Ya pasó la Cabalgata, y después, durante una noche mágica, los Reyes fueron dejando sus regalos a muchos niños ceutíes, aunque, quizás por las prisas de hacerlo en unas pocas horas, no lograran visitar todos los hogares o, al menos, culminar los deseos de algunos pequeños. Esto pasa siempre, si bien, cuando Sus Majestades vuelven al Cielo, acaban por dejar un obsequio a casi todos ellos a través de “pajes reales” que residen en la Tierra.
Durante los primeros años de mi infancia viví la bendita inocencia de creer en la maravillosa fantasía del Día de Reyes. Es más, cuando un perverso amiguito me descubrió la cruel realidad, preferí disimular ante mis mayores, al menos durante un par de años más, en los que seguí escribiendo mi carta a los Magos de Oriente, siempre, eso sí, con mejor ortografía que la de cierto pequeño, quien, según contaba mi abuelo Baldomero, inició su primera misiva con un pasmoso “Ceridos rrelles majos”.
Allá en los tiempos de la posguerra, cuando me tocó ser niño, en las navidades españolas no había regalos más que el Día de Reyes, aunque en ello fuese un día algo pobre por las dificultades de la época. Nada de Santa Claus, ni de Papá Noel, ni de árboles navideños. Los chiquillos empezamos a ver en el cine alguna que otra película americana, y así captamos aquello de los regalos, el Día de Navidad, al pié del abeto instalado en scasa, con alegres niños abriendo paquetes
Partiendo de dicho descubrimiento, nos dio por cavilar, llegando a una indiscutible deducción: los “partidarios” de Papá Noel disfrutaban de una clara ventaja, pues gozaban de mucho más tiempo de vacaciones para jugar con lo que les había traído aquel viejo bonachón y de espesa barba blanca. Aunque expusimos tan incontrovertible razonamiento a nuestros mayores, éstos se mostraron inflexibles, porque a su juicio, y aplicando nuestra hispana y católica tradición, lo del arbolito y Papá Noel era una peligrosa desviación ideada por el laicismo para oponerse a cuanto enseñan los Evangelios, pues estas fiestas navideñas existen para celebrar dos grandiosos momentos en la historia de la humanidad: el del nacimiento del Niño Jesús (Navidad) y el del día en que Él se dio a conocer ante el mundo, el de la visita y ofrendas de los Reyes Magos (Epifanía). De ahí no se movieron. Fueron precisamente esos Reyes quienes, postrándose ante el Niño, la hicieron obsequios, y. por tanto, era el Día de Reyes en el que los traían a los niños católicos. Ya de mayor, comprendí y compartí tal razonamiento.
Cada vez con mayor fuerza viene asentándose en España la costumbre del arbolito y regalos el Día de Navidad, aun cuando con una notable diferencia respecto a la tradición anglosajona, pues además de tales regalos vuelve a haber otros en el Día de Reyes. Doble ración, de la que no gozamos en los lejanos tiempos de mi infancia.
Pese a ello, y aunque Noel viene de la palabra francesa Nöel –Navidad-, prefiero mantener la tradición de nuestros mayores. Así, por ejemplo, cuando veo a un pequeño Papá Noel ascender por alguna fachada, no logro evitar que ello me produzca cierta sensación de desagrado, al igual que me sucede al contemplar en la tele reportajes en los que, el Día de Navidad, muestran a chicos y grandes rasgando ilusionadamente envoltorios junto al árbol, lo que calienta la cabeza de nuestros críos. De cualquier modo, a estas alturas y con tales antecedentes resulta inútil tratar de luchar contra algo que, tanto para el comercio como para la industria especializada, supone mayor actividad. Ya se encargarán las grandes superficies de insistir en los Papá Noeles y en los árboles navideños… Y también en los Reyes Magos, sacándolos a la luz con días de antelación a lo que siempre significó su llegada a la Tierra: la cabalgata. Una influencia más del Papá Noel.
Lo siento de verdad, pero esto va para muy largo, en paulatino detrimento de una de nuestras tradiciones más entrañables Tan entrañable, que entre aquella y ésta hay una diferencia esencial, pues mientras Papá Noel vive en el Polo Norte, de donde sale y adonde retorna, nuestros Reyes Magos bajan del mismísimo Cielo y vuelven a subir a él, lo que, sin duda, han hecho muchísimas veces. A ver cuál de las dos es la mejor.
Por cierto; el primer árbol de Navidad que se instaló en Ceuta fue un auténtico gran abeto, obsequio a nuestra ciudad de la naviera alemana “Oldemburg” (OPDR), cuyos buques hacían por aquel entonces frecuentes escalas en Ceuta para descargar mercancías. Ese árbol se colocó (como aún se sigue haciendo) ante el edificio “Trujillo”, allá por los primeros años 60 del siglo pasado, siendo Teniente Alcalde quien esto escribe. Confieso, pues, que algo tuve que ver.
Que los Reyes Magos hayan sido generosos con todos.