Quizás no se merezcan un artículo, quizás hablar de gente de este calado sólo les beneficia y les sirve para su difusión y propaganda, pero pasar por alto o mirar hacia otro lado no es la actitud más adecuada ante tales muestras de poca vergüenza. “Los chikos del maíz” (al igual que el título de la novela de terror de Stephen King que posteriormente fue llevada a la gran pantalla); así se hacen llamar este grupo de ¿rap?, ¿Hip Hop? (es lo de menos). ¡Ah! y chikos por supuesto con K que resulta mucho más radical. Valencianos de nacimiento, llevan como bandera ser el grupo más destacado del panorama político del hip hop (ahora nos enteramos que rimar de manera insultante es hacer política). Hasta ahí sería “normal” si el ámbito de sus actuaciones fuera el privado o si hubieran ocupado el mismo espacio que otros grupos de este perfil. La polémica comienza cuando sus letras evolucionan hacia la transgresión y toman un inaudito cariz de dureza, siempre amparado en su particular visión de la libertad de expresión, siendo la gota que colmó el vaso la defensa pública de SEGI (jóvenes de la izquierda abertzale), tras la detención de algunos de estos.
El crecimiento del grupo se apoyo en internet y en conciertos en salas reducidas que fueron un verdadero trampolín dentro de una audiencia muy identificada con las causas marxistas y anarquistas (causas sin sentido en una sociedad democrática). Tanto fue el crecimiento que sus letras comenzaron a calar y empezaron a difundirse temas en contra de las víctimas de ETA (Ortega Lara, Irene Villa…), insultos y calumnias contra políticos (siempre del PP), deseándoles la muerte con ofensas… en definitiva un sin fin de despropósitos sustentados en una falsa defensa de las libertades (libertinaje en mi pueblo).
No tardó la prensa en hacerse eco de tanto disparate, del enaltecimiento al terrorismo y del homenaje a la difamación, llegando a las personas y colectivos a los cuales atacaban en sus letras. La trascendencia fue mayor aún cuando el Ayuntamiento de Sevilla decidió contratarlos para un Festival de la Izquierda Andaluza para conmemorar el 79 aniversario de la II República en plena Alameda de la capital hispalense. El Partido Popular de Sevilla unido a la Asociación del Victimas del Terrorismo se pusieron manos a la obra y los denunciaron ante la Audiencia Nacional, recibiendo la frustrante respuesta del archivo de la denuncia por no encontrar ningún tipo de ilegalidad (o estaba mal redactada la denuncia o el juez no se ha parado a escuchar ninguno de los temas de estos “músicos”). Y obviamente, gracias al sustento y forofismo de los ediles de IU del Ayuntamiento de Sevilla, el concierto se celebró ante más de 1000 personas (según fuentes policiales).
Las circunstancias acaecidas pasarán al olvido como tantas otras y aquí estaremos a la espera para ser espectadores de la impunidad de unos “progres” anacrónicos.
Pero no podría dejar pasar por alto lo sucedido, momentos que viví en primera persona, acontecimiento que me trasladaron a los terribles sucesos ocurridos en Sevilla durante la II República. Setenta y nueve años de una época para olvidar y no para conmemorarlos con el beneplácito de la autoridad.
La noche del viernes del renombrado concierto andaba yo terminando otras tareas bien distintas, cuando una música a ritmo de rock llevó hasta mis oídos “La Internacional” (canto nacido por la necesidad de lucha de las clases obreras que poco o nada tiene que ver con la masa que acudió al acontecimiento). La distancia no era impedimento para el volumen, siendo el despliegue más propio de cualquier conjunto musical de fama universal que de un grupo de hip hop de quinta fila.
Cuando empecé a caminar decidí alterar mi camino, modificando mi itinerario tras ver el exquisito y variopinto personal que había acudido a la cita. No digo que fueran todos, pero las litronas y los cigarrillos aliñados eran comunes en muchos de los ocupantes de las calles cercanas, con distinta procedencia pero con un lenguaje común (para ser radical de izquierda hay que hablar fino, el lenguaje franco del reivindicativo es castellano de pronunciación).
La ciudad con el casco histórico más grande de Europa se ha convertido en el refugio o en el gueto del movimiento okupa, abertzales, jóvenes de terrallure, anarquistas y una interminable gama de grupos de izquierda radical de toda España y parte de Europa, que conforman un extraño ambiente que va desde la Plaza del Pumarejo a la Alameda (precisamente la zona de la ciudad más afectada por los disturbios contra la Iglesia en la II República, dato también reseñable para ustedes y para la memoria histórica de todos). En esta zona habitan a sus anchas todos estos sujetos, haciéndose dueños de una ciudad que vive del turismo y llegando a ser bautizados popularmente por el término “perro flauta” (por la compañía habitual de un perro siempre suelto y por lo usual de verlos tocar algún instrumento exótico). Las razones para morar allí son claras, pueden andar a sus anchas con poco control y fiestas subvencionadas.
Podríamos hablar de otras ciudades donde el todo vale está en ascenso y el crecimiento de grupos de cortes de izquierda radical es cada vez más común, de jóvenes y de no tan jóvenes. El negar la bandera y la democracia es dar la espalda a su país, a la convivencia y a todo aquello que sea cercano a la sociabilidad sin colores. El egoísmo de unas ideas no sólo puede ser un lírico discurso mientras las inquietudes y aspiraciones no tienen ninguna forma definida.