“La Virgen va caminando solita,/ y no tiene más compaña/ que el niño de su manita / Flor de montaña,/ que el agua de tu arroyo/ ya no me baña,/ recuerdos triste que me acompañan…/ La Virgen va caminando solita,/ y no tiene más compaña/ que el niño en su barriguita*…”(Popular).
“Tirando va José una noche/ de invierno por una cañada./ Tirando va de un borrico/ donde va la virgen/ por no poder andar./ Llegó a una “posá”, / no le contestó/, siguió caminando con mucho dolor./ Mira qué bonita la Virgen María,/ dándole las gracias a todo el que va;/ para ver al Mesías, que en un portalito,/ una noche de invierno acostado está./ Sí, sí, sí, será del amor./ Qué, qué, qué lo pongan a sus pies./ Quisiera yo, Niño, darte mi vida entera y felicidad,/ para poder yo cantarte,/ la noche de Pascua y la Navidad.”(Villancico de la familia Gaona).
Al acercarse la Navidad, a los niños del patio, el sentimiento navideño nos embriagaba de tal manera que decidimos hacer un Nacimiento. Como quiera que Juan Antonio, tuviera guardadas muchas figuritas y solía ponerlas otros años, convenimos hacerlo en su casa. Al estar de vacaciones, toda nuestra actividad se iba a dedicar a partir de ahora a construir el mejor Belén que se hiciese en los patios del «Callejón del Asilo».
Una vez que planeamos la forma de cómo debían quedar configurados los diferentes elementos del Nacimiento, empezamos a buscar la forma de conseguir todos los materiales necesarios para su realización. Y, aquí es cuando empezó para nosotros toda una actividad frenética, que habría de alargarse hasta que la Estrella de Belén” detuviera su apresurada carrera en los cielos, y se posara unos momentos en nuestro patio en la Nochebuena de 1958, que estaba por dar termino a sus últimos días…
En una esquina del comedor de la casa de Juan Antonio, pusimos unos tableros cubiertos con varios pliegos de papel de estraza para hacer la base donde después iba a cimentarse todo el Nacimiento. Una sábana en desuso a modo de cortinaje cubría los bajos de todo el entramado que habíamos colocado. Y finalmente, para terminar el escenario, en la papelería la “Única” adquirimos varios rollos de papel azul para simular el cielo, al que le fuimos pegando estrellas de color plateado; y por último, un poco más grande que las demás: la «Estrella de Belén», señalando, con su larga cola de fuego, el establo donde ocurriría el milagro de la Navidad. Luego, salimos a buscar serrín a la carpintería de la calle «Larga» -Jáudenes- y lo fuimos colocando a lo largo y ancho de todo el perímetro simulando la tierra de los campos.
Cada día nos tocaba estudiar una estrategia para conseguir cualquiera de los diferentes elementos del Nacimiento; así que aquel día nos tocó las montañas. Dicho y hecho, nos encaminamos a los muelles del puerto y, en ellos, después de patearnos todos sus rincones, por fin conseguimos unos trozos de corchos que venían al pelo para simular las montañas de Judea.
¡Qué emoción la nuestra!, cuando cada día aquello iba tomando forma. Aquella nueva jornada, nos hizo deambular por todas las calles de Ceuta, e ir recolectando cajetillas vacías de tabaco americano, a las cuales les quitábamos el papel plata; después, una vez bien planchados, los íbamos colocando en el lecho del río y encima, para que tuviera visos de realidad, se le añadía diferentes piezas de cristal, para con ello, al reflejarse el papel de plata en el cristal, simular los rizos de agua que produce la corriente al bajar un río.
Otro día, en otra nueva aventura, caminamos hasta el monumento de «González Tablas», justo detrás de la iglesia de África, y con cuidado para que no se dañara, fuimos recogiendo trozos de la yerba que crecía entre las losetas del suelo. Cuando hubimos hecho un buen acopio, nos dirigimos de nuevo al patio, y con el primor de un artista, dispusimos la yerba a lo largo de las orillas, simulando la maleza y los cañaverales que crecen en las márgenes de los ríos.
Una vez terminado el teatro de operaciones donde iba a tener lugar el misterio de la Navidad, nos dispusimos celosamente a colocar las figuritas que Juan, el padre de Juan Antonio, conservaba como una reliquia en un altillo. Las figuritas se encontraban guardadas en diferentes cajas de madera, y estibadas con serrín para que no sufrieran daños. Algunas de ellas, que estaban algo deterioradas, Juan -que era pintor- las fue pintando de nuevo para realzarlas y darles un mayor colorido. Otras, las menos, si acaso estaban rotas, se les untaba pegamento, se dejaba secar y luego se las pintaba para que no se notase la rotura.
Finalmente, el Nacimiento quedó acabado; toda aquella desmesurada actividad de aquellos días previos a la Natividad del Señor, habían concluido. «El Niño Dios», estaba ausente del portalito esperando nacer el día de Nochebuena. Los Reyes Magos, avanzaban un paso calculado cada día para estar junto a la «Sagrada Familia», a las doce de la noche del día veinticuatro. Así, que nosotros, para no dar por concluida toda nuestra intensa labor de días anteriores, y prisioneros todavía de nuestra mágica ilusión, nos dedicamos a juntar hasta la última peseta; después llenos de alegría, andábamos toda la calle Real arriba hasta cerca de la heladería La Glacial y la no menos lejana iglesia de Los Remedios, donde se encontraba la papelería “Alcántara”; allí, detrás de los cristales de un mostrador se encontraban esperándonos: pastores, angelitos, leñadores, lavanderas, rebaños de borregos, caminantes, soldados romanos, camellos, gallinas, polluelos…y un sin fin de diferentes figuritas que nos ponían los ojos como platos. Que me perdone el Sr. Alcántara, que tan amable y con tanta paciencia nos atendió siempre, pero era algo irrefrenable para unos niños, algo que se veía venir, y finalmente ocurrió: algunas de aquellas figuritas de manera misteriosa aparecieron en algunos de nuestros bolsillos, para más tarde, quizás, a modo de milagro, aparecer de nuevo decorando nuestro querido Nacimiento.
Aquella noche, la Noche Buena del año cincuenta y ocho, entre villancico y villancico de los Gaonas, los niños del patio, nos fuimos acercando a la casa de los Vallejos. Junto a sus padres y hermanos, a las doce de la noche, Juan Antonio, emocionado, puso el «Niño» en la cuna. «¡El Niño Jesús! ¡El Niño Dios!», por fin, había nacido entre nosotros, en aquel «patio» tan humilde…