Hay cambios que parecen trascendentales en la Historia pero que, analizados desde la cruda realidad, no son más que trucos de magia de esos que utilizan los prestidigitadores con extrema habilidad para cambiar los naipes de mano creando una ilusión basada sofisticadas mentiras.
En la vida real, nos guste o no, han sido y siguen siendo las mismas y anticuadas cartas de toda la vida las usadas para hacernos creer que todo está cambiando cuando, en realidad, todo continúa atado y muy atado.
Como siempre y desgraciadamente, ejemplos no faltan.
La Revolución francesa le cortó la cabeza a reyes y nobles –bueno, a algunas- pero salvaguardó los principios versallescos, esclavitud incluida, además de proteger los intereses de las poderosas de siempre.
La Revolución rusa cambió los zares por otros emperadores que, para instalarse en el poder, no dudaron en exterminar poblaciones enteras en nombre del comunismo. Otras lo hicieron a mayor gloria del fascismo con millones de muertas en su haber.
Lo realmente peligroso es que personas normales, como usted o yo, creyeron a pie juntillas el engaño.
El problema es que ahora, cuando parece que la Historia se haya detenido y que nada vaya ya a cambiar nunca más, estamos asistiendo a una brutal subida de la intolerancia, tanto desde las instituciones como desde muchos ámbitos ciudadanos.
Las formaciones políticas no están en condiciones de dar respuestas concretas y contundentes a las reivindicaciones de una población cansada de tanta austeridad y harta de ver como las grandes corporaciones ganan, cada vez más, indecentes cantidades de dinero mientras muchas/muchísimas no son capaces ni tan siquiera de pagar la luz o el agua.
La inacción frente a los problemas de las ciudadanas de a pie es marca de la casa en la derecha de toda la vida, mientras que en la izquierda tradicional la incapacidad de resolver las guerras internas está abocando a la paralización cualquier tipo de iniciativa. Parece que se les ha agotado la credibilidad, por ahora.
También hay partidos que pretenden ser el nuevo amanecer político y que se presentaron como la regeneración definitiva de la política.
Obviamente, nadie podría estar en desacuerdo con la eliminación de las prebendas, ni con un acercamiento de la política a las ciudadanas, ni tampoco con una verdadera democratización de partidos y sistema.
Sin embargo, lo que se ha podido comprobar –de nuevo-, es que una vez sentaditas todas en las bancas rojas del Congreso, el pase de cartas ha vuelto a funcionar, al menos por un tiempo. El Poder sólo entiende de Poder, y quienes lo detentan sólo piensan en conservarlo para siempre.
Sí, pero, ¿y ahora qué?
Pues que muy probablemente el descontento de las ciudadanas irá in crescendo y se asistirá, lentamente pero de forma imparable, al resurgir de organizaciones no políticas de tipo libertario que volverán a reivindicar la Cultura como arma de rebelión masiva. La idea irá, a pesar de los pesares, tomando cuerpo hasta transformarse en un verdadero peligro para el establishment. A partir de ahí, empezará una lucha entre las que reniegan del Poder y las que lo protegen, hasta finalizar en un sistema dictatorial, única forma de parar lo imparable.
¿Ficción? Revisen la historia de los años 30 con la aparición del Sindicato Libre a sueldo de las que mandaban contra las que abrían ateneos para enseñar a pensar, a razonar y a cuestionar.
Sí, parece un círculo infinito que estamos abocadas a no dejar nunca.
Sin embargo, romper ese círculo sólo depende de la voluntad que tengamos todas de ser unidades pensantes en lugar de masas manipulables.
¿Ilusión con las eternas cartas marcadas que nos llevan irremediablemente al mismo punto o una toma de posición que, de verdad, cambie las cosas de una vez por todas?
Usted, como siempre, sabrá si es mejor atreverse a cambiar el curso de la Historia que nos imponen o, por el contrario, dejarse engañar por rancios trucos en los que ganan quienes usted ya sabe.