Casi 800 personas salieron ayer a la calle para protestar contra la Lomce y las ‘reválidas’. Fue un éxito si la comparamos con otras convocatorias. Fue el reflejo de un descontento generalizado de una amplia parte social que tiene el derecho a ser escuchada. A esta crítica se le añadió otra relativa a los recortes que se están aplicando en la enseñanza. Recortes que juegan directamente con el futuro de nuestros hijos, pareciendo que el interés del Gobierno no es otro que transformar el ámbito educativo en algo al alcance de unos pocos, los que puedan pagarlo.
Que hoy no se escuche esta voz es, además de un insulto, un fraude a la democracia. Porque nos dijeron que este sistema se sostiene en la igualdad, pero ésta se rompe desde el momento en que las denuncias de buena parte de la población caen en saco roto porque pesan otros intereses. No. No debiera ser así. Como tampoco cabe que se insulte y menosprecie a los que ayer acudieron a la plaza de los Reyes a presentar sus quejas de manera pacífica, tal y como se pudo observar en los foros de redes sociales.
Que haya filtros en la educación, que se impongan dos sistemas, que no existan los mismos medios para unos y para otros es, sin duda, un fracaso de todos nosotros como comunidad, porque habremos sido cómplices de la ruptura del sistema, dando pie a beneficios de unos para fracasos de otros.
Existe un malestar, los datos lo verifican, las imágenes lo demuestran. Es una realidad a la que no podemos dar la espalda porque está ahí. Aunque escueza, aunque duela.