El Teatro del Revellín se llenó anoche para acoger el concierto que brindó el Batallón de la Comgeceu
Tan firmes como cuando por las frías mañanas forman en el acuartelamiento; tan diligentes como si estuvieran acometiendo un arduo servicio por el bien de la Patria; tan emocionados como en el instante de alzar el cuello, henchir el pecho y concentrar la mirada al cielo pues los acordes del himno nacional está sonando.
Pero no era anoche el chunda, chunda lo que sonaba, ni el escenario un acuartelamiento. Se trata de un solemne acto, sí, pero también alegre y pasional, del que gozaron los militares: "Hoy es un día especial, como las jornadas que están por venir", señalaba en el escenario el teniente Rafael Peralta Torrecilla en alusión a Santa Cecilia, Patrona de los músicos por cuyo honor se congregó anoche la grey castrense de nuestra ciudad dado que la efeméride asoma más cerca incluso que a la vuelta de la esquina: es mañana, 22 de noviembre.
"Estamos ilusionados por la cita y sobre todo por el hecho de que vamos a actuar por vez primera en un escenario magnánimo como es el Teatro Auditorio del Revellín cuando en ocasiones precedentes el concierto se celebró en otros lugares magníficos pero más reducidos, como el Casino Militar", había señalado en la previa para El Faro el teniente Peralta Torrecillla y, a tenor de lo que pudo comprobar anoche in situ, a buen seguro que su ilusión habría ipso facto cristalizado en admiración, en felicidad compartida y correspondida.
Porque el teatro presentaba el aspecto de las grandes noches, de esas citas que permanecen indelebles por los tiempos en la memoria colectiva de las gentes. Lleno absoluto; anfiteatros incluidos. De tal manera, los presentes pudieron disfrutar, por espacio cercano a la hora y media, de un programa hermoso en la forma y en el fondo, compuesto por obras de tronío: la marcha militar San Marcial, de Ricardo Dorado; la zarzuela Katiuska, de P. Sorozábal; el poema lírico Una noche en Granada, de E. Cebrián; la obertura The olimpic dream, de B. Appermont; y la banda sonora Star wars, de J. Williams y J. de Meij.
El reloj marcaba más allá de las nueve de la noche, punto del tiempo al que se había llegado casi sin querer, como transportado por una nube empujada por el susurro de música de dioses.