Había pisado escenarios de Ceuta en otras ocasiones, pero la cita de ayer en el Auditorio del Revellín era especial para María Cavaes porque debutaba por aquí en solitario. El título de su primer álbum, My self, ya era toda una declaración de intenciones.
Y así, artífice y constructora de su propio estilo, se colocó frente a su –desgraciadamente ya no es novedad por estas tierras– escasa audiencia para ratificar que en este país del desprecio a la cultura, del expolio del IVA cultural y de la subvención fácil a cualquier bodrio también hay sitio para los talentos, aunque arrastren inmensas minorías –tómese prestado aquel genial eslogan de autobombo de La2– y abran profundas brechas con la música pachanguera, esa misma que vomitan los coches de lunas tintadas cualquier sábado noche por el centro de Ceuta.
Cavaes suena a Nueva Orleans, a garito de Nueva York, a desgarro de jazz, pero también a la Cuba desteñida de Milanés o a ese genio inmortal de Silvio Rodríguez que, confesaba en la entrevista publicada ayer en El Faro, ya se colaba en sus oídos cuando su DNI sumaba solo 12 años. Esa mezcolanza –el germen de la cultura y el crecimiento personal, más aún ahora que la simplicidad estúpida de los radicales da munición a las metralletas– se intuye desde el minuto 1, cuando se coloca frente al micrófono. Crisol de estilos, de ingredientes, de fuentes en las que beber para parir un lenguaje propio adobado con música de varios continentes.
Blues, bossanova, folk... Colóquese en cualquiera de esos puntos de partida y déjese abrigar por la voz de Cavaes, gaditana, de ese rincón que Carlos Cano –ay, se van los mejores– decía que era como La Habana, pero con más salero. Ella no entiende de océanos. Canta de aquí y de allí, en su particular Malecón, como si su escenario se enclavase en cualquier rincón donde la música acaricia sentimientos.