El Conde D. Julián, Gobernador visigodo de Ceuta, ha pasado a la historia como un ejemplo palmario de traidor. Pariente del Obispo D. Oppas y, al parecer, con alguna cuenta pendiente respecto al Rey D. Rodrigo, de quien se dice que abusó de la hija de aquel, Florinda, D. Julián, como su tío el Obispo, no estaba conforme con que el citado monarca ocupase el trono de España, y cayó en el tremendo error de pensar que, facilitando el paso de las huestes de Musa y Tarik a la Península, ellas acabarían con D. Rodrigo, colocando en el trono a un candidato de su facción. Los hechos demostraron su enorme equivocación.
Hay un romance medieval anónimo sobre esta traición, que comienza con los versos “En Ceuta está D. Julián, en Ceuta la bien nombrada”, en el cual se les culpa, a D.Oppas y a él, de cuanto acaeció tras la invasión árabe: la desaparición de un reino que había logrado la unidad de España y la penosa y lenta Reconquista.
Ahora, lamentablemente, nos están surgiendo algunos “donjulianillos”, discipulitos avanzados del Conde. Ahí está el abandonista Máximo Cajal -sí, ese personaje que goza de la confianza de Zapatero y es su representante en el invento de la “Alianza de Civilizaciones”- al cual se le acaba de sumar el Catedrático Ignacio Sotelo, ex-miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE y ex-Secretario de Cultura de dicho partido-. Bueno, se llama Pepe Sánchez (José Ignacio Sánchez Sotelo) pero viste más lo otro. Este individuo, tras confundir el nacionalismo integrador con el nacionalismo separatista, cometiendo el disparate de equipararlos como si fuesen lo mismo, y tras afirmar sin sonrojo que en Ceuta y Melilla lo que hay son “unos cientos de comerciantes y de funcionarios”, propone que, para acabar con el problema, lo que se debe hacer es regalar estas dos ciudades españolas. Eso sí, en un plazo más o menos prudencial, que podría ser de hasta veinte años. Vamos, que para no incomodar al vecino de al lado, lo mejor es cederle la habitación que está pared con pared. Lo que pasa es, para un nacionalismo irredento, siempre habría habitaciones contiguas que reclamar, hasta quedarse con la casa entera. Si no, véase el famoso mapa ante el cual posaron Mohamed VI y Zapatero. ¡Que falta de patriotismo y de sentido común tienen estos “Donjulianitos”!
Dice Sotelo -al que no hay que confundir con caballas del mismo apellido, ceutíes de pro- que así se resolvería la cuestión a gusto “de todos”.¿De todos? Seguro que no. Segurísimo. Quien esto escribe tuvo el honor de nacer en Ceuta hace más de setenta y seis años, hijo y nieto de personas que también vieron la luz en esta ciudad. En el Cementerio de Santa Catalina yacen tres generaciones de mis antepasados. Además, no soy ni comerciante ni funcionario, profesiones por demás honorables. Como yo, hay decenas y decenas de miles de ceutíes y de melillenses radicados en estas tierras, y también millones de españoles -la gran mayoría- que defienden el principio constitucional de la integridad e indivisibilidad de la nación. Según Sotelo, “no son pocos” los que comparten sus ideas. Desde luego, infinitamente menos que aquellos que estamos en contra de ellas de manera absoluta. Lo que pasa es que hay por ahí un denominado “lobby” pro-marroquí, que de vez en cuando anda intrigando, y con el cual, por los síntomas, parece tener alguna concomitancia este socialista radical.
Por su parte, ciertos corresponsales y comentaristas de medios informativos nacionales inciden una y otra vez en el error de decir que Marruecos pretende “la recuperación” de Melilla y de Ceuta. Me pregunto cómo se puede recuperar algo que nunca ha sido del reclamante, y espero que quienes así hablan o escriben sepan rectificar.
Mientras tanto, el informe del grupo de expertos para Defensa, recogido por este diario el pasado viernes, propone la existencia de fuerzas de carácter disuasorio en Ceuta y en Melilla, a la vez que, paradójicamente, nuestras guarniciones están siendo reducidas por el Ministerio a la mínima expresión.
Y, para colmo, la disparatada reacción de Marruecos ante el viaje de Rajoy a Melilla. Una “provocación”, un “ataque a la dignidad del pueblo marroquí”. ¿Pero que se han creído estos vecinos, con los que -oficialmente- guardamos “excelentes relaciones”, cuando unas buenas relaciones, siempre deseables, deben basarse en el mutuo respeto? ¿Que ellos van a decidir qué españoles pueden o no pueden visitar estas dos ciudades españolas? Faltaría más. Por mi parte hago constar que dentro de unos días, y -como es lógico- sin pedir permiso a nadie, proyecto regresar a Ceuta, dando por finalizado mi veraneo. Si con ello incurro en “provocación” u ofendo alguna “dignidad”, lo lamentaría muchísimo, pero tengo todo el derecho del mundo a estar en la tierra en que nací, siempre bajo la bandera roja y gualda de España, la albinegra de la Ciudad -honrosa herencia de Portugal- y, desde hace unos años,la azul y estrellada de Europa. Bajo esas banderas, y nada más que con esas banderas.
Solo me queda deplorar que el Ministro de Educación, Gabilondo, se haya permitido criticar el viaje de Rajoy. Un Ministro del Gobierno de España diciendo que un español no debió visitar Melilla. El Ministro de Mala Educación, tendría que titularse, Por su parte, los revoltosos inmigrantes -a cuyo caso ya me referí hace un par de semanas- elevando su agresividad, encarándose con los ceutíes y llamándonos “racistas”. ¿Hasta cuando tendremos que soportar este castigo, que nos discrimina respecto al resto de los españoles?