer favores hasta que le pillan y se aprovecha del caos para hacer negocio. De ése no nos enteramos hasta que le cazan. Pueden pasar años haciendo maldades, recorriendo la ciudad con su prepotencia, mirando por encima del hombro a los demás, creyéndose en una esfera suprema... y así permanecen hasta que les cazan. Hay ejemplos para dar y regalar: desde el político trincón que llena su cartera gracias a los negocios que le permiten hacer hasta el funcionario que es capaz de cobrar 50 euros por atenderte antes que al resto, quitándote las largas colas de una cita previa soltando billetes. La vida está hecha de corruptelas que se mueven en los círculos más cercanos. No piensen en esas grandes administraciones para localizar a los más avispados, a su alrededor los pueden encontrar. La moralina les envuelve intentando ofrecer una versión santificada que oculte sus malas artes y así perviven hasta que el chollo se les termina o hasta que pierden la capacidad de continuar tirando del hilo que lleva a la madeja de los billetes.
En una sociedad en la que vivimos entre depresiones, envidias por querer ser más que el vecino y tonterías varias, no reparamos en los comportamientos corruptos de individuos tan cercanos que pasan desapercibidos quizá porque queremos que así sea.