Más cerca en el tiempo que la Institución Libre de Enseñanza y Francisco Giner de los Ríos, que revolucionó la pedagogía española a finales del siglo XIX, entre cuyos discípulos le situó el rector de la UGR, el discurso del catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga Miguel Ángel Santos Guerra se asemeja al de John Keating, el profesor idealista de ‘El club de los poetas muertos’.
La filosofía del personaje que tan felizmente interpretó Robin Williams la ha reproducido una y otra vez en múltiples rincones del mundo este leonés de nacimiento y malagueño de adopción al que la FAMPA tuvo la afortunada idea de hacer pasar por Ceuta. Él es la mejor prueba de lo que pregona: los docentes deben ser y ejercer “para hacer amar el conocimiento”, pero ello sólo puede lograrse “a través del amor a lo que se enseña y a los que se enseña”. La pasión es el medio y buena parte del mensaje.
Todo lo demás, reiteró una y otra vez ante un auditorio exiguo pero embobado, atrapado por su capacidad para enlazar anécdotas y metáforas cargadas de sentido, es cháchara. Santos Guerra aborrece la rutina (“es el cáncer de las instituciones”), la burocracia, el dogmatismo, el pesimismo, el individualismo, la meritocracia “pervertida”, la pereza, la fagocitosis (las al menos 25 formas que tienen los malos maestros y profesores de matar las ganas “de mejorar, no sólo de cambiar” de los buenos) y “el desamor”.
‘La Universidad que aprende’, el título de la lección magistral que sirvió para abrir el año universitario en Ceuta, fue un canto entretenido y apasionante contra las excusas de quienes, desde la tarima, culpan a los alumnos, al sistema y a las familias del fracaso de sus pupilos.
“Sólo a los peces muertos los arrastra la corriente y los alumnos sólo aprenden de los profesores a los que aman”, advirtió Santos Guerra, que rompe todos los tópicos del género conferenciante: fuera corbata, mesa y ‘palabros’. Al catedrático se le entiende todo porque entiende y comprende (razona y ama), aunque se confiesa un adicto devoto de la duda (“incómoda pero no ridícula como la certeza”), todo lo que dice.
Ningún foro mejor que Ceuta, líder por antonomasia de las ratios regionales de fracaso y abandono escolar, para dejar claro que “una cosa es decir que hay fracaso y otra no señalar qué podemos hacer mejor”. Según Santos Guerra, autor de un blog muy recomendable (‘El Adarve’) en la web de ‘La Opinión de Málaga’, el docente debe enfrentarse a una pregunta, a la pregunta: “¿qué universidad estamos construyendo?” con espíritu crítico.
Ningún espacio mejor que el Salón de actos de la Facultad de Educación de El Morro, con sólo unos pocos alumnos, para llamar la atención del enseñante sobre el naufragio que delata un alumnado que regatea material de estudio y celebra horas sin clase.
“¿Alguien se imagina una pastelería en la que el cliente paga por recibir el peor y el menor producto posible sin que su responsable se pregunte qué mierda de pasteles está dando?”, atizó a los presentes.
A su juicio, “por racionalidad, responsabilidad, perfectibilidad, colegialidad, ejemplaridad y felicidad” es necesario que la comunidad universitaria (la educativa en general) aprenda, reflexione hacia dónde va. “No hay viento favorable para un barco a la deriva”, subrayó Santos Guerra, que sólo concibe una forma de enseñar: la que tiene como puerto forjar personas más solidarias.
Un contexto difícil
Si tu estudiante piensa más en la nota que en el aprendizaje, si compite con sus compañeros como rivales, seguramente, alertó, ya se está en la senda del fracaso. “Lo que hacemos es muy importante, pero enseñamos como somos: un maestro que no lee no puede hacer amar la lectura y un claustro ilusionado, cohesionado y esforzado es más eficiente y feliz que uno de mercenarios esperando el sueldo”, hilvanó reconociendo que el actual, el de la cultura neoliberal “que impulsa el individualismo exacerbado, la competitividad extrema y el relativismo moral” no es el mejor contexto para “aprender”.
Toca, pues, en su opinión, ejercer el papel de salmón, y repudiar el sistema “repetido, barato y rápido pero ineficaz e inservible” en el que “los investigadores le cuentan a los gobernantes lo que hay que hacer con la Educación y estos deciden lo que deben hacer los profesores”. A cambio, defiende que sea el docente quien “indague, innove, perfeccione y diseñe una estrategia educativa con el apoyo del resto de la sociedad”. Es hora de conjugar diez verbos: interrogarse, compartir interrogantes, investigar, comprender, decidir, escribir, difundir, debatir, comprometerse y exigir “desde la valentía cívica y el optimismo”, convencidos de que “con dos signos negativos se puede construir uno positivo”.
La filosofía del personaje que tan felizmente interpretó Robin Williams la ha reproducido una y otra vez en múltiples rincones del mundo este leonés de nacimiento y malagueño de adopción al que la FAMPA tuvo la afortunada idea de hacer pasar por Ceuta. Él es la mejor prueba de lo que pregona: los docentes deben ser y ejercer “para hacer amar el conocimiento”, pero ello sólo puede lograrse “a través del amor a lo que se enseña y a los que se enseña”. La pasión es el medio y buena parte del mensaje.
Todo lo demás, reiteró una y otra vez ante un auditorio exiguo pero embobado, atrapado por su capacidad para enlazar anécdotas y metáforas cargadas de sentido, es cháchara. Santos Guerra aborrece la rutina (“es el cáncer de las instituciones”), la burocracia, el dogmatismo, el pesimismo, el individualismo, la meritocracia “pervertida”, la pereza, la fagocitosis (las al menos 25 formas que tienen los malos maestros y profesores de matar las ganas “de mejorar, no sólo de cambiar” de los buenos) y “el desamor”.
‘La Universidad que aprende’, el título de la lección magistral que sirvió para abrir el año universitario en Ceuta, fue un canto entretenido y apasionante contra las excusas de quienes, desde la tarima, culpan a los alumnos, al sistema y a las familias del fracaso de sus pupilos.
“Sólo a los peces muertos los arrastra la corriente y los alumnos sólo aprenden de los profesores a los que aman”, advirtió Santos Guerra, que rompe todos los tópicos del género conferenciante: fuera corbata, mesa y ‘palabros’. Al catedrático se le entiende todo porque entiende y comprende (razona y ama), aunque se confiesa un adicto devoto de la duda (“incómoda pero no ridícula como la certeza”), todo lo que dice.
Ningún foro mejor que Ceuta, líder por antonomasia de las ratios regionales de fracaso y abandono escolar, para dejar claro que “una cosa es decir que hay fracaso y otra no señalar qué podemos hacer mejor”. Según Santos Guerra, autor de un blog muy recomendable (‘El Adarve’) en la web de ‘La Opinión de Málaga’, el docente debe enfrentarse a una pregunta, a la pregunta: “¿qué universidad estamos construyendo?” con espíritu crítico.
Ningún espacio mejor que el Salón de actos de la Facultad de Educación de El Morro, con sólo unos pocos alumnos, para llamar la atención del enseñante sobre el naufragio que delata un alumnado que regatea material de estudio y celebra horas sin clase.
“¿Alguien se imagina una pastelería en la que el cliente paga por recibir el peor y el menor producto posible sin que su responsable se pregunte qué mierda de pasteles está dando?”, atizó a los presentes.
A su juicio, “por racionalidad, responsabilidad, perfectibilidad, colegialidad, ejemplaridad y felicidad” es necesario que la comunidad universitaria (la educativa en general) aprenda, reflexione hacia dónde va. “No hay viento favorable para un barco a la deriva”, subrayó Santos Guerra, que sólo concibe una forma de enseñar: la que tiene como puerto forjar personas más solidarias.
Un contexto difícil
Si tu estudiante piensa más en la nota que en el aprendizaje, si compite con sus compañeros como rivales, seguramente, alertó, ya se está en la senda del fracaso. “Lo que hacemos es muy importante, pero enseñamos como somos: un maestro que no lee no puede hacer amar la lectura y un claustro ilusionado, cohesionado y esforzado es más eficiente y feliz que uno de mercenarios esperando el sueldo”, hilvanó reconociendo que el actual, el de la cultura neoliberal “que impulsa el individualismo exacerbado, la competitividad extrema y el relativismo moral” no es el mejor contexto para “aprender”.
Toca, pues, en su opinión, ejercer el papel de salmón, y repudiar el sistema “repetido, barato y rápido pero ineficaz e inservible” en el que “los investigadores le cuentan a los gobernantes lo que hay que hacer con la Educación y estos deciden lo que deben hacer los profesores”. A cambio, defiende que sea el docente quien “indague, innove, perfeccione y diseñe una estrategia educativa con el apoyo del resto de la sociedad”. Es hora de conjugar diez verbos: interrogarse, compartir interrogantes, investigar, comprender, decidir, escribir, difundir, debatir, comprometerse y exigir “desde la valentía cívica y el optimismo”, convencidos de que “con dos signos negativos se puede construir uno positivo”.