Conocí a Serafín Becerra, allá por 1970, en su condición de ex – boxeador, federación de la que en un tiempo fue presidente, coincidiendo con mis inicios como redactor deportivo de ‘Radio Ceuta’. Todavía hay quienes aún le recuerdan subido en el cuadrilátero del Ceutí, en el Ángulo, erigido en un auténtico ‘enfant terrible’ por su acometividad, valentía y la certeza de sus golpes. Quién iba a decir entonces que aquel púgil haría gala de esas cualidades, dialécticamente hablando, como político, por espacio de 16 años, tanto en las cortes franquistas, a las que llegó por primera vez en 1967 por el llamado tercio familiar, como en las dos primeras de la democracia.
“Yo no tengo un buen don de gentes, pero no me debo callar”, decía a ABC en 1978, diario que lo definía como “un hombre peleón, de lucha, cuya actitud no gusta a sus jefes de filas”. Y así era cuando se trataba de la defensa de Ceuta, no digamos por aquella época ante el temor de que, al igual que Melilla, ambas ciudades quedasen sin mención expresa en la Constitución, algo que fue posible gracias al tesón y la dura batalla por la causa, tanto de él como de nuestros otros parlamentarios de UCD de entonces.
Valenciano de nacimiento, Serafín ejerció de ceutí por encima de todo desde sus tiempos de marinero en el trasbordador ‘Victoria’. Personaje popular por excelencia, vivió entregado por entero a la política durante tres lustros con generosidad, honradez, vocación, sacrificio y altruismo, cualidades de las que tanto tendrían que aprender numerosos políticos actuales, cuando tan cuestionados y mal vistos están por la ciudadanía.
Lejos de enriquecerse o vivir de la política, contaba que su dedicación por la cosa pública le costó la ruina de sus negocios, el mesón que llevaba su nombre o la célebre discoteca ‘La Cueva’, en el monte Hacho. Apartado definitivamente del ruedo político, su desencanto fue aumentando a medida que avanzaban los años. “Los partidos tienen que defender al ciudadano”. “Antes, quienes íbamos a la política lo hacíamos con intención de servir a la ciudadanía y no al revés”. “Rechazo que haya quienes se empeñen en vivir de la política”… ¡Qué tiempos aquellos, querido y admirado Serafín!
Procurador en las cortes franquistas hasta su disolución, no dudó en presentar cara al régimen cada vez que se terció, especialmente cuando denunció irregularidades con el rancho de los cuarteles. Aquello le costó un suplicatorio para su procesamiento, que al final fue sobreseído por las miradas que, por el caso, llegaban del exterior. Como tampoco le dolieron prendas a la hora de pedir explicaciones en la cámara sobre posibles sobornos en la cesión del antiguo Sahara Español, pregunta que no fue admitida nunca a trámite.
Serafín Becerra fue un hombre que se batió por Ceuta. Tanto con el anterior régimen como con la democracia, siempre tuvo vía libre en las puertas de los ministerios. Político abierto a los medios, jamás me rehuyó el micrófono las veces que lo abordé. “Me podéis llamar a cualquier hora, estoy a vuestra entera disposición y más si se trata de hacer algo por Ceuta, trabajar por ella”, me decía. Igual sucedía con la prensa nacional que, de continuo, le abordaba por su claridad dialéctica y espontaneidad, especialmente con Franco en el poder.
El general le recibió en audiencia una vez. También el Rey. “El monarca afirma que él es el primer ceutí, por lo que me ha prometido su visita a Ceuta en la primera ocasión que sus obligaciones se lo permitan”. Sucedía el 14 de enero de 1977. Promesa que, Serafín, en petit comité, veía muy difícil por no decir imposible. Sería preciso esperar tres décadas para que se materializara, cuando, apartado ya nuestro hombre de toda actividad pública desde hacía muchos años, vivía plenamente dedicado a su familia.
Con Becerra Lago no se ha sido justo. Recuerdo el ejemplar de la Constitución que, en edición limitada para quienes la hicieron posible y con la firma de todos, me mostró en cierta ocasión en su privilegiado refugio del Hacho. “Y ya ves, siguen sin invitarme a los actos del aniversario de cada año”, me decía con tristeza.
Como también se le ignoró en el acto de entrega del I Premio Convivencia a Adolfo Suárez, el 30 de abril de 1999, personaje con el que tan de cerca estuvo Serafín y por cuya visita a nuestra ciudad, en diciembre de 1980, la primera de un presidente de gobierno de la actual democracia, tanto tuvo que insistir en unión de sus compañeros parlamentarios ucedistas.
En 2002, Serafín Becerra fue distinguido con una medalla de la Autonomía. Menos mal, pero la realidad es que también habría sido merecedor de que su nombre figurase en el callejero ceutí. Pocos políticos habrán batallado y sentido tanto esta ciudad como nuestro hombre. Un personaje del pueblo y para el pueblo, alineado siempre junto a los más débiles sin reparar en condición social o ideologías, al que se le sigue y aún se le seguirá recordando por tantas cosas, pero por encima de todo por su honradez, valentía y ardorosa lucha por esta tierra a la que siempre consideró como la suya propia.
Descanse en paz.