Silvia C., una de sus hermanas y sus hijos recibieron ayer, en apenas unas horas, dos visitas de la Policía. La primera, de los agentes de la Nacional, apenas unos minutos antes de la medianoche y la segunda, de sus compañeros de la Local, a primera hora de la mañana.
El objetivo de las patrullas era idéntico: confirmar si, como presumían, la familia acababa de convertirse en okupa de una vivienda de planta baja situada justo en el arranque de la carretera que conduce a San Amaro, frente al antiguo cuartel de Artillería. En ambos casos obtuvieron una respuesta afirmativa y la advertencia de que pensaban permanecer en el interior del inmueble, desocupado desde que su inquilina, una mujer de edad avanzada, falleciera hace unos dos meses.
La historia es el testimonio, con nombres y apellidos, de ese legado de dramas humanos que el azote de la crisis está dejando a su paso. Silvia disfrutaba de una vida más o menos desahogada con sus cuatro hijos hasta que sus circunstancias personales comenzaron a truncarse. Trabajaba como limpiadora en Acciona, en las oficinas y a bordo de los ferrys, pero la reducción de conexiones en el trayecto con Algeciras y la retirada del Alcántara II de la línea marítima se tradujo en el despido de 62 empleados, del que no se libró. Comenzaron entonces los problemas para afrontar la hipoteca de la vivienda que había adquirido en el barrio de La Reina y en cuya compra sus padres figuraban como avalistas. “Tuve que venderla, porque estaba a punto de perderla, pero ellos también podían quedarse sin la suya”, relata.
La mudanza obligada le llevó hasta el domicilio familiar de sus progenitores, en Juan Carlos I, pero el espacio se convirtió en el principal quebradero de cabeza: once personas –incluidos sus cuatro hijos, una nieta y su hermana Sonia, recién divorciada y llegada desde Barcelona– compartiendo una vivienda de tamaño medio. Así aguantaron dos años y medio. “Allí no cabíamos, es imposible, así que hemos tomado esta decisión”, justificaba ayer Silvia.
La solución improvisada fue ocupar una vivienda de la que tenían constancia que carecía de inquilino desde hacía meses. Un casa de planta baja, con cocina, un pequeño salón, un dormitorio, garaje cerrado y un patio que linda con la carretera. Para ello rompieron el cristal de la entrada y accedieron a su interior sin mayor complicación. La construcción, que arrastra un buen puñado de décadas, conserva aún los muebles y algunos enseres de su antigua propietaria, pero no dispone de agua ni de electricidad, dos de los grandes obstáculos a los que se sus nuevos inquilinos dicen enfrentarse a partir de ahora. “A ver cómo nos apañamos, porque va a ser lo más complicado”, aseguran.
Confirman que se han dirigido a la Autoridad Portuaria para consultar si la vivienda estaba cedida, si es verdad o no que sobre ella pesa una orden de derribo o si, por el contrario, es propiedad privada. Si se demuestra esta última posibilidad, intuyen que en los próximos días aparecerá su heredero legal. “Nos han dicho que es un hombre que vive en San Fernando”, anuncia Silvia. “Si la casa tiene dueño, me tendré que ir. Le pediré perdón por haber entrado y pagaré el daño en la puerta. Pero si no tiene propietario, no me muevo de aquí porque no tenemos adonde ir”, dice desvelando cuáles son sus intenciones a partir de ahora.
Silvia y sus cuatro hijos –de 6, 11, 13 y 19 años, esta última madre de su nieta– sobreviven con una ayuda de apenas 150 euros. Ha llamado a las puertas de la Consejería de Asuntos Sociales, que le ha propuesto hacerse cargo de un porcentaje de la mensualidad de un piso de alquiler. “Pero eso no me soluciona nada, porque los precios no bajan de 500 o 600 euros. ¿Cómo lo pago con lo que gano?”, lamenta. El desayuno y la comida se los enviaron ayer desde casa de sus padres, pero ignora hasta cuándo podrán ayudarles “con una pensión pequeña y una minusvalía”. Mientras tanto, en la verja de entrada al patio habían colocado ayer una cadena cerrada con un candado. “Si hace falta me pongo en huelga, pero no me pienso ir. Que alguien me diga a dónde voy con mis niños...”.ʾ