El monumento que honra la memoria de los soldados españoles caídos en la Guerra de África (1859-1860) luce imagen renovada desde hace varias semanas tras los trabajos de restauración y recuperación impulsados por la Ciudad.
Proyectado por el ingeniero militar José Madrid Ruiz e inaugurado en 1895, en los tiempos convulsos del reinado de Isabel II, el monolito había sufrido en los últimos meses desprendimientos a lo largo de los casi 14 metros de altura que dan forma a su espigada estructura neogótica. Las zonas más afectadas, con un alarmante desmoronamiento de la piedra que en su día saliera de las canteras de San Amaro, eran las bases de las columnas que adornan cada una de sus cuatro esquinas.
Detectado el problema, la Administración local puso en marcha la maquinaria burocrática para salvaguardar una obra protegida bajo la condición de Bien de Interés Cultural (BIC). Los trabajos se adjudicaron a Jomasa, la misma empresa a la que en su día se encargaron las tareas de recuperación y puesta en valor de la Puerta Califal, el complejo histórico y monumental que está llamado a convertirse en nuevo referente del patrimonio local. Aprobada la inversión, algo más de 10.000 euros, los operarios instalaron los andamios alrededor del monolito y durante veinte días se afanaron en intentar devolver su aspecto original a una construcción afectada por el paso del tiempo y, sobre todo, por las peculiaridades de la materia prima elegida allá por el Siglo XIX.
Con sello made in Ceuta, la roca extraída hace más de un siglo del enclave que hoy ocupan los depósitos de Ducar tiene buena parte de culpa de los daños sufridos por la estructura original. Los dos principales valedores del proyecto de rehabilitación –el director general de Obras Públicas de la Ciudad, Francisco Navas, y el arquitecto municipal, Javier Arnáiz– coinciden al señalar que la piedra que dibuja la silueta del monolito es “muy arenosa, muy porosa, y absorbe mucha humedad”. Consecuencia: el agua que recibe permea, cala en su interior y acaba provocando con el tiempo el desmoronamiento. El viento, la lluvia y el resto de agentes externos juegan muy en contra. De hecho, recuerdan, el uso de ese tipo de material es impensable en zonas de grandes registros pluviométricos o donde las temperaturas caen por debajo de los cero grados. Como mucho, se utiliza sólo en interiores, donde la piedra queda resguardada de las inclemencias externas.
Las primeras tareas de rehabilitación retiraron las impurezas acumuladas por la roca. A partir de ahí, la siguiente fase se centró en la aplicación en las zonas más deterioradas de mortero hidrofugante (Petratex), una pasta restituyente que ejerce como repelente del agua. “Protege, pero al mismo tiempo deja que la piedra respire. No se impermeabiliza del todo: impide que la humedad y el agua entren, pero permite que salga lo que haya podido acceder”, aclaran. Es, por ésa y otras propiedades, uno de los materiales más utilizados en la restauración e imitación de piedra natural manteniendo el color y el aspecto original. También se han sustituido por acero inoxidable las grapas de hierro que unían los sillares. Al oxidarse, estas últimas se exfolian y contribuyen a destruir la roca. “Los nuevos tiempos también abren nuevas posibilidades para la restauración”, celebra Arnáiz.
La cuarta remodelación
No es el primer lavado de cara al que se somete el monolito de la Plaza de África. El primero, en la década de los 60, aportó los trabajos de urbanización del perímetro circundante. A esa época se remontan, por ejemplo, los bordillos, las rejas o incluso el alumbrado. Otra actuación posterior restituyó la aguja que corona la cúpula que el peso de las décadas acabó partiendo, mientras que una tercera taponó con un enfoscado las grietas detectadas en la epidermis de la piedra. La cuarta y última es la que acaba de completarse.
La intervención, calculan sus responsables, salvaguardará el monolito al menos durante un par de años, aunque todo dependerá de los caprichos de la climatología. Al margen de los trabajos ha quedado la cripta que conserva los restos mortales de soldados que, apuntan los historiadores, frente a la creencia generalizada no procedían de zonas de combate sino que corresponden a víctimas de la malaria. Fueron trasladados desde su emplazamiento original, en el cementerio próximo a las Murallas Merinidas.
La base del monolito está decorada con bajorrelieves en bronce atribuidos al escultor sevillano Antonio Susillo Fernández. Ensalzan la figura del general Prim y de los voluntarios que intervinieron en la contienda africana. Sólo unos días después de completarse la restauración, alguien emborronó con rotulador la placa que recuerda a los soldados “muertos gloriosamente” en aquella guerra.
Trabajos... y vandalismo
La imagen superior muestra el estado actual del monolito una vez culminados los trabajos de rehabilitación. Sobre estas líneas, los defectos provocados por los desprendimientos de roca (izq.) y una vez subsanados (dcha.). A la derecha, la placa sobre la que alguien escribió sólo unos días después de completarse la restauración. Fotografías: Quino / Cedidas