Sin entrar en el terreno de la irónica y cáustica ocurrencia aparecida en las redes sociales: “Tengo más trabajo que el corrector ortográfico de Belén Esteban”, es cierto que el instrumento informático puede proporcionar una inestimable ayuda para elaborar correctamente escritos, textos e incluso mensajes. El corrector funciona automáticamente analizando de forma ortográfica, no gramatical, y adoptando a su criterio la palabra correcta, si se escribió mal, o sustituyéndola por otra equivalente.
Hace unos días, releyendo un texto que iba a enviar por email me apareció el vocablo chingón. No tenía mucho sentido en el contexto de lo redactado y no se qué palabra, pudo motivar la acción del corrector. Me llamó la atención y tras borrarlo del texto indagué sobre el significado, origen y semántica de la intrusa palabra que, subrepticiamente, se coló en mis dominios.
Recurriendo al diccionario de Real Academia Española, la máxima autoridad en lengua, se recoge que chíngón es un adjetivo malsonante. No obstante, su significado no tiene nada de negativo ya que es: “Dicho de una persona. Competente en una actividad o rama del saber”.
Como parece una contradicción, al menos por la componente fonética, indagué sobre el término. En Hispanoamérica, que es donde tiene un uso más corriente, aparecen los más variados significados. En Cuba, especialmente en las regiones orientales, se aplica el término a la persona proclive a hacer el amor con mucha intensidad y frecuencia. En Guatemala se contraponen dos significados, uno como calificativo de persona inquieta que llega a ser molesta y otro como elogio de alguna cosa que es bonita. En México se reincide, coincidiendo con el diccionario de la RAE, refiriéndose a persona ducha, hábil, capaz e inteligente para realizar o desempeñar una actividad. No falta alguna referencia a que su significado inicial fue violador, aunque después ha evolucionado hasta quedarse en solo molestador.
Este último significado parece estar de acuerdo con el atribuido en el DRAE al verbo chingar, del que puede proceder. La institución recoge que el verbo procede del caló cingarar que significa pelear. Atribuye, no obstante, a la forma verbal variados significados: desde importunar, molestar a alguien, hasta no acertar, fracasar, fallar, pasando por beber vino o licores alcohólicos, realizar el acto sexual e incluso cortarle la cola a un animal, muy usual en Costa Rica.
Después de este peregrinar por el circunstancial término que asaltó mi escrito, concluyo que fue un tanto violador, ya que no contó con mi autorización y un poco molesto porque tuve que preocuparme en eliminarlo.
Este celo corrector me parece excesivo y no en pocos casos incurre en inexactitudes, si te descuidas, como la reflejada. Hace pocos días quise contestar de forma gentil a una foto que me envió por facebook una gran amiga, excelente profesora de universidad, cubana, que ahora vive en Miami. En la misma aparecía con su hija veinteañera en biquini playero y ambas esplendorosas. Se me ocurrió, como digo, de forma gentil, incluir el texto: “Vaya par de pivones”. Lo envié y al releerlo me di cuenta que el dichoso corrector había escrito: “Vaya par de pitones”. Y menos mal, ya que podía haber escrito algo aún peor, Me sentí avergonzado por la falsa impresión que mi querida amiga podría tener al leerlo, dada la liviana indumentaria playera, y automáticamente le envié otro mensaje aclaratorio:”Quise decir pivones”.
Aunque esta vez el gracioso corrector no actuó y respetó el término, con la mosca tras la oreja por si la palabra, de uso no tan corriente y casi utilizado de forma coloquial, era mal interpretada volví a mensajear: “Aclaración: pivón es hombre o mujer atractivos”. No hubo problema y recibí una contestación coherente:”Gracias, amigo”
En sentido inverso el corrector jugó una pasada a otra apreciada amiga, esta vez desde Perú, que me felicitaba por algo. Recibí un mensaje como:”Enhorabuena, abuelito”. Es cierto que ya tengo una edad, y aunque sea por vanidad, no me identifico con ese apelativo. Además no era normal que ella, tan discreta y correcta, utilizase ese término. Le contesté con un toque irónico y entonces detectó la intervención del juguetón corrector. Me pidió disculpas, aclarándome que verdaderamente había querido escribir un cariñoso Danielito, diminutivo de mi nombre.
En fin, que tal vez el corrector sea muy útil para las Esteban y esté saturado de trabajo. Posiblemente abrumado en corregir las expresiones simplificadas que usa la gente joven: tq (te quiero), x (por), bs (besos) + (mas), etc. pero debería cuidarse no ser tan chingón, en su acepción de importunador o molesto, para el resto de los mortales que escribimos.