Adelantaba en mi artículo del lunes pasado que la suntuosa y monumental iglesia de Santa María Magdalena de Olivenza (Badajoz), se construyó para que sirviera de residencia episcopal de los obispos de Ceuta. Y como entiendo que los ceutíes de las nuevas generaciones deben conocer que aquella preciosa iglesia oliventina debe su construcción y relevante ornato artístico y monumental de inmenso valor al hecho de que la misma se edificara para que fuera sede residencial de los obispos ceutíes, es por lo que hoy me voy a ocupar de ella.
Pero antes deseo aclarar que, aunque bastante gente tiene la creencia errónea de que Olivenza fue siempre portuguesa, pero que en 1801, durante la llamada “Guerra de las naranjas”, España se la apropió desposeyendo de ella a Portugal, la realidad luego es bien distinta, habida cuenta de que sucedió más bien lo contrario, porque resulta que Olivenza perteneció en sus orígenes al territorio de Extremadura hasta que la ocuparon los árabes tras su invasión de España. Durante la Reconquista, fue el rey Alfonso IX de León el que la recuperó de los almohades en la primavera de 1228, y se la entregó a la Orden de los Templarios como recompensa por la importante ayuda que le prestaron para reconquistarla junto con otras poblaciones. Pero el año 1267 el rey Fernando III el Santo expulsó a los Templarios de Olivenza debido a la ayuda que éstos prestaron a Portugal para que en 1139 se independizara por primera vez de España. Al marcharse los Templarios de Olivenza, fue entonces la ciudad adjudicada a la provincia de Badajoz, porque esa había sido su adscripción y pertenencia primitiva.
Luego, la segregación de Olivenza de España y su nueva incorporación a Portugal comenzó cuando el rey español Fernando IV se la entregó en dote a su hermana Beatriz al casarse ésta con Alfonso de Portugal, hijo del rey portugués Dionis y de la reina Santa Isabel. Es decir, la ciudad pasó de ser española a portuguesa de forma totalmente injusta, mediante una cesión ilegal por mero arreglo matrimonial entre dos familias reales que confundían con su propiedad privada lo que era patrimonio nacional español, quitando y poniendo territorios a sus reinos según les convenía y les venía en gana, a espaldas por completo del pueblo español. Aquella inicial dote real pasó luego a oficializarse por el Tratado hispano-luso de Alcañices de 1297, por el que se trazaron los límites fronterizos (la “raya”) entre España y Portugal; que, valiéndose este país de un momento de gran debilidad que España atravesaba, consistente en la muerte prematura de Sancho IV en 1295, la regencia de Dª María de Molina, la minoría de edad de Fernando IV, la sublevación de la nobleza, la guerra civil y la ofensiva musulmana, pues todas estas circunstancias las aprovechó el rey portugués Dionis para imponer a España que Olivenza, Campo Mayor y otras poblaciones españolas pasaran a Portugal. Pero el pueblo español nunca aceptó la cesión de Olivenza al vecino país lusitano y trató al menos en cuatro ocasiones de recuperarla por la fuerza. Lo consiguió el conde de San Germán cuando Olivenza se rindió a las tropas españolas el 30 de mayo de 1657.
Dominio portugués
Pero sólo once años después, en 1668, volvió al dominio portugués tras la firma del Tratado de Lisboa de 1668, muy perjudicial para España, porque por él nuestros país tuvo que reconocer, de un lado, la segunda y definitiva independencia de Portugal; y, por otra parte, la devolución de Olivenza a dicho país. Menos mal que por este mismo tratado Ceuta fue reconocida por Portugal como de plena soberanía española, siendo lo único positivo y bueno que dicho tratado nos deparó. Hasta que en 1801 Olivenza volvió a ser española, cuando el primer ministro, Manuel Godoy (extremeño), la ganó en la “Guerra de las naranjas”, y en prueba de su recuperación envió a la reina Mª Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, un frondoso y galante ramillete de naranjas cogidas en una huerta de Olivenza, que para eso fue su más fiel favorito, y con tal ramillete de aroma de azahar buscaba excitar la sensibilidad y enardecer la imaginación de la regia dama.
Pues bien, vayamos ahora al fondo de la cuestión. Porque, cuando tanto Ceuta como Olivenza pertenecían a Portugal, mediante la bula “Romanis Pontifices” de 1444 el Obispado de Ceuta fue elevado a Primado de África. Y como tal categoría eclesial exigía mayor dotación económica, realce y prestigio, el documento atribuía a dicho Obispado ceutí las rentas y bienes que integraban los también Obispados de Tuy y Badajoz y, además, se adscribieron a la diócesis de Ceuta las iglesias sufragáneas de Marrakech, Fez, Olivenza, Ouguela, Campo Mayor, Valençia de Minho y las del entonces reino de Granada y Málaga. Y como Olivenza pertenecía al Obispado de Ceuta, en 1506 fue nombrado obispo fray Enrique de Coimbra.
Trayectoria
Él fue el primer obispo de Ceuta con residencia en Olivenza, desde 1513 a 1532. Había nacido en Coimbra de familia noble, graduándose en Derecho. Fue Magistrado de la Casa da Suplicação (Tribunal Supremo). Ingresó como novicio en el Convento de San Francisco de Alemquer. Fue nombrado confesor de las clarisas del Jesús de Setúbal, donde conoció al rey D. Manuel, siendo elegido superior de los franciscanos que acompañaron a Cabral en el descubrimiento del Brasil. Él fue quien ofició la primera misa allí. Y por eso se le consideró como el primer evangelizador de Brasil. Al regresar a Lisboa tras un accidentado viaje, fue nombrado confesor del rey. Ejerció luego de embajador personal de D. Manuel junto en Inglaterra y España. Nombrado en 1506 obispo de Ceuta, fijó su residencia en Olivenza que, como hemos dicho, pertenecía entonces al obispado ceutí. Esta decisión suya implicó la construcción de un palacio episcopal – cuyos muros aún se conservan – y un templo acorde con su dignidad: la iglesia de la Magdalena, réplica majestuosa del Convento de Jesús de Setúbal. Precoz perseguidor de los judíos, antes de que la Inquisición estuviese oficialmente establecida en Portugal, Enrique de Coimbra, todo un personaje de su siglo, murió en Olivenza el 14 de septiembre de 1532. Sus restos descansan en la cuasi catedral que no pudo ver terminada en vida, concretamente, en un sencillo túmulo de mármol, en la capilla absidal del lado del Evangelio.
En 1515, el arzobispo primado portugués, Diego de Sousa, valorando lo incómodo que era que los habitantes de Olivenza, Campo Mayor, Ouguela y Valençia de Minho tuvieran que acudir a un prelado tan distante en Ceuta, convino con el obispo ceutí, Enrique de Coímbra, un ajuste, que fue autorizado previamente por Breve del papa León X el 25-06-1513, a instancia del rey portugués don Manuel, en virtud del cual los obispos de Ceuta residirían en Olivenza, situación que se vino dando desde 1515 (hay otras fuentes que indican que fue desde 1512) hasta que en 1570 dicha ciudad oliventina fue ya separada del obispado de Ceuta. Para poder construir la iglesia portuguesa de la Magdalena, se estableció un nuevo impuesto llamado Renta de la Imposición, que gravaba la venta de pescado, carne y aceite.
La Magdalena
La Magdalena está considerada como una obra maestra del Manuelino portugués, con unas estructuras arquitectónicas notables y una gran importancia artística en su amueblamiento, lo que ha llevado a considerarla como uno de los más bellos monumentos del Manuelino, pudiéndose apreciar a simple vista elementos del gótico y del mudéjar, además de los propiamente renacentistas. Juntamente con los aludidos elementos góticos, mudéjares y renacentistas, el Manuelino aporta características propias que están presentes en la iglesia de la Magdalena, como son sus majestuosas columnas torsas, los motivos decorativos relacionados con el mar y con la esfera terráquea, la fachada y el espectacular arco toral de la capilla mayor.
El interior del templo está conformado en tres naves de diferentes alturas, con una bella cubierta de crucería, cinco tramos sin transepto, capillas a los lados del altar mayor, cabecera planta y ábside cuadrangular. El coro a los pies, sobre una bóveda de crucería simple y a los lados del mismo una capilla y el baptisterio. Las tres naves están separadas por ocho columnas entorchadas de granito, del más puro estilo Manuelino, dos de ellas adosadas al pié de la nave y otras dos adosadas al altar mayor. Las columnas se apoyan sobre un plinto de mármol, que queda convertido en un octógono al achaflanar las esquinas para decorarlas con un rollo y una bolsa. El fuste lo forman cuatro toros enroscados, separados por medias cañas. Los capiteles se decoran con troncos entrelazados, variando los de las columnas adosadas a los pies de la nave, que decoran con motivos sogueados o flores. Adosado a la primera columna, junto a la nave del Evangelio, hay un púlpito típicamente renacentista.
En la cabecera de la Iglesia sobresale la capilla mayor con su majestuoso arco toral, de siete curvas convexas, en cuyas claves hay un motivo pinjante típico del Manuelino. El intradós del arco al igual que su jamba, se caracteriza por los motivos florales. En las naves laterales se distingue el arco ojival de la cabecera, mientras que en las capillas laterales enmarcando los laterales surgen arcos de medio punto. A los pies de la iglesia existen dos pequeñas capillas y el coro, situado en la nave central, que se levanta sobre un arco muy rebajado formado por motivos sogueados que se unen en el centro del arco dando lugar a una especie de nudo. Por encima se levanta el coro con típica balaustrada renacentista. Y otros numerosos ornamentos que hacen de ella una preciosa iglesia.
En su exterior, la iglesia está construida también en estilo manuelino, que parte de un gótico tardío y se singulariza por su carácter decorativo y naturalista, donde no faltan elementos marineros. Destacan falsas almenas, pináculos, gárgolas, puertas laterales y la puerta principal -con una portada añadida, atribuida a Nicolás de Chanterenne. Este artista de origen francés realizó en Portugal otros importantes trabajos como la puerta del monasterio de los Jerónimos de Lisboa o un retablo de mármol en el Palacio da Pena de Sintra, aparte de otros trabajos en el Alentejo. La estructura de la portada se desarrolla en torno al vano de entrada, con arco de medio punto. A ambos lados, en la parte inferior, sobresalen cuatro paralelepípedos en estructura abocinada. En los dos interiores se apoyan dos pares de columnillas de fuste liso.
Por cierto, que esta iglesia a Santa María Magdalena de Olivenza, coincide en su advocación a la misma Santa con la de la iglesia de Mirandilla, mi pueblo, que también la tiene por Patrona. Esta iglesia mirandillense se comenzó a construir en 1499 sobre otra antigua más pequeña, habiendo finalizado su edificación en 1505; si bien su gran fachada y torre-campanario quedó pendiente y se comenzó a construir luego en 1718. Es toda ella de piedra sólida de sillería, muy bien conservada, de severa traza clásica, correspondiente ya al Renacimiento.
En su interior, la iglesia de mi pueblo es de una sola nave, pero dividida en cinco grandes arcos en cada lateral, que son de estilo de transición al gótico, y otro gran arco central al fondo que sobresale, precediendo al altar mayor y a la epístola, que es todo un monumento, majestuoso, que le da gran realce y vistosidad. Este arco central está construido de forma ojival y es inequívocamente gótico. Tiene en su interior sacristía, cinco capillas, pila bautismal del año 1614. Su retablo mayor es de estilo barroco, de buena traza, de un solo cuerpo y fabricado en 1737. La iglesia de Santa María Magdalena, Patrona de Mirandilla, es uno de los mejores templos de toda la comarca de Mérida. La construyó la Orden de Santiago, pero luego fue pagada por el pueblo durante unos 250 años, aparte de estar también pagando por entonces