Uno de los principales obstáculos para superar la crisis sistémica de nuestra civilización estriba en nuestra ciega fe en los avances tecnológicos. Mientras una minoría vivimos angustiados por el deterioro ecológico del planeta y la sobreexplotación de los recursos naturales, una inmensa mayoría sigue confiada en que la ciencia y la tecnología sabrán dar una respuesta a todos los retos de nuestra civilización. Para este amplio conjunto de personas, el agotamiento de los recursos fósiles, principalmente el petróleo, no les inquieta demasiado. Piensan que los científicos encontrarán un sustituto asequible y al ser posible inagotable para poder mantener nuestro desenfrenado nivel de vida y el insostenible modelo de movilidad de las sociedades más ricas. Lo mismo sucede con los alimentos que podrán ser sustituidos por especies genéticamente modificadas, lo que permitiría una productividad que se supone podría alimentar una población cada día más numerosa. En el peor de los casos, si éstos u otros medios técnicos fallaran, hay quienes sueñan en colonizar otros planetas, como si la vida extraterrestre fuera deseable para una vida plena.
Todas estas supersticiones a diario se enfrentan con la triste realidad de un planeta al borde del colapso. Una prueba de lo absurdo de confiar en la capacidad de la tecnología para resolver los problemas que la misma humanidad provoca en la tierra, la podemos encontrar en lo que viene sucediendo con la plataforma petrolífera propiedad de BP que se hundió el pasado veinte de abril en las aguas del Golfo de México, con el trágico balance de once trabajadores fallecidos y un derrame de entre 80 y 150 millones de litros de petróleo. Un derrame que todavía no se ha podido parar, a pesar de todos los intentos que se han llevado a cabo hasta ahora.
La relación de los inventos para contener el vertido es propia de las mejores historias de Pepe Gotera y Otilio, y pone a las claras la total ausencia de un proyecto eficaz que ponga freno al mayor desastre ecológico de este siglo XXI. Bajo auténticos eufemismos de libro y neologismos de difícil traducción, -top hill, top hat, junk shot-, se esconden verdaderas chapuzas que demuestran la incapacidad de la tecnología para solucionar este grave problema medioambiental. La más ocurrente de todas ha sido la denominada junk shot o inyección de detritus, que un medio de comunicación nacional definió como “una acumulación de basura formada por pelotas de golf, neumáticos o desechos de diversa índole que taponaría la rotura”. O sea que cuando los minisubmarinos y el resto de despliegue de avanzada tecnología fallaron, se intentó taponar el orificio con basura, al más genuino método chapucero. Más o menos lo que hacemos en nuestras casas cuando se nos rompe una tubería y metemos el primer trapo que encontramos a nuestro alcance. Todo esto tendría gracia si no fuera porque este derrame va a teñir de negro las costas de Florida, uno de los ecosistemas marinos más importantes de los Estados Unidos. La economía de esta zona depende en gran medida de la explotación pesquera y el turismo, cuya viabilidad futura ha quedado comprometida durante un tiempo indeterminado.
El fracaso de la tecnología ha quedado igualmente patente en el tratamiento del vertido. No sólo porque muchas técnicas de contención y de limpieza resultan ineficaces sino porque son incluso peores para el medioambiente que el petróleo. Los disolventes químicos, efectivos entre un diez y un treinta por ciento bajo condiciones ideales, son tremendamente tóxicos, tanto que el propio gobierno de EE.UU, forzado por los movimientos ecologistas, ha cuestionado su utilización indiscriminada en este caso. Como declaró un funcionario estatal durante la crisis del Exxon Valdez, contener un vertido petróleo es “como intentar volver a meter de nuevo la pasta dentífrica en su tubo”.
Un análisis más profundo de lo que está sucediendo en el Golfo de México evidencia que BP carecía de los medios adecuados y los planes de emergencia para hacer frente a este tipo de desastres. El caos fue absoluto, como cuentan algunos de los trabajadores de la plataforma petrolífera, impidiendo la resolución de la contingencia y la evitación de daños humanos y medioambientales.
También se ha manifestado la connivencia de los responsables estatales con las grandes empresas del sector, hasta el punto de forzar a Obama a admitir la ineficiencia de la agencia federal de supervisión de las plataformas petrolíferas y reconocer que ha estado plagada de corrupción durante años.
El Presidente de EE.UU. ha anunciado una ampliación de la moratoria para realizar nuevas perforaciones en aguas profundas en todas las costas del país, al mismo tiempo que ha destacado la necesidad de desarrollar las fuentes de energía renovables. No sabemos cuánto tiempo podrá mantener esta promesa, ya que las extracciones de combustible fósil en el mar resultan indispensables para mantener la alta demanda del petróleo, sobre todo por el tirón de las economías emergentes (China, India, Brasil, etc…). Según algunos analistas, ya habríamos alcanzado el “peak oil”, el punto que marca la capacidad de satisfacer la demanda de petróleo en los mercados, al menos con los asequibles precios actuales.
Las reservas de petróleo comienzan su curva descendente y el ansia por localizar nuevos lugares de extracción se ha convertido en una prioridades de las empresas petrolíferas. El problema es que los nuevos yacimientos se encuentran en lugares de difícil acceso, como los más profundos lechos marinos, haciendo que los costes de extracción se incrementen, así como aumenten los riesgos ambientales.
Nos equivocaríamos gravemente si consideramos el desastre del pozo petrolífero de Macondo como un hecho puntual. Esta clase de accidentes ilustran a la perfección el dominio de la megamáquina –término acuñado por Lewis Mumford-, que adquiere el calificativo de infernal, según Serge Latouche, cuando consigue escapar totalmente al control del hombre.
En definitiva, podemos concluir diciendo que nuestra cultura se encuentra en el estado de un aprendiz de brujo: no sabemos cómo disminuir o apagar el poder que una vez fatalmente invocamos, y ahora sólo podemos aumentarlo.